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El reloj interno de los tomates que comemos está ralentizado

Hay doce especies de tomates salvajes y todas crecen cercanas al ecuador. Una dio lugar al tomate cultivado (Solanum lycopersicum), del que las primeras evidencias aparecen en México. Ahora, un equipo de científicos ha logrado revelar algunos ‘secretos’ genéticos de este fruto y de su reloj interno.

El reloj interno o reloj circadiano existe en todos los organismos vivos y permite anticipar los eventos que ocurren a lo largo del día, como el descenso de la luz y las temperaturas.

Con ello, nuestro reloj interno controla procesos como el ciclo del sueño o producción de hormonas, y en los tomates la apertura de las flores o producción de esencias para atraer a polinizadores.

En un trabajo publicado en la revista Nature Genetics, científicos del Max Planck (Alemania), liderados por el español José M. Jiménez Gómez, han constatado que los tomates cultivados poseen ritmos internos mucho más lentos que los tomates silvestres y que son dos mutaciones genéticas las culpables de estas diferencias.

Una de estas mutaciones afecta al gen EID1, implicado en la manera que tienen las plantas del tomate de detectar la luz.

“EID1 es una proteína que regula cómo las plantas perciben la luz”, señala a Efe Jiménez Gómez, ahora investigador en el Instituto Nacional de Investigaciones Agroalimentarias de Versalles (Francia), quien agrega: “Es justamente una mutación en esta proteína la que ha permitido a los tomates adaptarse a terrenos distintos a los originarios”.

Y es que un reloj interno más lento (la mutación de EID1 está implicada en esta lentitud) permite a la tomatera pasar más horas al sol adaptándose así a los largos veranos de Europa o Norte América.

Modelo de planta de tomate silvestre

Para llegar a estas conclusiones, los investigadores hicieron un modelo de planta de tomate silvestre (a una planta de tomate cultivado le añadieron una copia del gen EID1 de una silvestre) y compararon su comportamiento ante la luz con la del tomate cultivado.

Expusieron a ambas a días con 12 horas de luz y 12 de oscuridad, como en el ecuador, y a días largos de unas 16 horas de luz y 8 horas de noche, como los veranos en Europa o a Norte América.

“Las plantas de tomate cultivado crecen estupendamente en los dos tipos de días, sin embargo, las que tienen una copia de EID1 de las salvajes muestran signos de estrés en días largos (Europa/América del Norte) pero no en los días como en el ecuador”, según Jiménez.

Este científico relata que esto indica que la mutación de EID1 “es importante para cultivar tomates fuera del ecuador”.

Por eso, añade Jiménez Gómez, sugerimos que los humanos que empezaron a cultivar estas plantas eligieron aquellas con esta mutación, porque eran capaces de crecer sin problemas en México.

De las 12 especies de tomates salvajes que existen, una de ellas, Solanum pimpinellifolium, es la más cercana al tomate que consumimos, Solanum lycopersicum, por lo que se cree que es la especie que dio lugar al tomate cultivado, explica este científico.

Las primeras evidencias de que los tomates se cultivaban para comer vienen de México, por ello se entiende que el proceso de domesticación -paso de S.pimpinellifolium a S. lycopersicum- vino acompañado de una migración desde la región del ecuador hasta América del Norte. Los españoles trajeron el tomate a Europa en el siglo XVI.

“Este trabajo demuestra que durante la domesticación del tomate una de las características seleccionadas por los humanos en esta planta fue la de poseer un reloj interno ralentizado”, concluye. EFE

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