
Honduras se caracteriza por ser una economía pequeña y abierta. Pequeña, por el tamaño de la economía, que representa alrededor de un 0.18 % del Producto Interno Bruto (PIB) total de América; abierta, porque, en promedio, la apertura comercial de los últimos 25 años es de un 75 %, es decir, la relación entre la suma de las exportaciones e importaciones sobre el PIB nacional.
Este simple indicador numérico contiene un sinfín de complejas implicaciones económicas, sociales y políticas.
Una primera implicación tiene que ver con los acuerdos comerciales internacionales de compra y venta que tiene Honduras con otros países. Hasta ahora, el país cuenta con 12 acuerdos comerciales internacionales y comercia con 113 países, de los cuales Estados Unidos es el principal, seguido por las naciones centroamericanas y algunas europeas, como Reino Unido, Alemania, Holanda y del continente asiático, principalmente China.
En las importaciones, después de los Estados Unidos, nuestros principales proveedores son Guatemala, China, El Salvador, Rusia y México.
La segunda implicación es la composición de lo que vendemos (exportaciones) y compramos (importaciones) al mercado mundial. En las exportaciones, nuestra oferta se concentra en materias primas agrícolas y bienes para transformación, la cual no se diferencia mucho de lo que ofrecen nuestros vecinos territoriales. Además, el principal producto de exportación, el café, compite contra gigantes como Brasil, Colombia y la India, cuya producción influye significativamente en el precio internacional.
En cuanto a las importaciones, del total, el 29 % corresponde a suministros industriales y el 14 % a bienes de capital, mientras que el 57 % restante se destina a la adquisición de alimentos, combustibles y equipos de transporte. Esta composición revela una marcada dependencia de insumos internacionales para sostener la producción industrial, al tiempo que la importación de alimentos pone en evidencia una vulnerabilidad significativa en materia de seguridad alimentaria y en la capacidad del país para abastecerse de manera autónoma.
Una tercera implicación es la ubicación territorial en la que se realiza la producción para exportación, la cual se ha concentrado en el Valle de Sula y sus alrededores. No obstante, el resto del territorio se ha industrializado muy poco.
Lo que ha provocado sobrepoblación en ciertos territorios y despoblación en otros, también, desuso de la tierra productiva, o bien, uso ineficiente de los recursos naturales del país.
Por supuesto, existen muchas otras implicaciones que abordar; sin embargo, estas tres nos dejan ver, primero, nuestra posición en el comercio internacional, mayormente relacionado con la venta de materias primas y compra de mercancías para consumo y, segundo, plantear algunas propuestas para proteger y promover nuestra posición en el comercio internacional, en medio de la guerra arancelaria entre las principales potencias económicas y los aranceles impuestos al resto de países.
En el corto plazo, el sector público debe ejecutar con prioridad inversiones en caminos, carreteras, red energética y telecomunicaciones que conecten con el interior del país, con potencial productivo; por otro lado, financiar fondos de garantía recíproca para facilitar el acceso al financiamiento para nuevos productores; asimismo, apoyar el fortalecimiento y la interconexión de las cadenas de valor. Por ejemplo, mediante acuerdos con gobiernos locales y organizaciones comunitarias, se puede organizar infraestructura mínima como centros de acopio, rutas logísticas y ferias productivas, esto para dinamizar y fortalecer el mercado de producción y consumo interno del país.
El sector privado debe buscar medios para acceder a nuevos mercados, asegurar el cumplimiento de estándares de calidad internacional y capacitación continua de su mano de obra, especialmente para la adopción de nuevas tecnologías, con énfasis en el uso de inteligencia artificial en los procesos de producción y comercialización.