Decía Platón que quienes focalizan su esfuerzo en satisfacer los sentidos, se quedan en la forma sin adentrarse en el fondo de las cosas, en el conocimiento. Allí se encuentra lo trascendente en lugar de lo mutable, la esencia y no la contingencia. Cada día la vida nos coloca repetidas veces delante de un camino que se bifurca, obligándonos a elegir, a tomar decisiones según el libre albedrio. Y cada día, nos equivocamos cuando elegimos liberar a Barrabás en lugar de a Jesús. Primamos los intereses materiales sobre los espirituales, el placer y la comodidad antes que la virtud y el sacrificio. Preferimos la felicidad temporal, ilusoria y efímera, que termina siempre por dejarnos insatisfechos y, como al drogodependiente, obliga a buscar nuevas dosis de soberbia que nos adentra en la oscuridad y aleja de la luz “Todo el que obra mal detesta la luz y la rehúye por miedo a que su conducta quede al descubierto”, Juan 3,20.
Mantenemos la vida sustentada sobre apariencias. Engañamos a terceros cuando nos atribuimos dones que no tenemos, perfiles falsos para integrarnos en tribus donde sentirnos aceptados, escuchados. Guetos donde se respira la única verdad posible, la propia, olvidando que una de las características que definen la materialidad es su “impermanencia”, la transitoriedad de lo circunstancial y efímero. Ese comportamiento confrontativo, excluyente, en lugar generar fortaleza y credibilidad termina mostrando las propias debilidades. Se miente para aparentar y se sigue mintiendo para mantener la farsa, terminando esclavizados por las propias mentiras.
El jesuita Baltasar Gracián, escritor español del Siglo de Oro, hace cuatrocientos años sintetizó el problema que hoy marca el comportamiento de quienes cuestionan tradiciones y valores, ética y moralidad, debilitando los pilares de la propia sociedad. Afirmaba Gracián que “las cosas no pasan por lo que son, sino por lo que parecen”. En consecuencia, las apariencias determinan las acciones en lugar de los contenidos, los hechos. Se toman decisiones sin cuestionar el origen apócrifo de la información, sin autenticarla. La verdad no interesa cuando carece de utilidad, se rechaza o reformula acorde a las necesidades. Este comportamiento depredador destruye el marco de convivencia sobre el que se construye y desarrolla una sociedad, porque al final nadie queda excluido de convertirse en víctima de la cacería mediática.
La apariencia es una simulación, que se muestra y percibe por los sentidos, ajena a los contenidos. “Dime de qué presumes y te diré de qué careces”, recuerda el refranero popular. Simular lo que no es, disimular lo que es. Se trata de un montaje que ilumina el decorado que se mira, mientras se oscurece lo que no tiene detrás: esencia y conocimiento. Legislatura tras legislatura vemos cómo se reduce el número de políticos con formación ideológica, con capacidad para convertir la doctrina partidaria en propuestas políticas que presentar al electorado para resolverle sus problemas. Lo que ofrecen es demagogia y populismo, confrontación y descalificación, buscando generar en la población comportamientos emocionales, viscerales, que induzcan al electorado a entregarles el voto. Sociedades de imagen y apariencias, de exigencias y derechos, que se olvidan de los deberes y las responsabilidades inherentes. Una realidad que no se sustenta en el conocimiento y la formación, en la razón, sino en las emociones, la confrontación y la exclusión, en la utilidad.
Desde estos postulados alumbremos la situación política y social que soporta Honduras, donde hasta el aire que se respira tiene polaridad. El académico y escritor Perez Reverte cuestiona la utilidad que tienen las urnas cuando el que mete la papeleta en ellas es un analfabeto, refiriéndose a su formación política, su visceralidad para el voto. Si la política es el arte de administrar disensos, los partidos deberían consensuar todo aquello que fortalezca la democracia para los comicios de noviembre. Pero hay líderes para quienes el dialogo equivale a imposición; que ven en el adversario al enemigo que necesitan destruir para llegar al poder, aunque para ello se lleven de encuentro la institucionalidad del país. Cuando el candidato pretende que el elector convierta su voto en un puñal de papel contra su adversario; cuando el candidato promueve el odio y la división, en lugar de la unidad y la esperanza en un futuro mejor para todos, las urnas dejan oír su voz.
“Pocos ven lo que somos, pero todos ven lo que aparentamos”. -Maquiavelo-