Moscú – «El Día de la Victoria está cerca», señalan los carteles en las calles de Moscú de cara al desfile militar del 9 de mayo en la Plaza Roja. Con todo, a falta de un mes, se desconoce si el Kremlin tendrá algo que celebrar.
«Cuanto más ganamos, más nos acosan», comenta animadamente una «babushka» (abuela) en una parada de autobús en una clara muestra de apoyo a la actual campaña militar en Ucrania.
Aparte de las zetas «Z», símbolo de la «operación militar especial», en la capital rusa cada vez se ven más carteles relativos al aniversario de la victoria sobre la Alemania nazi, la fiesta nacional por excelencia en este país.
Al abrir esta semana la acreditación a la prensa, el Kremlin confirmó que la parada militar se celebrará como estaba previsto y, ocurra lo que ocurra en Ucrania, no habrá aplazamientos, como ocurriera en 2020 debido a la pandemia, cuando fue trasladada a finales de junio.
Desfile de la Victoria
«Estás protegido», reza otro cartel que muestra la imagen de un militar ruso de espaldas abrazando a una niña que lleva una bandera tricolor.
Unos pocos turistas paseaban esta mañana por el empedrado de la Plaza Roja, escenario todos los años del desfile de soldados, tanques y misiles intercontinentales ante la atenta mirada del comandante en jefe, Vladímir Putin.
Un coche de policía estaba aparcado frente a la Catedral de San Basilio para evitar incidentes o alguna protesta pacifista. Con el mismo fin, varios furgones con antidisturbios estaban estacionados en una calle adyacente.
Al comienzo de la contienda se especuló con que el Ejército ruso podría plantearse celebrar el Día de la Victoria con una parada en la mismísima plaza de la independencia de Kiev.
No obstante, con el paso de las semanas y a la vista de la enconada resistencia del pueblo ucraniano, quedó claro que eso no era más que un delirio nacionalista.
Las conversaciones entre militares rusos y sus familias interceptadas por los servicios secretos occidentales demuestran que los invasores no están para desfiles. Y en Moscú tampoco se palpa el exultante júbilo nacional que despertó la anexión de Crimea (2014).
El portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov, expresó su confianza en que en «un futuro próximo» -a tiempo para el 9 de mayo- la operación logre sus objetivos o, en su defecto, rusos y ucranianos lleguen a un acuerdo de paz.
Los preparativos para el desfile ya han comenzado, pero se desconoce si Putin aprovechará para clamar victoria en el campo de batalla, se expondrá el armamento que «desmilitarizó» el país vecino y se atreverá a condecorar a los soldados desplegados en Ucrania.
«Lo celebraremos como hacemos siempre. Es nuestra fiesta más sagrada. En nuestro país fue y seguirá siendo una fiesta sagrada para todos los rusos», precisó Peskov.
Grietas a la propaganda
El paisaje informativo está completamente monopolizado por la máquina de propaganda del Kremlin desde el inicio de la campaña el pasado 24 de febrero.
Lo sigue estando, pero se vislumbran algunas grietas. Además de criticar la operación militar, oligarcas como Vladímir Lisin, Mijaíl Fridman o Oleg Deripaska han reconocido abiertamente que las sanciones occidentales pueden tener consecuencias catastróficas para la economía rusa de no retirarse de Ucrania.
El rostro feliz de la anexión de la península ucraniana de Crimea, la fiscal Natalia Poklónskaya, se rebeló contra el discurso oficial al asegurar que «Ucrania no es Rusia».
Metió el dedo en la llaga al afirmar que «si me hubieran preguntado» habría explicado a los dirigentes rusos que los rusoparlantes del este de Ucrania no iban a recibir con los brazos abiertos y ramos de flores a los tanques rusos, un grave error de cálculo de Putin.
Incluso el antiguo asesor personal de Putin, Gleb Pavlovski, opinó que la intervención es un sinsentido y que el Kremlin tendrá muy difícil clamar victoria.
«Firmar un alto el fuego inmediatamente sería lo más inteligente que Rusia podría hacer ahora. Si se alcanza un cese el fuego antes del 9 de mayo, Rusia podrá festejar y venderlo como una victoria», señaló.
Derrota informativa
Hay otra batalla, la informativa, y esa Rusia lo ha perdido incluso antes del primer cañonazo. Sólo algunos aliados como China, Hungría o Venezuela siguen secundando la narrativa del Kremlin.
La promulgación, una vez empezada la contienda, de una ley que castiga con penas de cárcel la publicación de «noticias falsas» sobre el Ejército ruso, demostró que Moscú ya había perdido la iniciativa.
El nuevo proyecto de ley presentado esta semana por la Duma que otorga a la Fiscalía la potestad de clausurar medios extranjeros o el cierre el viernes de Amnistía Internacional y Human Rights Watch es una confirmación de esa derrota.
La afirmación oficial de que el Ejército ruso se ha enfangado en Ucrania precisamente porque la aviación y artillería rusa han evitado por todos los medios atacar objetivos civiles fue rebatida por las imágenes del brutal asedio de Mariúpol.
Las denuncias de «crímenes de guerra» supuestamente cometidos por soldados rusos en la región de Kiev y la matanza en la estación de tren de Kramatorsk, de la que Kiev responsabiliza a Moscú, han dejado sin munición a la propaganda rusa.
Rusia mantiene que todo es un «montaje» destinado a torpedear las negociaciones y alargar las acciones militares, argumento que cada vez tiene menos clientes en la comunidad internacional. AG