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Las señales del fin: análisis escatológico del coronavirus

Por: Ernesto Gálvez

Tegucigalpa. – La escatología es el estudio bíblico de los tiempos del fin.  Sé que algunos amigos que me conocen podrá decir: He leído a Ernesto como sociólogo y sus análisis los veo razonables.

Pero ahora como teólogo, quien sabe. Pues, mis amigos, les diré que, es mucho más probable que me equivoque como cientista social, porque me baso en las ciencias humanas, y no en la escatología, que están basadas en las profecías que Dios mismo ha dejado escritas en la Biblia de puño y letra de sus apóstoles y profetas. Dicho esto, empiezo.

Desde hace un tiempo acá la gente ha empezado a hablar más comúnmente del “fin del mundo” pero prefiero el término “fin de los tiempos”, debido a que la escatología bíblica hace un relato de procesos del fin que empieza con lo que llama, “principio de dolores” o también “dolores de parto”: guerras, desastres naturales, pestes, hambrunas, terremotos, cada vez más frecuentes. Efectivamente, esto ha venido ocurriendo junto a muchas más profecías del fin relacionadas con Israel, como su creación en un día (18 de mayo de 1948), su previa dispersión por centenares de años y el regreso a su tierra de todas partes del mundo donde se refugiaron, asunto que todavía está ocurriendo, y muchas otras más.

Efectivamente, los humanos somos testigos del cumplimiento de todas esas profecías; pero, para ser sinceros, ninguna de ellas nos había metido tanto temor e incertidumbre en el mundo entero, como este CORONAVIRUS, por una contundente razón: se trata de un hecho inédito de una pandemia (epidemia mundial) de veloz contagio y que produce muerte en muy poco tiempo, no  existiendo actualmente, ni vacuna ni medicamentos que la frenen. Ha habido enfermedades de fuerte impacto como la gripe española, el ébola, el SIDA, la malaria, poliomielitis y otras, pero no con la rapidez y letalidad del COVID-19. 

En el evangelio de Mateo se narra cómo el mismo Jesús le respondía a la inquietud de sus discípulos de qué características tendría esos tiempos finales que le oías hablar. En ese contexto es que se refiere a guerras, terremotos pestes, hambre y otras manifestaciones, pero que eso era apenas como dolores de parto como para ratificar que eran señales para indicar a las personas que debido a su pecado, al igual que previo al diluvio, Dios castiga severamente el pecado, pero que siempre hay un plan de salvación, aquella vez el arca, pero que hoy es Jesucristo el que salva de la muerte espiritual (ir al infierno) y aún, de la muerte física, el arrebatamiento, que significa un evento sobrenatural, extraordinario, único, consistente en un rapto físico hacia el cielo, donde nos espera Cristo, a todos los creyentes en él, en un abrir y cerrar de ojos, lo cual cumpliría dos enormes promesas hechas en varios libros del Antiguo  y Nuevo Testamento, a los que hayan recibido su Espíritu. La primera es sacarlos de la tierra para que no estén presente en la llamada Gran Tribulación, horrendo tiempo de siete años, destinado a todos aquellos seres humanos que no le hayan recibido como salvador y Dios de sus vidas.

El coronavirus ha desatado un gran interés por esta enseñanza escatológica, debido al gran temor de morir y porque las iglesias cristianas poco o nada predican acerca de esta verdad espiritual más segura de ocurrir, más que cualquier otro evento político, económico o social que se trate. Es más, mi reciente experiencia como predicador de la Palabra de Dios me ha mostrado que, aún dentro de la mayoría de las iglesias evangélicas, esta enseñanza está ausente o se trata muy marginalmente. Algunos creyentes sostienen que les “da miedo” leer el libro de Apocalipsis. Ello ocurre por ignorar la escatología que organiza el orden de los eventos finales de tal forma que desde el capítulo seis en adelante, todos los duros juicios allí escritos no son para la iglesia de los creyentes en Jesús, los que ya estarían arrebatados viviendo en el cielo.

La importancia escatológica del CORONAVIRUS estriba en que es, sin duda, el inicio de los dolores de parto de “mayor dilatación”, es decir, que vienen fuerte eventos que el hombre hará como guerras (simplemente leamos los preparativos que se tienen en muchas naciones del este, oeste y oriente medio) y desastres naturales como terremotos, erupciones, inundaciones, sequías, como nunca vistos, todo lo cual produce efectos dramáticos como el derrumbe del dólar y con él, el impero norteamericano, el ascenso de nuevos imperios, hambres, incertidumbres, etc, lo que a su vez, prepara condiciones para el surgimiento de un extraordinario líder mundial de características religiosas y políticas que va establecer acuerdos de paz con Israel, luego de varias guerras, la creación de una moneda mundial, ante el desorden y quiebra de los sistemas económicos y financieros en el mundo y, por supuesto una religión mundial, tema sobre el cual el papa actual está asumiendo un rol protagónico, coordinando muy ordenadamente con las Naciones Unidas, para facilitar el trabajo del anticristo que, en un momento específico, asumirá su reinado en el Tercer Templo y que él mismo lo construirá gobierno perseguirá y controlará la población entera y perseguirá todo lo que huela a Dios.

Este es el entorno mundial que le espera a todas las naciones, incluida Honduras, mismas que irá perdiendo rápidamente su identidad propia, hasta que los ejércitos de Dios defiendan a Israel y derroten, primero a Rusia y sus Aliados (Guerra de Gog y Magog) y directamente a los ejércitos de Satanás, que ha juntado a todas las naciones, de nuevo contra Israel, en su propia tierra, en la guerra final llamada Armagedón y el propio Jesucristo descienda con la Santa Jerusalén e inaugure su gobierno perfecto de mil años aquí en la tierra, para luego llegar al juicio final, donde las “ovejas” con el Dios de Israel y los “cabritos” con el otro Dios, directo al “lago de fuego” a acompañar al “dragón”, al anticristo y al falso profeta. Allí termina el tiempo humano y empieza la eternidad de Dios.

De este apretado resumen de los tiempos del fin, lo que nos queda en este país de fuerte predominio del pecado y muerte es, acercarnos al trono de la gracia que es Jesucristo, pedir perdón por nuestras iniquidades y orar pidiendo misericordia ante Dios por nuestro país, sus gobernantes, su iglesia y toda la nación para que se vuelva a él y pueda aplacar su ira ante nuestra corrupción de los de arriba y los de abajo. Aquel que esté libre de pecado que lance la primera piedra.

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