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Fin a la danza de las encuestas

Por: Javier Franco Núñez

¡Ay de las encuestas! Los gráficos con líneas ascendentes y descendentes que reflejan resultados se convierten en referencia de análisis sin que muchas veces se explique el origen de los datos o quién financió el estudio. Por eso, no hay que tragarse los números sin antes preguntarse de dónde vienen.

Antes de confiar ciegamente en una encuesta, es necesario cuestionar: ¿quién la pagó?, ¿cómo se seleccionó a los encuestados?, ¿se excluyó a algún sector de la población?, ¿por qué hubo tantas personas que no respondieron?, ¿hubo cambios en la intención de voto a lo largo del tiempo y qué los causó?

Pero lo más interesante es el tiempo en que se publican las encuestas y su efecto en la percepción del votante. En Honduras, el Consejo Nacional Electoral permite que los estudios se difundan hasta el 7 de febrero, cuando faltan menos de 30 días para las elecciones primarias del 9 de marzo. ¿Qué significa esto? Que las últimas encuestas pueden influir directamente en la decisión de los votantes, especialmente en los indecisos.

A partir de hoy, ninguna nueva encuesta podrá publicarse legalmente, lo que convierte a los resultados previos en la última impresión pública de la contienda, sin embargo, en Honduras, las verdaderas firmas encuestadoras se cuentan con los dedos de la mano. Son pocas las que operan de manera permanente y desarrollan investigaciones aplicadas más allá de los momentos electorales.

En política, las encuestas pueden ser una herramienta que se presentan con números precisos, márgenes de error controlados y gráficos llamativos, pero detrás de cada estudio hay factores que pueden distorsionar la realidad y convertir un dato en una ilusión.

Lo primero que debe cuestionarse es cómo y dónde se levantan las encuestas. En muchos casos, los datos provienen exclusivamente de personas con acceso a internet, dejando fuera a una parte importante del electorado, especialmente en comunidades rurales o con menos conectividad. ¿Puede una encuesta digital representar a toda la población cuando una gran parte ni siquiera tiene acceso al medio donde se realizó? Este sesgo digital no es menor, ya que los resultados reflejan solo la opinión de quienes pudieron y quisieron responder.

El tamaño de la muestra y su distribución también importan. Algunas encuestas anuncian con fuerza que consultaron a más de mil personas, pero no explican si las entrevistas fueron bien distribuidas entre zonas urbanas y rurales, edades y niveles socioeconómicos. Si la mayoría de los encuestados proviene de la capital, pero la elección se define en todo el país, ¿cuál es la validez del resultado?

Otro factor que distorsiona la fiabilidad de estos estudios es el alto porcentaje de rechazo. En algunas encuestas, más de la mitad de las personas contactadas se niega a participar. Si solo contestan quienes están más involucrados en política o quienes tienen un candidato favorito, el resultado estará sesgado desde el inicio.

Los medios de comunicación, en su necesidad de generar titulares llamativos, suelen replicar estos estudios sin cuestionar su metodología. Pero también lo hacen simpatizantes ilusos o emocionales, quienes replican los resultados como un consuelo, sin analizar si son confiables o no.

Las encuestas pueden ser una herramienta útil para conocer tendencias electorales, pero también pueden ser utilizadas como una forma de manipulación. No basta con leer los números; hay que analizarlos con criterio, entender su contexto y, sobre todo, no permitir que definan el voto antes de que llegue el momento de decidir en las urnas.

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