Tegucigalpa (Especial Proceso Digital) – Los centenarios y principales bastiones de la historia democrática de Honduras, como son el Partido Liberal y el Partido Nacional, sufren en este nuevo siglo, los peores reveses políticos con estrepitosas derrotas que les obliga a hacer una pausa para valorar sus acciones y tomar la decisión de resurgir fortalecidos o languidecer frente a los próximos procesos electorales por no adecuarse a las demandas de los tiempos.
El primero en resquebrajarse en su membresía y militancia fue el Partido Liberal (PL) con más de 130 años de fundación e impulsor de enormes reformas y leyes a favor de la población, como el Código del Trabajo o la seguridad social, por citar algunas. De ser un partido de centro derecha y con una historia de sus fundadores vinculados al surgimiento de la República, el PL ahora vive de los recuerdos, tras la fractura sufrida en el 2009 con el golpe de Estado que expulsó del poder al entonces presidente, Manuel Zelaya Rosales, surgido de las entrañas del liberalismo.
Esa factura empezó a acicatear al PL y el liberalismo, acostumbrado a convivir con diversas fuerzas ideológicas internas con las cuales siempre encontraba el consenso y el camino del diálogo. Era un partido muy beligerante y con una de las militancias políticas más fuertes en el país y la región centroamericana.
Pero su declive se veía venir, la resistencia de su dirigencia a modernizarse y dar paso a lo interno a relevos generacionales naturales y no impuestos, como ha sido una de las tradiciones liberales, tuvo en el golpe de Estado de 2009 el punto de quiebre a lo interno y a lo externo. De tener 45 parlamentarios en el congreso Nacional, su representación bajó a 27, luego a 26 y actualmente, de acuerdo a las proyecciones preliminares del CNE, andarían por unos 21 diputados.
La caída del liberalismo es evidente, y en los comicios generales del 28 de noviembre su debilitamiento se agudiza, queda en una tercera fuerza política, como ha sido en estos últimos tres procesos, pero una fuerza política distante de sus dos contendores: Libertad y Refundación (Libre) y el Partido Nacional (PN), último actualmente en el poder hasta que lo entregue el 27 de enero de 2022 al izquierdista Libre.
El PL, viviendo de los recuerdos
Libertad y Refundación, es una incisión del liberalismo y en las elecciones generales del 28 de noviembre, una gran parte de la militancia liberal se fue para Libre, y esos no regresarán. Otros decidieron constituirse en “oposición liberal independiente” para acompañar a Libre, pero están más lejos del PL y más cerca de integrarse plenamente a Libre, aunque en su discurso digan lo contrario. Hasta para el Partido Salvador de Honduras (PSH), saltaron algunos, en su afán por ser protagonistas políticos con algún grado de relevancia.
El PL enfrenta una crisis interna profunda de liderazgo y las divisiones entre las fuerzas conservadoras del status quo y los caudillismos, y quienes pujan por abrir el liberalismo, renovar con cuadros jóvenes y dar espacio a nuevas voces para hacer del partido algo más dinámico e inclusivo, tienen atrapada a la institución que ha perdido su identidad partidaria y carece de una escuela de cuadros de relevo. Ese centenario partido político que fue referente de gestas históricas, vive una especie de negación interna de sus problemas, y prefiere cautivar a un electorado—mayoritariamente joven—con los recuerdos del pasado, una bandera que ya no es suficiente.
Algunos de sus integrantes, como Enrique Ortez Sequeira, son del criterio que el futuro del PL y sus reformas, deben ser conducidas por un grupo de notables, donde las fuerzas en pugna se hagan a un lado, y los dejen trabajar en las reformas doctrinarias y la identidad partidaria para ser presentadas en la convención del partido y comenzar un nuevo camino de transformación con sangre nueva y liderazgos creíbles que no vinculen a ese partido con los actos de impunidad y de corrupción que le han desgastado en los últimos años.
Una derrota apocalíptica
Pero no solo el PL enfrenta problemas: el otro centenario partido en crisis, es el Partido Nacional (PN) con más de 118 años de existencia, considerado de derecha y uno de los dos partidos, junto al PL, de mayor vigencia en Honduras, con quienes, hasta el 28 de noviembre de 2021, habían compartido la presidencia de la República. El PN, actualmente en el poder, perdió las elecciones generales frente al izquierdista Libre, un partido de izquierda que asumirá por primera vez la conducción del país.
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Tras 12 años de estar en el poder de forma consecutiva, el PN recibió una catastrófica derrota, producto del desgaste natural de tres períodos al hilo dirigiendo los destinos de Honduras, sus desaciertos, de los escándalos de corrupción y criminalidad organizada en que se vieron involucrados algunos de sus líderes, el abuso de autoridad y la concentración del poder.
Considerado como uno de los partidos más organizados de Centroamérica, con una militancia que sigue siendo fuerte, más de un millón de personas, el PN no pudo en estos comicios retener el poder de manera consecutiva por cuarta vez, y su derrota ha llevado a pensar en su reestructuración interna, revisión de su doctrina y recobrar su identidad partidaria, pues hasta el color de la bandera del partido le fue quitado o al menos invisibilizado en la actual campaña.
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De cara al reciente proceso, los liderazgos que asumieron en el Partido Nacional no han logrado afianzar un sentimiento doctrinario del partido, más allá del clientelismo electoral, y la derrota sufrida los obliga a verse internamente, aplicar las reformas necesarias, dar paso a nuevos liderazgos más comprometidos con la filosofía y doctrina del partido, que con el protagonismo o los beneficios personales que éste les pueda dejar.
Sectores tradicionalmente nacionalistas ya plantean la necesidad de convocar a una convención extraordinaria para iniciar las reformas y el relevo direccional ante los desaciertos y falta de compromiso doctrinario con la justicia social, la libertad y la democracia que han caracterizado a la institución.
El nacionalismo ha entrado a un profundo desgaste como el suscitado en el Partido Liberal, y siendo ambos institutos, centenarios y ligados a la historia republicana del país, están obligados a modernizarse y democratizarse para resurgir y no languidecer con los próximos procesos electorales, como podría ser la tendencia si no asimilan sus derrotas, estiman los analistas.
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Los nacionalistas, buscan de momento, quién será el líder que rescate ese partido, que al igual que los liberales, ha empezado a evidenciar sus divisiones internas en la opinión pública, haciendo a un lado una de sus características centenarias: no ventilar los problemas en casa en público. Al igual que el PL, se encuentran en una crisis de negación, la derrota no termina de ser asimilada.
En pleno siglo XXI dos centenarios partidos políticos hondureños que han sido el pilar de la historia republicana y democrática del país, enfrentan sus propios fantasmas, tienen el reto de modernizarse y democratizarse, o morir en el intento, ante el surgimiento de nuevas fuerzas políticas, volátiles unas, en crecimiento otras, pero sin una doctrina e identidad partidaria, la mayoría. (PD)