
La estafa financiera sufrida por más de 35 mil personas a través de Koriun Inversiones no solo dejó pérdidas millonarias; dejó al descubierto una realidad aún más alarmante: la fragilidad del sistema financiero frente a la desinformación digital y las falsas promesas disfrazadas de oportunidades. Koriun no era una entidad supervisada por la Comisión Nacional de Bancos y Seguros, ni estaba inscrita para operar legalmente, pero eso no impidió que captara la confianza pública a través de redes sociales y técnicas de marketing emocional que operaron sin ningún tipo de regulación previa.
Prometiendo rendimientos del 20% mensual —una promesa que en cualquier contexto financiero sano debería ser considerada una alerta roja—, esta empresa encontró terreno fértil en una ciudadanía golpeada por el sobreendeudamiento, la urgencia económica y la escasa cultura de verificación. La manipulación emocional y los testimonios falsos circularon libremente en plataformas como TikTok, promoviendo un ambiente de entusiasmo artificial y sentido de urgencia. En paralelo, el uso de tecnologías como la inteligencia artificial permitió a los promotores del fraude crear contenidos seductores, visualmente pulcros y aparentemente confiables, reduciendo cualquier barrera de duda en los posibles inversionistas.
Lo más preocupante no es solo el volumen de personas afectadas, sino el perfil diverso de las víctimas. No se trató únicamente de personas con bajos niveles educativos o acceso limitado a la información; muchas personas con formación universitaria, funcionarios, comerciantes e incluso pequeños empresarios cayeron en la red. Esto revela que la educación financiera por sí sola no es suficiente cuando la desinformación está estructurada profesionalmente y se disfraza de legitimidad. En contextos de crisis, las decisiones no se toman por lo que uno sabe, sino por lo que uno siente. Y ahí es donde la desinformación actúa: como un virus que se instala en la urgencia y la emoción.
El Estado hondureño, si bien ha reaccionado con investigaciones y aseguramientos, enfrenta un dilema complejo: muchos reclaman que se devuelva el capital a los afectados, mientras otros cuestionan si debe ser el erario público quien repare los errores de decisiones individuales. Este debate no solo es financiero, es ético. Y en el fondo refleja una crisis de confianza que afecta tanto al sistema de protección institucional como a la estructura moral de la ciudadanía.
La legislación nacional contiene herramientas útiles. La Ley de Protección al Consumidor Financiero establece el derecho a recibir información clara y prohíbe la publicidad engañosa. El Código Penal sanciona la captación ilegal de fondos. Y la Ley del Sistema Financiero obliga a las instituciones a registrarse y someterse a supervisión. Sin embargo, estas leyes no se activan a tiempo cuando el contenido fraudulento circula en redes sociales disfrazado de éxito. Allí radica la falla: en la capacidad de detección temprana.
Como director del programa #NoSoloFakeNews, y como Especialista en Inteligencia Artificial aplicada a los negocios con enfoque en banca y seguros, reafirmo que combatir la desinformación financiera requiere una estrategia integral. No basta con decirle a la gente que “verifique antes de invertir”. Se necesita inteligencia predictiva, vigilancia algorítmica, alfabetización digital desde las escuelas, y una alianza activa entre el sector público, privado y la sociedad civil. La tecnología que hoy usan los estafadores debe ser empleada por los defensores de la verdad.
Si el caso Koriun no nos obliga a construir alertas tempranas, unidades de monitoreo financiero-digital y sistemas de respuesta rápida frente a la desinformación, entonces estaremos condenados a ver esta historia repetirse, con otros nombres, otros logos, pero con el mismo daño. Y lo peor: con la misma indiferencia.
La desinformación no solo es un problema de medios o política. Es una amenaza directa a la economía, la justicia y la confianza social. Por eso, proteger al sistema financiero del contagio informativo es hoy una obligación ética, técnica y estratégica. La mentira digital no puede seguir siendo más veloz que la prevención.