«Nos ha dejado el jugador más grande de la historia del Real Madrid, el mejor futbolista de todos los tiempos», dijo el presidente del club, Florentino Pérez, en una comparecencia en el Estadio Santiago Bernabéu dos horas después del óbito.
«Hoy el Real Madrid y todo el madridismo repartido por todo el mundo viven una enorme tristeza y un enorme pesar. Aquel futbolista que se enfundó por primera vez la camiseta blanca un 23 de septiembre de 1953 en este estadio nos ha dejado, aunque su leyenda sobrevivirá eternamente», agregó el presidente.
Las reacciones de pesar se produjeron rápidamente en todos los confines del planeta. Los Reyes de España remitieron desde Lisboa un telegrama de condolencias a la familia del mítico futbolista. Don Felipe y doña Letizia conocieron la triste noticia tras el almuerzo de honor que les ofreció el jefe del Estado luso, Aníbal Cavaco Silva, en el Palacio Nacional de Queluz.
El presidente de la FIFA, el suizo Joseph Blatter, se declaró «muy triste» por la muerte del que consideraba su «jugador favorito» y «el más completo» de los que ha visto en su vida. «Ha partido una leyenda», subrayó desde Brasil, donde asiste al Mundial.
Di Stéfano, por sobrenombre «La Saeta Rubia», murió sobre las 17.15 horas, según informaron a EFE fuentes familiares, en el hospital Gregorio Marañón de Madrid, en cuya Unidad Coronaria permanecía desde el sábado en coma inducido, con intubación orotraqueal y ventilación mecánica.
Considerado uno de los cuatro grandes del fútbol mundial junto con Pelé, Diego Maradona y Johan Cruyff, Di Stéfano sufrió el pasado sábado una parada cardíaca sobre las 17.00 horas, cuando salía de un restaurante en la calle Juan Ramón Jiménez (junto al Santiago Bernabeu), donde había celebrado con la familia su 88 cumpleaños.
Di Stéfano sufrió un desvanecimiento y fue atendido por una dotación del SAMUR Protección Civil, que al cabo de 18 minutos de reanimación cardiopulmonar logró sacarlo de la parada cardiorrespiratoria.
Había sufrido diversas afecciones cardíacas en los nueve últimos años. En abril del pasado año fue ingresado en el Hospital La Fe de Valencia para «un control periódico de su enfermedad cardíaca».
En diciembre del 2005 había sufrido un infarto agudo de miocardio cuando se encontraba en Valencia y se le implantó un cuádruple ‘bypass’ en el citado hospital.
Los problemas cardiológicos del que fue jugador del River Plate argentino, el Millonarios colombiano, el Real Madrid y el Espanyol se remontan a ese año, cuando se encontraba en Valencia en casa de una de sus hijas para pasar la Nochebuena y la Navidad.
Tras sentirse indispuesto, ingresó en la madrugada del día 24 de ese año en el hospital de Sagunto, donde se le diagnosticó un infarto agudo de miocardio que le ocasionó «severas estrecheces» en la arteria coronaria izquierda y sus ramificaciones.
Di Stéfano, nacido el 4 de julio de 1926 en Buenos Aires (Argentina), llegó al Real Madrid en 1953 y jugó en el equipo blanco hasta 1964, en una de las etapas más gloriosas del madridismo. Se fue 1964, con 38 años, tras perder la final de la Copa de Europa, dejando atrás 510 partidos oficiales con el equipo, en los que marcó 418 goles.
Nacionalizado español, di Stéfano vistió la camiseta de la selección en 31 partidos y marcó un total de 23 goles, aunque no pudo disputar ninguna fase final de un Mundial.
En el año 2000, la junta directiva del Real Madrid, bajo la presidencia de Florentino Pérez, le nombró presidente de Honor.
Di Stefano, un genio hasta la última célula
La grandeza llega a los clubes de fútbol conforme acumulan trofeos pero solo se convierten en legendarios por sus grandes jugadores, mitos de un solo molde como el singular Alfredo Di Stefano, genio hasta la última de sus células.
Su muerte en Madrid el lunes 7 de julio de 2014 mutila una parte sustancial de la historia del fútbol moderno, acongoja a los que se emocionaron con sólo escuchar los relatos de sus virtudes y gestas, y lega una herencia impagable a los aficionados que sí tuvieron esa fortuna de verle jugar al fútbol.
Di Stefano (Barracas, Buenos Aires, 4 de julio de 1926) fue pionero en propagar un espíritu universal, casi indescifrable, que convirtió este juego en un deporte de masas. Su pérdida también abre nuevos interrogantes para los amantes de la mitología deportiva y los fenómenos sociológicos.
Barracas, Buenos Aires, Argentina, Madrid y España lloran especialmente su muerte. Dormita el dolor en Buenos Aires, en el barrio de La Boca; en los clubes del River y Huracán. Llora Madrid y el Real, en donde el futbolista más polivalente que pisó hierba diera sus mejores recitales.
Los más jóvenes lamentan que don Alfredo naciese en un momento en donde la tecnología alcanzaba sólo al celuloide cinematográfico.
Quedaron para la posteridad algunas de las perlas futbolísticas salidas de los pies de Di Stefano, con las escasas imágenes en blanco y negro de los archivos del No-Do o Televisión Española.
Se antoja un equipaje demasiado liviano para las once temporadas completas que la ‘Saeta Rubia’ vistió la camiseta del Real Madrid, con 307 goles y 403 partidos oficiales, para 8 títulos ligueros y 5 Copas de Europa.
La ‘Saeta Rubia’. El sobrenombre que la afición del River Plate colocó para siempre sobre los hombros de Di Stefano, pues el delantero era tan veloz como uno de aquellos modernos aviones de los años 40 y 50 con propulsión trasera a reacción (para el vulgo, ‘Saetas’) y por su cabellos rubios.
En 1947, se convirtió en el máximo goleador de la liga argentina. Su velocidad, endiablada, le facilitó el apodo. La ‘barra brava’ de River le cantaba en el Monumental de Buenos Aires: «Socorro, socorro, que viene la Saeta Rubia con su propulsión a chorro…».
El hombre que revolucionaría el fútbol europeo y mundial fue, después, madridista, pero antes pudo vestir la elástica del Barcelona, el máximo rival.
Kubala no tuvo, al fin, a Di Stefano como compañero, y éste junto a jugadores como Copa, Rial, Gento y Puskas formó parte esencial del Real Madrid casi imbatible y mejor equipo del mundo.
En la primavera de 1966, una tarde del 3 de abril, Di Stefano jugó su último encuentro oficial. Militaba entonces en el Español de Barcelona y se retiraba, por diversas circunstancias, sin poder disputar Mundial alguno, ni con Argentina ni con España.
Un año después, el 7 de junio, fue homenajeado en el estadio Santiago Bernabeú, en partido frente al Celtic escocés.
En el minuto 13 de aquel amistoso que abarrotó el coliseo de la entonces Avenida del Generalísimo -hoy Paseo de la Castellana-, la calle que vertebra la capital, Di Stefano cedió el brazalete de capitán a Grosso.
El instante selló una carrera. Pero el advenimiento de otra etapa para el mejor futbolista del mundo estaba por llegar.
Di Stéfano debutó como entrenador con el Elche. Después dirigió al Boca Juniors, Valencia, Real Madrid, Sporting de Lisboa, Rayo Vallecano, Castellón y River Plate.
Sara, la esposa de Di Stéfano que murió antes que él afectada por la enfermedad de Alzheimer, confesó que no era feliz viendo a su marido en el banquillo.
«He sido muy feliz cuando él era jugador. De entrenador, no (…) A mí me gustaba mucho el fútbol. Pero, después de ver a Alfredo como entrenador veinte años, ya me gusta menos. La gente te insulta y que insulten a toda la familia para ganar dos duros no vale la pena», fue la frase de Sara que recoge el libro de memorias del futbolistas, titulado ‘Gracias, vieja’, y escrito por los periodistas Alfredo Relaño y Enrique Ortego, editado en el año 2000 cuando Di Stefano tenía ya 73 años.
Dotado de un fino humor, el ‘9’ del Real Madrid sufrió un secuestro en Caracas, en agosto de 1963; rodó tres películas, admitió que la mafia llegó a extorsionar a su familia, recibió dos ‘Balones de Oro’, un ‘Súper Balón de Oro’ (1989) y regateó a un infarto agudo de miocardio a finales de 2005.
Ese mismo año, Di Stefano quedó viudo. Años después, uno de sus seis hijos, Nanette Norma, también fallecería días antes de la Navidad, en 2012.
Tan libre para vivir como esclavo para morir. Di Stefano amó la vida hasta el infinito y vivió con pasión el fútbol. El mejor futbolista de su época (años 50 y 60) y puede que el mejor de todos los tiempos no pudo con el último regate ante su peor enemigo, la muerte.
‘Gracias, vieja’ fue el título de sus memorias y dedicada, con esta frase, a la pelota, el instrumento con el que fabricó placer, fama, fortuna y leyenda.
Precisamente en la vitola de club legendario que abraza al Real Madrid contribuyó de manera notable ‘La Saeta Rubia’. Así lo supieron reconocer en la propia entidad blanca, pues en los últimos 13 años ejerció como presidente honorario.
También el Real Madrid puso su nombre al estadio en donde juega el equipo filial y se entrena la primera plantilla. El día de su inauguración, hace siete años, Di Stefano dejó una de sus frases proverbiales: «Agradezco poder disfrutar en vida porque, en este país, lo normal es que te hagan los homenajes cuando has cruzado la raya».
Su idilio con la vida tuvo límites razonablemente libres. «Cartujo nunca fui», señala Di Stefano en sus memorias.
De esta forma, y ya octogenario, fue noticia sorprendente por su relación con Gina González, su secretaria personal costarricense y 50 años menor que él. Su relación duró seis años, hasta que Silvana, Alfredo, Helena, Sofía María e Ignacio Di Stefano Freites, los hijos y herederos del astro del fútbol, se negaron a una anunciada boda.
Sus últimos abrazos sentidos, postrado en una silla de ruedas, fueron para los socios que recibieron la insignia del Real Madrid por sus 50 años o más de carné, testigos de sus gestas, regates y centros.
Pero el dolor cae ahora como la noche e inunda con su silencio los campos y canchas de Argentina y España, dos países en donde hoy el fútbol se ha detenido, gélido, pálido por la muerte del mito, de un genio de la ‘vieja pelota’.