
Finalizado el proceso de elecciones primarias en Honduras, ha emergido una dinámica preocupante en el ámbito político: una intensa competencia por posicionar mediáticamente cuál de los tres partidos que participaron obtuvo el mayor respaldo ciudadano. Más allá del conteo oficial, lo que se está librando es una batalla simbólica por construir una percepción pública favorable. La tendencia apunta a una narrativa que, en lugar de fortalecer la confianza en el proceso democrático, podría terminar debilitando su credibilidad.
En este esfuerzo por atribuirse la victoria moral de las primarias, ha surgido una sospecha colectiva —alentada por sectores ciudadanos y analistas— sobre la posible inflación de actas. Este fenómeno, más vinculado a la disputa por el relato que a los resultados en sí, comienza a desplazar el foco de discusión hacia un terreno riesgoso: el de la legitimidad de los datos y, por extensión, del proceso mismo. Cuando el énfasis se pone en quién fue “el primero” en una primaria donde solo participa una fracción del electorado, se corre el riesgo de desvirtuar lo verdaderamente relevante: el comportamiento del voto independiente, útil e inconforme en la elección general.
Según datos recientes de la encuestadora Le Vote, el 43% de los votantes sin filiación partidaria manifiesta preferencia por el Partido Liberal, seguido por LIBRE con 35% y el Partido Nacional con 22%. Este segmento —el votante independiente— representa un componente estructuralmente decisivo para los comicios generales, donde la participación suele superar el 60%. A ello se suma el fenómeno del voto útil y del voto de castigo, dos variables que adquieren especial relevancia ante el desgaste natural de los gobiernos y el desencanto con las estructuras tradicionales.
Paradójicamente, mientras en la opinión pública se debaten actas y resultados preliminares, hay poca discusión sobre estas otras tendencias de fondo. La inflación narrativa sobre el resultado de las primarias opaca la conversación sobre cuál es la configuración real del electorado que votará en noviembre, y qué factores influirán en su decisión. De persistir esta falta de análisis profundo, el país podría llegar a la elección general sin haber reconocido ni atendido las señales que el propio electorado está emitiendo con claridad.
Desde una perspectiva técnica, resulta fundamental trasladar el debate del plano perceptivo al analítico. No se trata solo de quién aparece más fuerte hoy en medios o redes sociales, sino de quién está comprendiendo el cambio en las motivaciones del votante hondureño, particularmente de aquellos que no responden a lealtades partidarias y que definen su voto según contexto, trayectoria y viabilidad de propuestas. Es aquí donde los equipos políticos, la institucionalidad electoral y los observadores deben poner su atención.
Y mientras algunos sectores siguen enfrascados en medir el eco de sus propias narrativas, los datos —esos que no gritan pero hablan claro— ya están sobre la mesa. El estudio de Le Vote, único en presentar mediciones con metodología verificable y enfoque hacia el votante independiente, no necesita adornos ni consignas: muestra, de forma científica, hacia dónde se inclina el voto que realmente decidirá la elección general. Lo demás es ruido de fondo.