
A siete días de la elección, Honduras no está dividida entre partidos, sino entre certezas viejas y decisiones nuevas. En la superficie hablamos de encuestas, estructuras y simpatías partidarias, pero en el fondo hay un actor silencioso, decisivo y casi invisible que va a definir quién será el próximo presidente: el voto líquido. No es un concepto académico ni una frase coyuntural. Es la forma real en que hoy vota la mayoría de los hondureños. El electorado ya no decide por tradición ni por identidad partidaria; decide por emoción, por percepción, por intuición y, sobre todo, por lo que ocurre en la última semana.
Honduras está llena de personas que no dicen por quién votarán, pero sí saben por qué votarán. No declaran su voto porque desconfían de llamadas, encuestas o instituciones; porque se protegen del conflicto familiar, laboral o barrial; o porque prefieren definirse como ciudadanos críticos que no deben explicarle su decisión a nadie. Aunque no hablen, los hondureños sí tienen claro qué esperan: un país más estable, menos confrontado y con un gobierno que no les complique la vida. Ese sentimiento colectivo, silencioso y profundo, es el que alimenta el voto líquido.
Mientras tanto, el voto partidario se ha quedado reducido a su mínima expresión. Es estable, sí, y disciplinado también, pero ya no crece. No tiene capacidad de expandirse más allá de su círculo fiel. En cambio, el voto líquido es expansivo: entra tarde, crece en silencio, responde a emociones acumuladas, se activa con un gesto, una frase o una percepción pública; cambia por intuición social, no por propaganda, y puede moverse en bloque en 48 o incluso 24 horas. Por eso ninguna encuesta termina de ser definitiva. Por eso cada elección sorprende. Por eso los últimos días de campaña valen más que los últimos meses.
Aunque las encuestas insisten en mostrar indecisos enormes, el ambiente nacional cuenta otra historia. El hondureño no está indeciso: está callado. Y ese silencio no significa confusión; significa protección. Las encuestas captan lo que la gente dice. El país profundo, en cambio, se mueve por lo que la gente siente. En estas elecciones, la intención de voto no es la variable determinante. La variable que realmente define el resultado es la activación emocional de estos días finales. Si el país siente que un candidato tiene fuerza, que puede ganar, que ofrece estabilidad, que no representa caos y que transmite tranquilidad, ese candidato puede subir entre tres y seis puntos sin que ninguna encuesta alcance a registrarlo.
Afirmar quién ganará hoy no es una predicción, es una lectura emocional. Y esa lectura indica que esta elección no la gana el que tiene más partido, ni más recursos, ni más estructura. La gana el que logre mover algo más poderoso: la emoción final del país. Gana el que genere confianza, no miedo. El que proyecte estabilidad, no caos. El que logre que la gente lo vea como opción posible, no como riesgo. Gana el que conecte con el hondureño silencioso que decide en los últimos días.
El mapa electoral ya no está dividido entre colores partidarios. Está dividido entre los que tienen miedo, los que están cansados, los que tienen esperanza y los que están a punto de no votar. Esa es la Honduras real, la que toma su decisión desde la sensación y no desde la estructura. Por eso la elección puede cambiar en cuestión de horas. Un candidato puede subir cinco puntos esta semana; otro puede perder tres. El resultado puede invertirse completamente. No por fraude, no por manipulación ni por encuestas mal hechas, sino porque los hondureños toman su decisión a última hora y en silencio.
A una semana del proceso electoral, el país no está preguntando “por quién voto”, sino “quién me da tranquilidad”. Esa es la pregunta que define esta elección. Y la respuesta no está en los discursos, ni en las promesas, ni en los ataques. Está en quién logra conectar con la emoción que hoy domina al país: la necesidad urgente de estabilidad. El voto líquido es una ola que no hace ruido mientras se forma, pero que define todo cuando llega. Y está a punto de llegar.







