Puerto Cortés, 2019. Un cipote vagabundo lanza una piedra contra la tienda de Manuel Wong, el negocio chino mas grande del puerto y le rompe el vidrio de la enorme vitrina. El pobre don Manuel sale enfurecido y se echa a llorar porque va a tener que comprar un nuevo cristal y esto implica un gasto más para sus ya desinfladas finanzas. Los transeúntes se reúnen a su alrededor y se solidarizan con su desgracia.
De pronto alguien, un profesor de economía de la UNAH-VS, explica que el infortunio no es tal, ya que el dinero que el tendero va a gastar en reparar la vitrina, representará un ingreso para la vidriería, beneficiando a su dueño y empleados, quienes a su vez podrán comprar comida, ropa, bebidas en el bar, entradas al estadio Excélsior y utensilios de la tienda del comerciante chino.
¡En fin!, el profesor explica de forma muy convincente, que todo lo sucedido es, más bien, una enorme ventaja para la ciudad entera, incluyendo a don Manuel Wong, a través de lo que Keynes llamó “Efecto Multiplicador”. Tras concluir que el vago travieso mas bien le había hecho un bien a todo el puerto, los vecinos abandonaron al pobre tendero a su suerte.
Esta historia, conocida como la paradoja de los cristales rotos, fue contada por primera vez por el economista francés Frederic Batistat hace más de 180 años, en su famoso ensayo llamado: Lo que se ve y lo que no se ve. El argumento principal de Batistat es que muchos analistas cometen errores garrafales porque se fijan solo en las cosas visibles en el corto plazo e ignoran los efectos de largo plazo que son “invisibles”.
En el ejemplo de la vitrina rota, “lo que se ve” es que el panadero va a gastar dinero para reparar su negocio y eso va contribuir a dinamizar la producción, ya que los empleados de la vidriería se verán beneficiados y a la vez, ellos gastarán en otros negocios, incluido el del señor Wong. “Lo que no se ve” es que el dinero que don Manuel tuvo que gastarse en restituir el vidrio roto, habría sido destinado a la compra de un nuevo lote de alimentos y también para pagar más publicidad para el negocio, lo cual, al final redundará en una mayor producción en el largo plazo.
Es decir, el “efecto multiplicador” resultante de reparar el cristal roto, solamente sustituye a un efecto idéntico que hubiera generado el gasto o la inversión en cosas que, quizás habrían sido una mejor alternativa para el tendero.
Explico todo esto, a propósito de los anuncios que, tanto el actual gobernante, como sus acólitos, proponen con el fin de dinamizar la economía, luego de los lóbregos acontecimientos del 2020. Darle bonos a la población afectada, reponer la infraestructura dañada por los huracanes mediante la rehabilitación chapucera de los caminos y demás obras, mejorar el “gasto social” mediante programas como “Feria Lempirita” y otros, solo aumenta la factura presupuestaria gubernamental, sin una contrapartida adecuada.
Este “efecto multiplicador” que visualizan los funcionarios gubernamentales, equivale a la pedrada del cipote vagabundo a la vitrina de la tienda china y tratar de justificar la inexistente revisión al presupuesto con incrementos al gasto en atención a damnificados, es similar a la explicación que el profesor le intentó dar como consuelo al pobre comerciante.
Lo que se ve, es que estas medidas ayudarán sobre todo a los políticos, que, en la carrera electoral que ya está en marcha, pretenden sacar votos que les permitan atornillarse en el poder por cuatro años más. Lo que no se ve, es que, con estas malas decisiones, lo único que tendremos seguro, es un futuro con mas deuda, mayores sacrificios para los jóvenes de hoy y la creciente necesidad de huir del país, que ya comienza a quedarse vacío y sin esperanza.
Lo que debería de hacer el presidente o quien le sustituya a partir de 2022, es buscar un equipo de especialistas en la evaluación social de proyectos, de modo que, mediante el uso adecuado del instrumental técnico, pueda darle la utilidad adecuada al presupuesto público, en aras de una mayor prosperidad social.