
Una caminata de fe que se transformó en soberanía viva.
En la historia de los pueblos hay momentos en que la dignidad se manifiesta sin convocatorias partidarias, sin arengas ideológicas, sin intereses clientelares. Hay instantes en los que la ciudadanía, en su estado más puro, se levanta en nombre de algo superior, su fe y la conciencia moral colectiva. Fue un recordatorio de que “no te olvides quien soy”. “Aquí estoy”.
Eso ocurrió en Honduras. Lo que el país presenció no fue solo una expresión religiosa, ni un acto litúrgico: fue una irrupción ética de dimensiones constitucionales. Fue el pueblo, movilizado desde sus raíces culturales más profundas,la fe, la historia, la identidad, la familia, enviando un mensaje ineludible al poder, «Hasta aquí. El alma de la nación no se negocia.»
¿Por qué ese momento historico? Porque la fe no está avasallada,ni conquistada. Porque en una Honduras donde las instituciones no tienen credibilidad, la Iglesia en sus expresiones evangélica y católica han conservado algo que el poder ha perdido, autoridad moral y legitimidad social.
Funcionó porque el mensaje no vino del cálculo político, sino del corazón de un pueblo cansado de la manipulación. Fue un mensaje nacido del alma, no del poder. Porque no prometio cargos, sini valores, etica, y moral.No fue un llamado al voto, fue un grito de pertenencia. «Todavía somos nosotros los que decidimos. Todavía somos una nación. Todavía creemos en algo.»
Esta caminata fue la afirmación de una declaración popular de principios que no necesita tinta para existir, porque está escrita en la conciencia nacional.
En ese sentido, la caminata fue un acto de interpretación constitucional. Una interpretación no jurídica, sino viva, la ciudadanía caminando, el sentido profundo del artículo 2 de la Constitución, ejerciendo su soberanía no en las urnas, sino en la calle, con dignidad, con fe, con paz y con esperanza.
¿Qué une a una sociedad desgarrada por la corrupción, la desigualdad, y la captura de sus instituciones? No lo hace un partido. No lo hace un caudillo. Lo hacen los valores comunes que aún subsisten, la fe como forma de critica, la libertad como condición humana, la justicia como esperanza.
La caminata fue precisamente eso, una convergencia emocional y ética, una comunión no eclesiástica, sino civilizatoria. Fue una Honduras diversa, empobrecida, golpeada, la que caminó. Pero también fue una Honduras lúcida, ancestral, creyente, valiente. Fue una nación que se recordó a sí misma. Que recordo “no puedes quitarme la democracia, mi libertad, no puedes decidir por mi.”
El silencio de la caminata dijo más que mil discursos
“No puedes controlarme. No puedes definirme. No puedes arrebatarme lo que soy, lo que creo, mi fe, mi historia, mi derecho a decidir.”
Es un mensaje que el poder, los partidos politicos, las insituciones del estado, deberían leer como advertencia, hay un límite que no puede cruzarse. Ese límite no solo es legal, es moral. Y cuando el poder cruza ese límite, el pueblo con fe, con valores, con dignidad se levanta.
“Cuando el poder olvida que la nación tiene alma, y que no es un botín, el pueblo camina… y al caminar, la Constitución se vuelve carne.”