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Nuestra deuda con el gran escritor y activista afroestadounidense Randall Robinson

Amy Goodman

El 6 de enero de 2021, el reportero gráfico Saul Loeb concurrió al Capitolio de Estados Unidos para cubrir el recuento y certificación de votos del Colegio Electoral por parte del Congreso. Loeb terminó tomando algunas de las fotografías más icónicas de la insurrección que se suscitó finalmente ese día. Una de esas fotos muestra a cuatro hombres blancos sentados en la Rotonda del Capitolio. Detrás de ellos cuelga un enorme cuadro, “La rendición de Lord Cornwallis”, que representa la victoria militar de George Washington sobre los británicos en 1781. Dos de los insurrectos están mirando hacia arriba, aparentemente hipnotizados por el enorme fresco que adorna la cúpula del Capitolio.

El fresco, denominado “La apoteosis de Washington”, fue pintado por Constantino Brumidi en 1865. Tal como lo describe el sitio web de la Oficina del Arquitecto del Capitolio, la obra muestra el momento en que “George Washington se eleva gloriosamente al cielo”.

La foto de Loeb nos trajo el recuerdo de otro perspicaz espectador de la misma obra, Randall Robinson, el destacado escritor y activista afroestadounidense que murió esta semana a la edad de 81 años. Robinson nació en 1941 en el estado de Virginia, donde regían las leyes segregacionistas de Jim Crow. Tras graduarse como abogado en la Facultad de Derecho de la Universidad de Harvard, Robinson se fue a trabajar a la ciudad de Washington D.C. En 1977, cofundó la organización TransAfrica, con el fin de impulsar una política exterior justa de Estados Unidos con respecto a los países africanos y caribeños. Randall Robinson fue arrestado en numerosas ocasiones en algunas de las manifestaciones más efectivas contra el apartheid sudafricano realizadas en Estados Unidos. También fue un acérrimo defensor del pueblo haitiano y alzó su voz contra los golpes de Estado en Haití, que han contado con el respaldo de Estados Unidos y han tenido consecuencias devastadoras para ese país.

Randall Robinson conversó numerosas veces con Democracy Now! En 2001, al hablar sobre su libro “The Debt: What America Owes to Blacks” (La deuda: lo que Estados Unidos le debe a los negros), Robinson describió la repentina comprensión que experimentó mientras contemplaba el fresco de la Rotonda del Capitolio:

“Sesenta figuras vestidas con túnicas rodean a George Washington. Cinco de ellas sostienen un cartel [escrito en latín] que dice ‘E pluribus unum’ (De muchos, uno), pero las sesenta personas son blancas. Y un poco más abajo […] hay un friso que representa escenas de la historia estadounidense, que describen nuestro desarrollo como nación desde la era de los descubrimientos hasta los albores de la aviación. Pero, en esas escenas, no aparecen ni [Frederick] Douglass ni [Harriet] Tubman ni [Sojourner] Truth ni ninguna otra persona negra”.

Robinson continuó: “Y luego, hay unas enormes pinturas al óleo montadas en […] esos enormes bloques de arcosa. Estas pinturas también representan escenas de la historia estadounidense. [Tampoco] hay en ellas ninguna persona negra. […] Sin embargo, los bloques de arcosa fueron extraídos en el condado de Stafford, estado de Virginia, por esclavos. Personas esclavizadas llevaron estos bloques hasta el río Potomac. Y personas esclavizadas fueron quienes transportaron estos bloques hasta el Capitolio y los colocaron allí”.

Poco después de la publicación de su libro “La deuda”, Randall Robinson se mudó con su esposa a la isla caribeña de San Cristóbal y Nieves, el país natal de ella. Robinson explicó el porqué de esta decisión:

“Quería vivir durante algún tiempo, en algún momento de mi vida, en una sociedad donde la raza no fuera una muralla, en la que se pudiera vivir más allá de eso, sin sentir constantemente que es un obstáculo en el camino. [La cuestión racial] es algo que ha consumido gran parte de mi energía y de la energía de tantos y tantos estadounidenses”.

En 2004, viajamos junto con Randall Robinson, la congresista Maxine Waters y algunas personas más a la República Centroafricana en un pequeño avión alquilado. El objetivo del viaje era rescatar a Jean-Bertrand Aristide, el presidente de Haití elegido democráticamente, que había sido trasladado a la fuerza a ese país en un avión estadounidense tras el golpe de Estado respaldado por Estados Unidos que lo destituyó del poder. Este grupo se reunió con el dictador François Bozizé, el presidente de la República Centroafricana en ese entonces, quien dijo que no podía liberar a Aristide sin el permiso de Estados Unidos.

Altos funcionarios del Gobierno de Bush advirtieron entonces a la familia Aristide que no regresara al hemisferio occidental. En el vuelo de retorno a Jamaica con los Aristide, Randall Robinson se burló de esa advertencia: “¿El hemisferio de quién?”, se preguntó.

Robinson defendió a las víctimas del racismo, ya sea en Sudáfrica, en Haití o en Estados Unidos. Su libro “La deuda” sigue siendo uno de los alegatos más convincentes a favor de las reparaciones para los descendientes de personas esclavizadas. En la introducción del libro, escribió una reflexión sobre la Rotonda del Capitolio:

“No podía liberarme completamente de este hechizo. Todo lo que había en esa sala era sobrecogedor: la magnitud de la obra y su arte, el tamaño de la cámara circular, la altura y la majestuosidad de la cúpula. Todo se había combinado para lograr el objetivo de los Padres Fundadores, que era, estoy seguro, sobrecoger. Y también ocultar los secretos del edificio y de Estados Unidos. Pensé, entonces, que la Rotonda del Capitolio era una metáfora muy adecuada de las penas raciales de Estados Unidos. En la magnificencia de su jactancia, en la tragedia de su verdad, en el descaro de su engaño. Esta era la casa de la Libertad, pero había sido construida por esclavos”.

La mayoría de los insurrectos que asaltaron el Capitolio de Estados Unidos el 6 de enero de 2021 abrazaron el eslogan de Donald Trump “Make America Great Again” (Hagamos a Estados Unidos grande de nuevo).

En su mordaz autobiografía, publicada en 2004 y titulada “Quitting America. La partida de un hombre negro de su tierra natal”, Randall Robinson escribió: “He intentado amar a Estados Unidos, pero Estados Unidos no quiso amar mi ancestral esencia africana. Por lo tanto, no podía amar a Estados Unidos. Había llegado a conocer demasiado sobre su obra”.

Por su persistente y permanente compromiso con la justicia racial estamos en deuda con Randall Robinson.

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