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¿Y ahora qué viene?

Julio Raudales

Conforme pasa el tiempo la pandemia cobra sus víctimas más allá de lo biológico. Las encuentra en la economía, en la mente y hasta en la noción de realidad. Esto último se ha debatido poco en la práctica, pero su presencia erosiona las certezas que el siglo XXI y la revolución tecnológica nos había impuesto. Hay un enrarecimiento incluso en los reclamos, todo queda suspendido en un enigma mayor: ¿Y ahora qué viene?

Robert Shiller, quien fuera galardonado con el Premio Nobel de Economía en 2013 por sus aportes en la incorporación de elementos de la sicología al estudio de los problemas económicos, dice que la pandemia ha provocado en la gente, lo que los sicólogos llaman la «heurística de la afectividad», un concepto clínico que dice que en situaciones críticas como la que estamos experimentando en 2020 y 2021, las personas toman decisiones con base en eventos que les provocan temor.

Creo que valdría la pena estudiar el comportamiento general de la sociedad hondureña y sus posibles secuelas, a la luz de los planteamientos de Shiller. Un notable sentimiento de desolación parece permear las decisiones a todo nivel en nuestro país. El cierre de pequeñas empresas, el aumento de casos de violencia intrafamiliar, la proliferación cada vez más evidente de casos de COVID, sumado a la ya vasta cantidad de enfermedades pre existentes y dañinas que atormentan de forma inveterada a la población.

A ello debemos agregar las patéticas decisiones de política con las que el gobierno pretende cubrir sus dos problemas ingentes: el evidente rechazo popular que, bien o mal, amenaza la estabilidad del tinglado gubernamental y el afán desorbitado por ganar las elecciones de noviembre con el fin de mantener la hegemonía del régimen y asegurar cuatro años más de control presupuestario.

El tercer elemento que atruena la voluntad de la ciudadanía es sin duda el poco valor que, en general, la opinión pública concede a quienes se perfilan como alternativas de cambio a la situación actual. Una encuesta publicada por el prestigioso Centro de Estudios para la Democracia (CESPAD), establece que cunde el pesimismo en la mayoría de los ciudadanos con respecto a la situación post electoral. Para el caso, si antes de la salida de la MACCIH, solo un 35% de los hondureños creíamos que la lucha anticorrupción tendría éxito, con la expulsión de la misión, apenas un 18% de la ciudadanía piensa que hay alguna esperanza en la eliminación de este lastre.

En cuanto a las expectativas de que alguno de los líderes opositores represente una esperanza de cambio, el veredicto público es tajante: 47% de las personas mayores de 18 años considera que no hay en la paleta electoral, ninguna persona digna de confianza. Vuelve al plató de nuevo la pregunta: ¿Y ahora qué viene?

Pero vale la pena retomar y leer con más cuidado la perniciosa actuación de quienes manejan el devenir político del país. Al fin y al cabo, estos lóbregos personajes que ayer oraban de forma casi burlesca en el muro judío, conscientes de sus desafueros y atropellos; aquellos que ahora seguramente disfrutarán orondos de algún partido de la EURO post pandemia movilizándose en el avión presidencial, tienen la ventaja de manejar con amplia certeza el erario, la recaudación y el acceso al financiamiento externo e interno que les permite otear de mejor manera el porvenir a corto plazo.

Por un lado, se encuentra la seguridad con que trabajan en la incorporación del proceso ZEDE al país. Al respecto, lo único que es verdaderamente patente es el clima de confrontación que alimenta. Lo demás, los posibles costos que los reclamos internacionales impliquen para las ya menguadas arcas del estado si finalmente el proceso se revierte, los efectos que se den por posibles brotes de violencia, impacto ambiental y lastres de marginamiento de las comunidades desplazadas. ¡En fin! nada halagüeño lo que depara el futuro en esta ventana.

Por el lado se la solución a la emergencia, ni el control de la pandemia, ni la reconstrucción deparan buenos augurios. La vacuna continúa en los cuernos de la luna y el proceso de reconstrucción desfallece al triste ritmo de la indolencia gubernamental. ¿Qué nos queda?

No hay nada nuevo bajo el sol ya decían los antiguos, y eso es cierto, pero solo para el sol, para nosotros cada despropósito es nuevo, y será preciso quitarnos la venda para saber lo que ahora viene.

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