Mi papá llegó a España en 1934, 2 años antes del inicio de la Guerra Civil. Esto le dio exactamente tres años de acceso a educación antes de que lo alcanzara el frente. Sin saberlo, había un plazo fatal después del cual sería difícil continuar los estudios. Afortunadamente, logró hacer los seis niveles de educación primaria en ese periodo, por lo que, al suspenderse la escuela en 1937, tenía su educación primaria completa.
Él decía que posiblemente le hubiese sido difícil retomarlo. La imposibilidad de tener acceso a más estudios (primero por la guerra y luego por la necesidad de laborar en la agricultura, en medio de las difíciles condiciones de España en la década de 1940), le hicieron ver que las oportunidades pueden ser frágiles y efímeras. Por tanto, derivó la lección de que cualquier actividad debe ser completada con la mayor velocidad posible, cuidando hacerla bien. Esto le sirvió para poder lograr alcanzar muchas metas de vida, más allá de lo esperado dadas las condiciones de origen.
Una segunda parte de esta historia es que no se rindió de aprender. Al no tener escuela se volvió en autodidacta, al grado de que pudo obtener un bachillerato por madurez en 1957, a los 30 años de edad- y poder acceder a educación superior. La otra parte de la lección es que el tiempo, aun con las oportunidades a las que aspiramos estando cerradas, nos sirve para crecer. La capacidad de acción no está en ellas, que son muy variables y distribuidas injustamente, sino en nosotros que no nos debemos dejar vencer.
“Pídanme cualquier cosa, menos tiempo”, decía Napoleón Bonaparte a sus mariscales. Este es el recurso más escaso, y podemos desarrollar un criterio de que aprovecharlo o perderlo es hacer crecer o disminuir nuestra vida misma. En cualquier actividad humana, pero con bastante visibilidad en los estudios, se puede aspirar a lograr culminarla con toda la celeridad posible.
Cada momento ahorrado sirve para construir nuevas experiencias y adquirir más conocimiento. Estas experiencias y conocimiento sirven de base para adquirir nuevos, y así se desarrolla un ciclo virtuoso de crecimiento. La mayor exigencia que se pone a uno mismo, tanto en esfuerzo como en aprendizaje, tiene efectos a futuro favorables más allá del tiempo ganado. Esto es porque muchas de las capacidades humanas (de creación, aprendizaje y trabajo) operan como un músculo, y si se ejercitan resultan en una mayor capacidad permanente. El efecto benéfico se extiende más allá de nosotros mismos. El ejemplo incentiva a los hijos y además a otros familiares, colegas y compañeros.
La tarea continúa a lo largo de la vida, y el crecimiento humano no está necesariamente relacionado con el prestigio o el dinero. Una vez saliendo de la presidencia, él se dedicó a la construcción de casas individuales (sin apoyarse en ingenieros o maestros de obra) perfeccionando el conocimiento de todas las áreas de una actividad tan compleja. Desde temprano se dedicaba a marcar, medir, organizar cuadrillas, verificar materiales, comprar en ferretería y las demás actividades de la construcción a pequeña escala. Los logros pasados no producían un desprecio por actividades que pudiesen considerarse mucho menos exaltadas, y más bien le dieron paz y júbilo en su vejez hasta su último día en esta tierra.
El camino de cada quien es distinto, ya que nuestras condiciones y capacidades varían muchísimo. La decisión consciente de aprovechar nuestro tiempo (teniendo o no lo que creemos merecer) sin importar la edad o condición nos compete a nosotros.