Tegucigalpa (Especial Proceso Digital) Primera entrega – En los años noventa, la Mara Salvatrucha (MS-13) y la pandilla Barrio 18 surgieron en Honduras como pequeños grupos juveniles que imitaban el estilo de vida de las pandillas californianas, de Estados Unidos, pero tres décadas después, se han convertido en organizaciones con presencia nacional que se alimentan de la pobreza, la violencia y la exclusión social para reclutar y subsistir, convirtiéndose en poderes fácticos en sus comunidades, un obstáculo para el desarrollo económico y un problema de seguridad nacional, detalla la más reciente investigación realizada en el país al respecto.
Efectuada por la Asociación para una Sociedad más Justa (ASJ) y el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), la investigación sobre maras y pandillas en Honduras es la tercera de su índole en el país, y estuvo a cargo de un equipo multidisciplinario que recolectó información de fuentes diversas, oficiales, no oficiales, testimoniales, entre otras, para ser uno de los estudios más completos al respecto.
La presencia de las maras y pandillas, sus inicios, sus vínculos comunitarios, su mutación, sus códigos de comunicación y su visión de la lealtad, son entre otros, algunos de los hallazgos que presenta el informe “Estudio de la situación de Maras y Pandillas en Honduras, 2019”, en el cual, dos son las principales maras que destacan en el control territorial del país: la Mara Salvatrucha (MS-13) y la pandilla del Barrio 18, pero a éstas, existen otras pandillas que les retan el poder y el control, siendo una de ellas la llamada Banda de los Olanchanos, que tiene su asiento en la colonia Rivera Hernández, de San Pedro Sula.
A esta se suman el grupo denominado “Los Benjamines”, “Los Vatos Locos”, “El combo que no se deja”, “Los Tercereños”, entre otros, que buscan disputar el control a la MS-13 y el Barrio 18.
En las maras y pandillas, por ejemplo, la filiación y el liderazgo se ganan por otros aspectos, como la capacidad de convencimiento y atracción, la antigüedad y los méritos, entendidos estos últimos como actos de violencia por medio de los cuales se gana prestigio y mayor jerarquía.
De acuerdo con los expertos citados en el informe, “una persona es pandillero o pandillera en función de que haya pasado por el rito de iniciación conocido como “el brinco o salto”, proveniente del anglicismo “jump in”” de las pandillas californianas”. Esta conceptualización tuvo sentido durante los primeros años de consolidación de las pandillas, pero ha cambiado o mutado con el tiempo, al grado que dentro de la dinámica pandilleril se valora el número de “misiones” realizadas como forma de membresía.
El control de los territorios
La maras y pandillas tienen en los barrios y colonias marginales su principal asidero, es el tejido social en donde mejor se desenvuelven y según el territorio que controlan, así ejercen la presión sobre sus comunidades, mismas que tienen que lidiar con su presencia para poder sobrevivir.
Según los entrevistados, los principales problemas que les afectan debido a la presencia de maras y pandillas son la extorsión, el consumo de drogas y la violencia generada por el pleito de territorios. En comparación a hace cinco años, hoy los vecinos de las zonas consultadas en donde existe influencia de las pandillas dicen sentirse más inseguros, tanto por la ola de criminalidad como por la rivalidad entre los grupos pandilleros.
Una de estas zonas es la Rivera Hernández, en San Pedro Sula, en donde confluyen una serie de maras y bandas delincuenciales que se disputan fuertemente el control de la plaza que representa esa zona. Estos grupos que coexisten son: la MS-13, el Barrio 18, los Tercereños, los Olanchanos, los Vatos Locos y el Combo que no se deja.
En el caso de la colonia Nueva Suyapa, en la capital hondureña, operan al menos tres bandas criminales, la MS-13, Barrio 18 y los Benjamines. Al querer tener un control territorial, estos grupos generan mayor violencia en la zona donde residen y la población, ajena a estas disputas, queda “atrapada” en medio del conflicto, y cuando se desatan lo que denominan “temporadas de temor”, la inseguridad y la zozobra van en aumento.
Así lo detallan los consultados en sus testimonios, al indicar que cuando arranca la “temporada de temor”, la violencia recrudece sin previo aviso y les obliga a “resguardarse” en sus viviendas y evitar salir, a menos que sea necesario. Estas temporadas inician con señales que los habitantes de las comunidades han empezado a identificar y que esparcen como rumor al resto de la comunidad para estar alertas.
Una de esas señales, por ejemplo, es que, si ven la presencia de ciertos vehículos de lujo, es que se mueven “los jefes” y se sabe que va “a ver problemas”; si ocurre un asesinato, comienza circular que los pandilleros tienen “una lista” de nombres que serán sacrificados, y ello hace que la gente se resguarde en sus casas para evitar ser víctima de un fuego cruzado.
En las zonas donde la presencia de las maras y pandillas es fuerte, el tejido social se ve limitado y aunque se desarrolla resiliencia entre los individuos, las familias y los vecinos, el estudio señala que en las comunidades objeto de estudio la resiliencia tiene efectos tanto positivos como negativos, en el sentido que las acciones y mecanismos de respuesta y adaptación pueden tomar matices de colaboración con las maras y pandillas, así como de subordinación.
Reglas y condiciones
“Una de las estrategias de las maras es buscar ganarse materialmente a las comunidades mediante apoyo social, ingresos y oportunidades de empleo, una especie de clientela. Esta estrategia tiene como propósito construir una base social para reforzar el control sobre sus comunidades, convirtiéndose en una alternativa paraestatal y estableciéndose como un actor político. DE esta manera, la mara logra que los vecinos de la comunidad no denuncien, no informen a la policía de sus actividades y no se inmiscuyan en las actividades ilícitas de las maras y pandillas”, recoge el informe,
En la colonia Flor del Campo, de Comayagüela, uno de los entrevistados señaló que los niños y jóvenes admiran a los pandilleros, por “como visten y cómo andan (con dinero, drogas y armas)”, mientras en otras zonas en donde el control lo tiene la MS-13, la gente los ve como protectores de la comunidad, como los que evitan que otros grupos criminales causen daño a los habitantes, pero si se habla del Barrio 18, “la gente los mira con miedo”. La investigación señala que el Barrio 18 es considerado más violento que la MS-13, pero ambas tienen sus códigos de control en las zonas donde coexisten en sus comunidades.
La relación de los vecinos con los pandilleros no es de convivencia, en la mayoría de los casos, la misma se limita solo al saludo, aseveran algunos de los consultados, así como a acatar las órdenes que puedan emanar de éstos.
Entre algunas reglas que deben seguir los pobladores se encuentra bajar los vidrios al entrar a un área específica de la colonia; tener que recoger a los familiares en puntos designados y acompañarlos, o, tener que identificarse o circular hasta horas permitidas, en el caso de empleados de “oenegés” o instituciones estatales.
En sectores como la Rivera Hernández, en San Pedro Sula, la colonia Los Pinos y la Flor del Campo, en la capital hondureña, es prohibido por las pandillas formar patronatos. Los habitantes indican que el acatamiento de las reglas impuestas por los pandilleros dificulta el nivel de convivencia entre los vecinos, aumentando así los grados de desconfianza interpersonal.
Esta situación de sospecha continua ha limitado las interacciones sociales, algunos habitantes de las comunidades remembraban como antes se reunían por las noches en una esquina a platicar entre vecinos, pero ahora, prefieren no hacer celebraciones o festividades pues deben pedir permiso y algunos invitados de otro sector, no pueden “cruzar” para ir a esas reuniones porque vienen de un territorio controlado por otra pandilla.
En estas comunidades, muchas iglesias también se han visto obligadas a adaptarse a las reglas de las pandillas, en muchas ocasiones, haciendo de mediadoras.
Se estima que las maras o pandillas andan por alrededor de 15 mil miembros a nivel nacional, y en lo que va del 2015 al 2019, las fuerzas del orden han detenido a 2,257 miembros del Barrio 18 y 1,969 de la MS-13, para un total de 4,196 pandilleros.
La presencia de las maras y pandillas, según la investigación de la ASJ y el PNUD, está desplegada en las principales ciudades de Honduras y las regiones más pobladas, con mayores flujos migratorios y comunidades urbanas más marginadas.
En Tegucigalpa, la capital hondureña, los registros indican que la mayor presencia de la pandilla del Barrio 18 se encuentra en la zona sur de la capital y los mercados de Comayagüela, donde tienen presencia en 73 barrios y colonias. Por su parte, la MS-13 opera en unos 70 barrios y colonias y se concentra en la zona noroccidental y zonas periféricas.
Se cree que ambas maras pelean por el control de 12 barrios y colonias, señala la investigación. En el caso de San Pedro Sula, las maras y pandillas se concentran en el norte y oriente de la ciudad, con presencia en 69 barrios y colonias, incluyendo zonas como la Rivera Hernández que contiene varias colonias y vecindarios. La Pandilla Barrio 18 tiene presencia en 22 barrios y colonias, mientras que la MS-13 está en 58 barrios y colonias. (PD)