Miami, (EEUU).- Barak Obama quiere demostrar que no será un presidente decorativo en sus dos últimos dos años de gobierno y es de esperar nuevas medidas audaces, como la amnistía inmigratoria y el acuerdo con Cuba.
En Estados Unidos existe un término, “lame duck” (pato cojo) para definir como queda debilitado un presidente al final de su segundo mandato, con pérdida de influencia y capacidad de maniobra política.
Pues bien, Obama está decidido, según se vislumbra, a dejar un legado más amplio y demostrar que se equivocaban quienes piensan que está acabado políticamente, a pesar que sus índices de popularidad están muy bajos.
No lo tendrá fácil. Encima tiene un congreso controlado por los republicanos, en ambas cámaras, dispuesto a boicotear cualquier medida ejecutiva que tome.
Ya le han advertido que no aprobarán los fondos para financiar la nueva medida inmigratoria que beneficiaría a unos cinco millones de inmigrantes indocumentados ni la embajada americana en La Habana, ni mucho menos al nuevo embajador ante Cuba
Obama parece decidido a ignorar las amenazas de republicanos y a tomar medidas ejecutivas, sin el consentimiento del congreso, siempre que la ley lo permita y a evitar que la extrema derecha del partido opositor desmonte lo logrado en sus dos mandatos presidenciales.
Ante todo, el presidente va a luchar para que los republicanos, como lo han prometido, no echen abajo o debiliten la reforma sanitaria, de seguro médico universal, conocido aquí como “Obamacare”.
Pero la capacidad de maniobra de Obama ha disminuido realmente, incluso en sus propias filas demócratas. Hay una sensación de que algunos congresistas demócratas quieren desligarse de un presidente que ha perdido popularidad, para evitar que los contamine.
Este es el caso del senador cubano-americano Bob Menéndez, el saliente presidente del influyente Comité de Asuntos Exteriores del Senado, que está furioso con Obama por el acuerdo de restablecer relaciones con Cuba.
En contra de los deseos de Obama, Menéndez está trabajando con los republicanos para aprobar nuevas sanciones contra Irán, por su política nuclear.
La líder del Partido Demócrata en la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, también está molesta con Obama por haber accedido al recién aprobado presupuesto, que ella califica como un “chantaje” por parte de los republicanos, que le metieron todo lo que quisieron.
Obama, por su parte, podría aducir algunos logros. La economía americana se está recuperando a un ritmo acelerado, el paro sigue bajando, el dólar sigue imparable y la bolsa Nueva York está por las nubes.
Pero no ha logrado que se aprobara un control de las armas entre la población civil y ha visto como los de su raza negra siguen siendo víctimas de una policía en su mayoría blanca y altamente militarizada.
Ni ha logrado aún, a pesar de su inicial promesa electoral, cerrar la prisión antiterrorista que existe en la Base americana de Guantánamo, en Cuba.
En política exterior, podrá argumentar que los problemas crecientes de la Rusia de Vladimir Putin se deben, en parte a las sanciones impuestas por Estados Unidos y la Unión Europea por su intervención en Ucrania.
Ha cerrado, aunque en falso, las guerras de Irak y Afganistán. Pero se ha implicado en unas dudosas operaciones aéreas contra los insurgentes extremistas del Estado Islámico en el norte de Irak y Siria, que podrían escalarse en cualquier momento a pesar de la promesa de no poner soldados americanos en combates en tierra.
El audaz acuerdo con Cuba, para bien o mal, le puede rendir mucho a Obama.
Por lo menos en la próxima Cumbre de las Américas, a celebrarse en Panamá en abril, el presidente será felicitado por ese acuerdo, nada menos que por el Presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, quien suele tener críticas constantes al “imperio”, a quien suele acusar de todos los males de su país.
En las próximas semanas se podrá ver la estampida de altos funcionarios que dejan la Casa Blanca para poder colocarse a tiempo ante los posibles candidatos demócratas al puesto que dejará Obama en menos de dos años.
Y en esa carrera que está a punto de comenzar, Hillary Clinton, la ex Secretaria de Estado, lleva la delantera a cualquier otro aspirante a la candidatura presidencial demócrata, a pesar que no ha anunciado aun su decisión final.
Obama tendrá que aguantar sin rechistar cuando la ex Primera Dama comience a criticar su política y a desligarse de un presidente “pato cojo”, a quien no invitará a sus mítines de campaña electoral para que no la asocien con él.