La historia no tiene por qué ser diferente a sus protagonistas. Así como en cada ser humano conviven los instintos más agresivos y las ideas más sublimes, las sociedades en este siglo XXI se debaten entre la inteligencia y la más abyecta irracionalidad. Fue por ello que Emmanuel Kant, el gran filósofo que nos abrió las puertas de la ilustración, dijo con claridad que, aun si fuéramos ángeles, necesitaríamos una república asentada sobre la base de leyes que garanticen la convivencia.
Con la misma claridad lo dice también Daniel Khaneman en su última obra “Ruido”: ¿Cómo es que pasamos en tan poquito tiempo, de lograr los mayores adelantos científicos que nos libraron en tiempo record de una pandemia mortal, a la furiosa estupidez que destruye capitolios y envenena con químicos a las familias en Siria? ¿Hasta dónde puede ser comprensible tanta dualidad?
Se puede avanzar desde esta aparente contradicción hacia un mejor mañana. El economista alemán Albert Hirschman, reviviendo los aportes de Kant, sugirió que el progreso de la humanidad solo ha sido posible gracias a la conversión de las pasiones en intereses. Pesimista como era, Hirschman pudo percatarse, además, que las pasiones lograban disfrazarse cada cierto tiempo bajo la forma de intereses para terminar imponiendo su hegemonía sobre otras instancias del ser.
Pero traigamos lo dicho a nuestro minúsculo acontecer catracho: hace apenas tres meses todo era júbilo y esperanza debido al ansiado rescate de nuestra democracia, víctima por más de una década, de la piromanía y la estupidez de políticos corruptos y desalmados. Hoy, sin embargo, después de tanta alegría, las cosas se van pareciendo cada vez más a nuestra triste realidad histórica, plagada de desaguisados legales, complots para revertir entuertos y veladas formas de “gatopardismo” que pareciera empujarnos a la nada, en un contexto por demás amenazante.
No faltan, sin embargo, los áulicos que aplauden sin consciencia, los errores cometidos por la presidenta y sus adláteres. No había comenzado aún, aunque ya sonaban tambores, la guerra que hoy asola el viejo mundo y era de esperarse que esta situación disparara el precio de los carburantes, que el valor del trigo y otros cereales, necesarios insumos para la producción de alimentos, escasearan y pusieran en vilo el bienestar inmediato, que la incertidumbre de la postguerra nos abrace y nuble el devenir.
Pero nada se oye o se ve sobre medidas a tomar para paliar los entuertos que con toda seguridad nos dejará la confrontación en el oriente europeo. No tal. Estamos muy entretenidos esperando extradiciones, aprobando leyes que hacen menos flexible nuestro ya precario mercado laboral, persistiendo en el viejo y anacrónico esquema tributario que no solo espanta la inversión, pero profundiza la desigualdad y la miseria.
Es necesario entonces trascender de esa pasión larvada en dictadura, de la mano de la juventud y liderada ahora por la primera mujer presidenta, consolidada en un proceso electoral histórico, hacia la consecución de nuestros intereses como sociedad. Si ya se logró sacar del poder a quien tanto daño hizo en la década perdida, es indispensable entrar en un proceso serio reconversión más allá del discurso.
Lo primero es la consolidación presupuestaria. Ello pasa sin duda por la reversión del gasto público en favor de la generación de proyectos de capital que complementen de manera adecuada la inversión privada. Esto implica reformar el servicio civil para hacerlo más moderno y eficiente. Nada pasará si no empezamos por allí.
Lo segundo es emprender una cruzada seria por la inversión, sobre todo la nacional, pero también la externa. Esto implica la instauración de un marco regulatorio amigable con los emprendimientos, que facilite en vez de ralentizar el deseo de prosperidad de tantos pequeños empresarios que, con incentivos adecuados podrían rápidamente llevar a Honduras por la senda del desarrollo.
Hay muchas más cosas por hacer, será necesario ir priorizando acciones, pero no se lograrán si persistimos en la incertidumbre de las últimas semanas. La pasión ayuda, impulsa, genera el cambio, pero hay que transformarla en medidas inteligentes que beneficien el interés colectivo y dejen atrás la larga noche que envolvió al país durante esta década perdida.