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Siempre hay un bayunco por ahí

Por: Javier Franco Núñez

Hay palabras que se lanzan como piedras. Lo hace aquel que habla de una manera tosca, improvisada, salpicada de ocurrencias que busca más la carcajada o la provocación que la claridad. Ese es un “Bayunco”.

También el bayunco se acomoda en la silla del opinador perpetuo. Señala fallas como si eso bastara para participar, interrumpe al que trabaja como si eso fuera aportar. Y cuando a la bayunquería se le suma la envidia, la mezcla se vuelve corrosiva: el bayunco envidioso no soporta el éxito ajeno porque le recuerda su propia inacción. Entonces no critica para mejorar, sino para boicotear. Un bayunco es ruido; un bayunco envidioso es corrosión pura, que actúa en silencio hasta desgastar las estructuras.

Un bayunco también habla pasivo-agresivo, usando la broma como camuflaje para herir o desacreditar, y ahora con el tiempo, dejó de ser solo una forma de hablar para convertirse en una forma de actuar: opinar mucho, hacer poco y nunca construir.

El estudio Consequences of Unhappiness While Developing Software (Consecuencias de la infelicidad durante el desarrollo, 2017) mostró que la negatividad crónica afecta el bienestar mental, el proceso de trabajo y los resultados.

Más recientemente, Role of Workplace Bullying and Workplace Incivility for Employee Performance: Mediated-Moderated Mechanism (Papel del acoso laboral y la incivilidad en el desempeño: mecanismo mediado-moderado, 2024) confirmó que conductas hostiles, muy similares a la bayunquería, reducen el rendimiento y erosionan la moral.

El crítico útil señala con el propósito de mejorar; el bayunco, en cambio, señala para demostrar que “él ya lo sabía” o que “todos están equivocados menos él”. Esta diferencia no es retórica: en términos de impacto, uno suma, el otro resta.

Y si hablamos de su hábitat, las redes sociales son el paraíso del bayunco. En Facebook, se luce con comentarios kilométricos que empiezan como anécdota y terminan como sermón. En Twitter/X, dispara sarcasmos y frases cortas como si cada tuit fuera un decreto. En TikTok, baila y dramatiza “lo que todos piensan, pero nadie dice”, convencido de que está haciendo periodismo de investigación. En los grupos de WhatsApp, envía audios eternos, memes reciclados y noticias dudosas que “alguien le mandó”. Y en los comentarios de YouTube, explica con autoridad cómo lo haría mejor… aunque nunca lo haga.

Pero el bayunco no solo es un problema individual: su influencia, cuando se normaliza, erosiona la cohesión social y debilita el tejido que sostiene el desarrollo de un país. Sociedades que dan más espacio a la descalificación que a la cooperación terminan gastando energía en discusiones estériles, perdiendo oportunidades de progreso y alimentando una cultura donde la desconfianza sustituye a la colaboración. Un ejemplo simple: un proyecto comunitario para mejorar un parque puede tardar meses o incluso fracasar, no por falta de recursos, sino porque un grupo reducido se dedica a cuestionar cada idea, sembrar dudas y desacreditar a quienes lideran la iniciativa. Al final, la grama no se corta, los juegos no se reparan y el parque sigue igual, pero el bayunco se siente satisfecho porque “demostró” que nada funcionaría.

En política, en el trabajo o en la comunidad, el problema no es la crítica, sino la crítica que no construye. El avance no lo logran las lenguas que estorban, sino las manos que hacen. Y si queremos el futuro que decimos anhelar, no podemos quedarnos viendo desde la grada: hay que bajar a la cancha, ensuciarse las manos y construir.

Porque los bayuncos siempre estarán ahí… lo que marcará la diferencia es si les damos el poder de frenar o si los dejamos hablando solos.

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