Análisis de Alberto García Marrder
Para Proceso Digital, La Tribuna y El País de Honduras
No soy venezolano. Pero si latinoamericano para compartir el orgullo que sienten ahora los venezolanos por María Corina Machado, flamante Premio Nobel de la Paz y por su heroica fuga de un escondite en Caracas para viajar hasta Oslo (Noruega) para recoger su premio.
Se conocen, en general, los detalles de esa fuga, pero estoy en capacidad de ofrecer nuevos datos que vienen a engrandecer la personalidad y fuerza de esta mujer de 58 años, madre de tres hijos.
Y sobre todo, de haber escapado de las garras del dictador Nicolás Maduro, quien la había amenazado si intentaba salir de Venezuela. Y salió, como una gran bofetada a un déspota que tiene los días contados en el Palacio presidencial de Miraflores.
La proeza de Machado ha sido recibida con júbilo en el mundo, salvo en aquellos países donde hay gobiernos de izquierda, como en España y México.
Preguntada por su reacción, la presidenta de México, Claudia Sheinbaum, dijo simplemente «No hay comentarios”.
Machado llevaba escondida en secreto más de un año en Caracas, posiblemente en la residencia de la ex embajada de Estados Unidos, a cargo de Suiza, ya que están rotas las relaciones con Venezuela.
Su fuga o ”extracción” de Venezuela fue encargada a un grupo privado de ex militares norteamericanos, veteranos que operan desde Tampa (Florida), y contó en todo momento con el apoyo de la poderosa flota que mantiene Estados Unidos en el Caribe. Y fue seguida, minuto a minuto en la Casa Blanca en Washington.

Acompañada por dos guardaespaldas, salió en un auto con una peluca, desde Caracas hasta un puerto pesquero en la costa. Un viaje de casi diez horas y con el paso peligroso de unos diez controles policiales.
¿Por qué no fue detenida en esos controles policiales? Eso es una incógnita.
Y en la costa, vino lo más peligroso de esta travesía. Se montaron en un barco pesquero que tenía problemas mecánicos y se enfrentaron, en medianoche, a olas de casi dos metros en un mar picado en su ruta hacia la isla de Curazao.
El barco estuvo a la deriva, por caer al mar los aparatos GPS de localización y puso en peligro la vida de María Corina. La intención era de encontrarse en alta mar con Bryan Stern, jefe del grupo, que la esperaba en una embarcación más grande.
Nuestra heroína, mojada y nerviosa, gritaba “Soy María” y al poco rato, Stern le contestaba “María, estamos aquí”, con más de 20 hombres dispuestos a rescatarla.
Una vez que fue trasladada a una mayor embarcación, a Machado se le ofreció una comida ligera y bebida para hidratarla. Y una vestimenta seca.
A todo esto, había el peligro que tanto la primera y la segunda embarcación, fuera percibida por los radares norteamericanos como una lancha de narcotraficantes. Más de 20 han sido hundidas en el Caribe, frente a las costas venezolanas y más de cien tripulantes muertos.
Estados Unidos mantiene en absoluto control el espacio aéreo de esa zona, y del marítimo también en espera de una incursión militar (no una invasión) para detener a Maduro.
En todo el trayecto de las dos embarcaciones, dos aviones norteamericanos F-18 estuvieron sobrevolando la zona y “apagando” los radares venezolanos.
Una vez en Curazao (un territorio de Países Bajos), Machado y sus dos guardaespaldas subieron a un avión privado de matrícula mexicana, un Embraer Legacy 659, que los llevó hasta Oslo, con una parada intermedia en Maine, para reabastecerse de combustible.
Machado llegó tarde a Oslo para recibir el Premio Nobel de la Paz y fue su hija, Ana Corina Sosa, la que lo recibió en su nombre y con un discurso valiente, que había redactado su madre. ¡¡Todo por una Venezuela libre!!! Como una película cinematográfica.








