
“La oposición se juega su futuro en la coherencia de su discurso, no en las consignas trasnochadas del pasado.”
El estallido juvenil en Nepal no fue un accidente lejano: fue la expresión inevitable de una generación que, al no reconocerse en las urnas, decidió hacerse escuchar en las calles motivada por la desolación. Miles de jóvenes, hartos de promesas vacías, ocuparon plazas reclamando dignidad y futuro. Honduras debería leeresa escena como una advertencia.
El 30 de noviembre, más de 6.3 millones de ciudadanos están convocados a votar. De ellos, 600 mil lo harán por primera vez y casi el 40 % del padrón son menores de 30 años. Ese bloque, totalmente ajeno al voto duro y a las fidelidades partidarias tradicionales, es el verdadero punto de inflexión. Allí se decidirá el rumbo de las próximas elecciones y, con ello, el destino del país.
Las encuestas muestran un empate técnico entre Libre y el Partido Nacional, ambos con un 30-36 % de intención de voto; el Liberal ronda el 30 %. Pero lo decisivo no está en esos porcentajes, sino en el silencio de los indecisos y de quienes contestan “ninguno”. Ese voto oculto —pragmático, desconfiado, difícil de seducir con retóricas gastadas o consignas ideológicas— es el que puede inclinar la balanza si encuentra en alguien coherencia, credibilidad y futuro.
Hoy, la política hondureña parece atrapada en una parálisis discursiva. Libre insiste en su retórica de refundación, pero arrastra un déficit de resultados: la corrupción sigue impune, la transparencia es inexistente, la promesa de la CICIH se desvanece y el nepotismo alcanza niveles inéditos. El Partido Nacional evoca la “estabilidad” y la “experiencia”, pero carga con el lastre de su historial de corrupción y narcotráfico, además de ser el arquitecto de la nefasta reelección que abrió la puerta a la crisis actual. El Partido Liberal, con Salvador Nasralla, intenta erigirse en alternativa ética, pero lo hace desde unaestructura trasnochada, incapaz de renovarse con la urgencia que exige el presente. Los partidos menoresapenas ensayan discursos sobre ambiente o derechos humanos, pero carecen de alcance real. Todos, en mayor o menor medida, siguen hablando un lenguaje que las generaciones Y y Z no entienden ni reconocen.
Ese voto joven exige otra lógica: educación conectada al futuro, empleo digno, salud mental, movilidad social, digitalización y participación real en las decisiones. No busca caudillos ni consignas vacías, sinopruebas concretas y coherencia ética. Sin duda, El big data debería ser la brújula de la oposición:identificar indecisos, mapear territorios,
segmentar mensajes, responder a preocupaciones específicas. Sin esa precisión, todo discurso es mero ruido.
La oposición debe entender que reducir su programa a la simple crítica del gobierno es fatal. Si quiere ganar, necesita articular una narrativa distinta, sustentada en medidas claras, verificables y transformadoras, capaz de convertir la frustración en confianza y en esperanza. Nepal recordó al mundo que, cuando la política falla de forma consecutiva, la juventud convierte la calle en su arena política.
¿Está la oposición aún a tiempo de evitarlo? No lo sé. Pero de algo sí estoy segura: la victoria no seráde quien repita viejas consignas, sino de quien logre encarnar un futuro creíble y verificable. Quien lo entienda conquistará el poder; quien lo ignore, quedará condenado a la derrota.







