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A 13 días, el liderazgo que define la recta final

Por: Javier Franco Núñez

Honduras está a trece días de una elección donde puede haber ambiente de fiesta política, pero con una ciudadanía cansada, tensionada y con muchas dudas sobre cómo terminará este proceso. Entre titulares, discursos encendidos y rumores diarios, se pierde de vista algo esencial: En los últimos días, se ha dado una reconfiguración más clara que la narrativa del ruido del fraude.

En los últimos meses hay una coincidencia lineal del votante hondureño de que no está actuando desde la vieja lealtad partidaria. La mayoría está votando desde la experiencia, desde lo que ha vivido y desde lo que espera cambiar. No es una elección de ideologías cerradas. Es una elección de cansancio, esperanza y necesidad. En ese ambiente, el ingeniero Salvador Nasralla sobresale como una de las fuerzas de oposición, que más allá de encabezar el liderazgo, la clave es cómo se está moviendo el electorado.

Un factor explica buena parte del panorama: Los 750,000 nuevos votantes. Es la primera vez que un grupo tan grande, tan joven y ajeno a la política tradicional tiene tanto peso en una elección. Son ciudadanos que no se mueven por maquinaria territorial ni por promesas repetidas. Se mueven por percepciones de autenticidad, confianza y claridad. No cargan con las viejas peleas partidarias. Evalúan lo que ven y cómo lo sienten. Y en un país donde la frustración por la economía y el deterioro institucional es evidente, estos nuevos votantes suelen inclinarse por propuestas de cambio.

A la par de este movimiento social, también se ha vuelto visible otra disputa: La disputa por la legitimidad. En las últimas semanas han surgido discursos que buscan instalar desconfianza antes de que se cuenten los votos. No es nuevo en América Latina. Cuando ciertos actores saben que los números no les favorecen, comienza el relato de fraude anticipado. Ese relato no siempre está basado en hechos, sino en la necesidad de sembrar duda para influir en la opinión pública.

Aquí entra un elemento que no se puede ignorar: La vigilancia internacional. Estados Unidos, congresistas republicanos, autoridades diplomáticas y la Organización de Estados Americanos han manifestado que seguirán de cerca el proceso hondureño. No es una formalidad. Es una señal clara. Este tipo de presión reduce el espacio para cualquier intento de manipulación, retraso injustificado o discurso de fraude sin sustento. En otros años, la ausencia de supervisión permitió narrativas más fuertes. Hoy, la presencia internacional actúa como un freno.

Otro punto crítico será el comportamiento de los tres concejales del Consejo Nacional Electoral. Honduras necesita claridad, no contradicciones. Si cada concejal saliera a dar un resultado diferente, el caos se multiplicaría. La calma depende del TREP, de la rapidez del flujo de datos y de un mensaje unificado. La gente no quiere discursos políticos la noche de la elección. Quiere información confiable.

La pregunta central no es quién ganará, sino cómo reaccionará el país al resultado. Hay suficientes señales de que la ciudadanía está decidida a participar. Pero también hay señales de que algunos actores están listos para disputar la narrativa. La noche del 30 de noviembre puede ser tranquila o puede ser ruidosa, según cómo se manejen los mensajes, la transparencia y la velocidad de los datos.

Al final, esta elección definirá mucho más que un ganador. Definirá la relación del país con la verdad, con la transparencia y con la manera en que entendemos la democracia. A trece días de votar, Honduras no necesita más ruido. Necesita claridad. Necesita hechos, no rumores. Y necesita un proceso que devuelva confianza, no que la siga erosionando.

Lo que viene el 30 de noviembre no es solo un cambio de autoridades. Es una prueba para ver si hemos aprendido algo de nuestra historia reciente o si insistimos en repetir los mismos errores. La decisión está cerca. Y esta vez, más que nunca, el país necesita lucidez.

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