Con preocupación he venido observando el comportamiento de nuestros gobernantes en el ámbito de las relaciones internacionales. Mi madre siempre me dijo que “dime con quién andas, y te diré quién eres”. A juzgar por los discursos y las decisiones tomadas, pareciera que hemos optado por pertenecer al club de los autócratas, de los dictadores y de los violadores de los derechos humanos.
Nuestros gobernantes se desgañitan intercediendo por Nicaragua, Cuba y Venezuela y procuran congraciarse con China y Rusia. Véase si no el ridículo espectáculo que patrocina el ilegal e ilegítimo presidente del Congreso al asistir a la reunión del parlamento Ruso. ¿Qué esperan aprender nuestros diputados en ese viaje? ¿Cómo supeditar más eficientemente el poder Legislativo al Ejecutivo? ¿Cómo incrementar la opacidad en las actuaciones del poder Legislativo? ¿Cómo envenenar o hacer explotar en el aire los aviones que transportan a los opositores políticos? ¿Cómo invadir a los vecinos alegando que fueron estos los que provocaron la “operación militar especial”? ¿Cómo evadir las órdenes de arresto de la Corte Penal Internacional? Simple y sencillamente no entiendo su comportamiento. Pero analicemos en más detalle la situación para que podamos entender mejor el comportamiento de quienes nos gobiernan.
En la recién celebrada asamblea anual de las Naciones Unidas nuestra Presidente fue a repetir el mismo discurso que hemos escuchado en múltiples ocasiones. Que Estados Unidos elimine las sanciones que ha impuesto a los dictadores y a las cofradías que gobiernan a Nicaragua, Cuba y Venezuela.
Esa posición sería entendible, y hasta encomiable, si simultáneamente pidieran a los dictadores de esos países que abandonen el poder, que respeten los derechos humanos y liberen a los presos políticos, que permitan el retorno de quienes han sido exiliados, que se acuerde la libre organización y operación de los partidos políticos y que se celebre elecciones libres y supervisadas por las Naciones Unidas. Esa sería una posición equilibrada y digna. Abogar solamente porque se permita a los dictadores abusar y maltratar a la población equivale a hacer el ridículo en el ámbito internacional.
Diariamente escuchamos las tristes historias de los migrantes que atraviesan nuestro país. Según las Naciones Unidas, seis y medio millones de venezolanos han migrado. Por las calles de Tegucigalpa encontramos ahora a migrantes venezolanos convertidos en pordioseros. Según entiendo, la situación es más dramática en El Paraíso y Danlí. Igual sucede con la migración cubana, solo que en este caso el éxodo comenzó desde el milenio pasado. Cuba ha perdido a valiosos hijos quienes, obligados por la dictadura, partieron hacia Estados Unidos donde ahora brillan por el éxito que han logrado en una sociedad que les permitió el uso del talento que Dios les dio. Es impresionante ver el producto del talento, la libertad y el trabajo perseverante. Lástima que eso no haya sido posible en el país que les vio nacer. Duele ver como en nuestros países hemos dilapidado y frustrado el talento de nuestra gente. Y a pesar de ello, seguimos obligando a buena parte de nuestra talentosa gente a buscar su futuro allende de nuestras fronteras.
El caso de Nicaragua es quizás el más patético. El dictador de ese país se ha ensañado en contra de su gente. Ha violentado los derechos humanos de la población, ha asesinado a muchas personas por razones políticas, ha desterrado a decenas de personas, cerrado múltiples ONGs y últimamente la ha emprendido en contra de la enseñanza universitaria. Los dictadores y los autócratas detestan la libre cátedra en las universidades y nuestro Primer Ministro les hace coro al declarar que no tiene sentido leer y estudiar. Por todo esto resulta particularmente repugnante en este caso escuchar a alguien pedir que se levante las sanciones al dictador y su camarilla. Si a pesar de las sanciones esos dictadores actúan así, ¿qué podríamos pensar que ocurriría si supieran que pueden actuar impunemente y sin consecuencias? ¿Será que pensamos que los nicaragüenses no tienen derechos y pueden ser maltratados a gusto del dictador?
Nuestra política exterior debe basarse en nuestros principios fundamentales, la democracia, la libertad, la alternabilidad en el poder, el respeto a los derechos humanos, el compromiso con los más pobres y el cuidado de nuestro ambiente. Ese es el club al cual deberíamos aspirar pertenecer. Nuestras posiciones deberían ser mesuradas y basadas en nuestros principios democráticos. Ya Gandhi lo dijo, es un pecado practicar la política si esta no es sustentada en principios loables. Nuestra política exterior debería procurar el bienestar de nuestra población, incluida la diáspora. Esto último debería llevarnos a procurar una relación especial con aquellos países que han acogido a nuestros migrantes.
Esto es lo que necesitamos, y no el ridículo espectáculo que protagonizó el ilegítimo presidente de nuestro Congreso en su viaje a Rusia donde fue a pedir que se nos permita el acceso al banco de los BRICS ya ofrecer su apoyo para mejorar la relación entre los parlamentarios rusos y los latinoamericanos. Y justo cuando hace esto, la prensa internacional informa de otro ataque ruso a Ucrania en el cual perecieron más de cuarenta civiles. Patético. Parece que nuestra política exterior está regida por nuestro deseo de pertenecer a cuanto banco multilateral exista. Allí está el Banco del Alba. Seguro que en ese mamotreto quebrado nos aceptarán. Triste y sombrío panorama de nuestra política exterior. Seguimos dando palos de ciego. El comportamiento de quienes nos gobiernan nos cubre de vergüenza. Dios quiera que rectifiquen y adopten una posición de altura, pero lo dudo. Mientras tanto solo queda recordarles que “dime con quién andas, y te diré quién eres”.