Por: Julio Raudales
“Si quieres paz, preocúpate de la justicia”, decía la sabiduría antigua y, a diferencia del conocimiento, la sabiduría no envejece.
Esa es la razón por la que da la impresión de que las cosas han cambiado tan poco en el mundo cuando de violencia se trata. Esto se hace mas evidente ahora que, con la explosión informativa que nos permite la red, pareciera que ya no hay límites para la especulación y expansión del miedo.
Día a día, los medios de comunicación nos invaden con noticias de asesinatos, confrontación y muerte, ya sea por razones económicas, políticas o personales, el miedo sigue invadiendo a una buena parte de la humanidad. En un mundo que, a despecho de los avances en materia económica y social, todavía no ha podido resolver la mayoría de sus problemas de convivencia, se hace necesaria la activación de mecanismos que mejoren la calidad de vida de la gente en la era del conocimiento. En pocas palabras: no debería ya haber razón para que la gente no pueda vivir en distensión.
Ni la Liga de las Naciones o su descendiente, la impertérrita ONU y sus decenas de bifurcaciones burocráticas, han conseguido encaminar al mundo hacia la ansiada paz. La humanidad sigue abrumada en el ensordecedor ruido de guerras y amenazas de pleito a nivel interno en los países y también entre ellos mismos. Quizá valdría la pena volver a escuchar el consejo de los sabios con que inicié estas líneas.
¡Claro! Karl Popper demostró documentalmente y con argumentos poderosos en su obra “La sociedad abierta y sus enemigos”, que ahora hay mucho menos injusticia y guerras que antes y eso es digno de valorar.
Al menos en una buena parte del planeta se condenan la secesión y las inequidades. Si la muerte de George Floyd hubiese acontecido hace 30 años, probablemente el hecho no había provocado mas que una breve nota en los periódicos de Minnesota y no el tremendo movimiento que remeció a los Estados Unidos y el mundo hace apenas unas semanas. Cada vez adquieren mayor relevancia temas como la equidad de género, el cuidado del ambiente y la marginalidad. El mundo cambia sí, y en la mayoría de los sentidos, para bien, no hay que olvidarlo.
Nuestro país no es ajeno a esta situación. Honduras continúa siendo uno de los países mas violentos del mundo y la destrucción de su entramado institucional no ha hecho mas que profundizar el sentimiento de incertidumbre y miedo a su población. El desmontaje y debilitamiento de la administración pública y la cooptación de esta para su uso político electorero nos han puesto en el despeñadero a tal grado, que ya muchos especialistas han dicho que somos un estado fallido.
Es una pena que se piense esto último aun a nivel internacional. Es evidente que nuestro país es ubicado en cualquier ranking mundial, como un estado mas bien frágil. Aunque nuestras autoridades firman todos los acuerdos y convenios, los mismos son desatendidos de manera descarada por las mismas personas que los gestionaron y firmaron. Para que las cosas comiencen a cambiar es necesario que esta inveterada costumbre se comience a revertir.
Muchos parecen no advertirlo, pero es mas que evidente. En el caso de Honduras, no habrá paz ni bienestar económico y social, mientras la justicia sea una materia pendiente. No podemos como estado, para el caso, invertir tiempo, recursos y aun apoyo internacional, en la elaboración y aprobación de un nuevo Código Penal, cuyo objetivo es modernizar el tema de justicia en esta importante materia y que, por los vicios inveterados de siempre, el proceso haya sido generado un nuevo conflicto. Es una lástima, pero así es como poco a poco vamos perdiendo las posibilidades de resurgir.
Creo que nuestros operadores de justicia, pero, sobre todo los políticos, deben recapacitar profundamente al respecto. No se trata entonces, ni de asegurar que todo marcha bien, ni de hundirnos en el pesimismo y creer que el apocalipsis está cerca; se trata de entender con honestidad nuestra realidad y trabajar para cambiarla.