Tegucigalpa – Conversar con la maestra de una escuela rural y escucharle relatar cómo sus niños aspiran a ser “narcos” cuando sean grandes; escuchar al entrenador de un equipo de fútbol de una populosa colonia en Tegucigalpa, comentar como a Eduardito, un pequeño de 9 años, no le gusta que le llamen por su nombre sino por su apodo de “Sicario” o ver a lánguidas adolescentes que ya a los 10 o 12 años pretenden ser “modelos” o “reinas de belleza”, son una realidad que denota como en Honduras la narcocultura se alimenta por la vía del menor esfuerzo y de ausencias sociales.
-Armas y cinturones incrustados con piedras preciosas, muñecas del narco y corridos alegóricos son parte de los lujos de los capos de la droga.
-Basta con ingresar al inventario de bienes incautados por la OABI, para saber cómo viven los señores de la droga en Honduras.
– Las manifestaciones pidiendo la excarcelación de presuntos barones de la droga y hasta de presuntos jefes del sicariato son muchas en Honduras, desde que se iniciaron las extradiciones.
Las historias en las escuelas se repiten. Los niños y más aún los adolescentes, sueñan con los caballos pura sangre que recorren por todas las fiestas patronales de los pueblos y ciudades hondureñas. Son ferias en las cuales, desfilan en monta jinetes toscos, muchos portan relucientes cadenas de oro macizo, botas de cuero fabricadas con pieles costosas, camisas y pantalones vaqueros, sombreros de ala ancha; dejan entrever sus armas y apagan su sed con alcohol mientras cabalgan.
Los relativamente nuevos montadores, se mezclan con uno que otro aficionado ingenuo o con ganaderos ávidos de lucir sus cualidades hípicas o de mostrar sus finos especímenes. Validan así los desfiles que deleitan a las multitudes que acuden a las ferias.
No faltan en el ambiente los narcocorridos. Son canciones que se escuchan ya no solo en las zonas del interior de Honduras. También son parte de las grandes fiestas. Se han incrustado tanto en el gusto popular que hubo un presidente que cantó “Jefe de jefes” en el altar Q de la Casa Presidencial, acompañado por los famosos Tigres del Norte.
La presencia de estos grupos se volvió desde entonces cosa de rutina en Olancho, Copán y el Caribe. Al par nacieron grupos locales que también han hecho sus propias composiciones. “Cuna de Oro”, un corrido compuesto al heredero de Arnulfo Valle, muestra el esplendor del género en el país.
Pero los narcocorridos han dado un salto mayúsculo a lo que se conoce como el género alterado; son historias de crimen, narcotráfico y muerte que causan tendencia en el Triángulo Norte y que llegan desde México, el país que mayormente ha marcado a la región centroamericana con sus modas y gustos por la narcocultura.
La búsqueda del reconocimiento social
Para Eugenio Sosa, sociólogo y profesor de la estatal Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH), la apología que denotan los narcocorridos sumado a los lujos exorbitantes; las cirugías estéticas, el gusto por los caballos, y el convertir instrumentos de muerte como las AK 47, en joyas bañadas en oro e incrustadas con piedras preciosas, son una muestra del deseo que tienen los criminales de ser aceptados socialmente.
“En la mayoría de los casos, estos sectores que se dedican a acciones ilícitas cuando llegan a tener tanto dinero quieren mostrarse como parte de la llamada clase alta o de sectores importantes. Normalmente estos personajes no son aceptados en el ámbito de las familias ricas de tradición”, apostilló Eugenio Sosa.
Refrendó su criterio al decir que “por mucha plata que acumulen casi nunca son aceptados por las élites, en términos de iguales o de pares” por eso, dijo que buscan hacer exhibición de sus riquezas.
Para el académico, los criminales construyen una cultura de la exhibición y del derroche y normalmente son capaces de gastar millones, hasta el punto de bañar en oro instrumentos de muerte como ocurrió con una AK 47 decomisada en un operativo anti narcotráfico realizado en la norteña Choloma, Cortés el 2013.
Otros objetos de lujo extremo como un cinturón de laminillas de oro, incrustado en piedras precisas, también fue incautado en otra operación hondureña contra el crimen organizado.
Durante el allanamiento a una vivienda en una exclusiva zona residencial de la parte alta de San Pedro Sula, las autoridades encontraron en una habitación absolutamente blindada, un lote de joyas valiosas incluidas unas botas de cueros finos, empotradas con esmeraldas y otras piedras de alto valor.
Las excentricidades marcan el hallazgo de pistolas con la imagen de alguna virgen en la cacha de un arma, también fabricada en metales preciosos, tal y como ocurrió en Tegucigalpa, en una escena de violencia donde estuvo a punto de caer el famoso capo local de nombre Juan Portillo, conocido como “El gato negro”, en una zona residencial aledaña al boulevard Suayapa.
“El gato negro” fue un barón de las drogas más dedicado al narcomenudeo, pero con lazos con carteles de gran envergadura. Tras su muerte, la de sus lugartenientesy del desmantelamiento de las cabezas de su red, se conocieron muchas de sus excentricidades. Este hombre tenía no sólo un narcocorrido sino una colección de canciones grabadasen un compacto que se vendió como “pan caliente” en las zonas más populares y en los mercados de las gemelas Tegucigalpa y Comayagüela.
Otros gustos de este narco, originario del olvidado poblado de Orocuina, en la zona sur hondureña, quedaron evidenciados tras su muerte, incluso trascendieron videos de como él despidió a uno de sus hermanos, muerto violentamente.
Para el sociólogo Sosa, las excentricidades de estos capos muestran sus aspiraciones frustradas.
Basta con explorarlos registros de la Oficina de Bienes Incautados (OABI), para conocer el mundo de ostentaciones y lujo irracional en que han vivido en Honduras los jefes de los carteles de la droga.
Los defensores del narco
Sosa indica como estos señores de la droga juegan a convertirse en una especie de “Robín Hood” en sus poblados.
Destaca como en los casos de capturas o incautaciones a presuntos carteles de la droga, como en los casos de los “Cachiros” en el norte y atlántico del país; “Los Valle” en el Occidente y en los eventos de detenciones de alcaldes; pobladores han salidos a las calles a reivindicar la causa de los acusados y a defenderlos debido al bienestar que proporcionan entre los vecinos.
La ausencia del Estado en esas zonas, es un componente que también ha jugado en favor del fortalecimiento de los criminales y de sus modas y trenes de vida de derroche.
El profesor Sosa recuerda como desde la época del capo colombiano Pablo Escobar, pasando por Joaquín “El Chapo” Guzmán en México, son líderes del mal que le apuestan a comprar las conciencias de la población, invirtiendo dineros negros en obras comunales, llevando asistencialismo y generando fuentes de empleo en una potenciación de economías sucias que sustituyen el papel del Estado.
Las muñecas del narco Emergen en esta panorámica las mujeres que se convierten en una especie de “muñecas” del narco, con cuerpos fabricados a costas del bisturí, la liposucción, los implantes, el botox, el biopolímero y tantas otras técnicas estéticas para destacar sus figuras. No todas corren con la misma suerte, muchas mueren en el intento. Esta modalidad convierte a jóvenes adolescentes en divas del crimen. Son generalmente muchachas que han iniciado su educación media o que simplemente no han logrado ingresar a un colegio pero que encuentran en los nuevos y potentados señores, una esperanza para dejar la pobreza. El poder y la exacerbación del sexo, son componentes que les lleva a contrapelo a moldear sus cuerpos y sus vidas para vivir un vertiginoso estilo de vida, generalmente intenso, corto y hasta perturbador, indican los entendidos. Las jóvenes lucen sus protuberantes figuras en medio de una especie de mercado donde la estética ya no es marcada por la tradicional delgadez occidental. “Son mujeres en una búsqueda de tener algo que por la vía licita les es complicado” refrenda el sociólogo Sosa. De tal suerte que la demanda de cirugías estéticas se incrementa en la sociedad hondureña, según reconocen los expertos en el tema, que han anunciado que este verano las clientas van por mayores protuberancias, una práctica a la que ya se suman también hombres poco dotados. Así, en medio de estas y tantas otras prácticas excéntricas, la sociedad hondureña mezcla a sus tradicionales arraigos, los nuevos códigos, impuestos por la narco cultura, que ingresó con mayor fuerza en las últimas dos décadas y que se niega a ahuecar su espacio. |