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De alianzas y de acuerdos

Víctor Meza

Tegucigalpa. – El clima político sufrió un cambio sustancial de temperatura cuando se conoció la noticia sobre la súbita adhesión del laberíntico señor Nasralla a la candidatura presidencial que encabeza Xiomara Castro de Zelaya. Aunque era una posibilidad que muchos anunciaban y la mayoría reclamaba, lo cierto es que a casi todos nos tomó por sorpresa y nos recordó, una vez más, lo volátil e impredecible que a veces puede resultar la política local.

Sin ánimo de lucir como aguafiestas, bueno es tener en cuenta que lo que se produjo fue un acuerdo electoral, algo menos que una alianza política, aunque mucho más que una simple coincidencia. Mientras las alianzas tienen objetivos y propuestas de largo alcance, que buscan afianzar uniones de carácter estratégico, los acuerdos son mecanismos tácticos que responden a coyunturas determinadas y a dinámicas temporales. El Acuerdo firmado entre el Partido Libertad y Refundación (LIBRE) y el señor Nasralla en nombre de su partido en ciernes Salvador de Honduras (PSH), es uno de carácter puramente electoral, aunque en su contenido encierre promesas y compromisos de difícil cumplimiento y objetivos que, por momentos, dan la impresión de ser quimeras soñadas y no metas propuestas.

Fusionar los programas de gobierno de ambas agrupaciones políticas es una de esas quimeras. Mientras el documento de LIBRE refleja los anhelos ideológicos de sus autores, el de Nasralla luce como una copia fiel de las propuestas de los grupos empresariales que, según parece, estaban dispuestos a financiar su errática candidatura. Son contenidos muy diferentes y, en ocasiones contrapuestos. Su fusión, aunque ofrecida en el Acuerdo, a todas luces parece imposible.

Otro tanto puede decirse de la oferta de fortalecimiento institucional y reforzamiento del Estado de derecho. Aunque puede haber coincidencias, las diferencias son mayores al momento de valorar la naturaleza de un nuevo gobierno y el concepto real de “refundación del Estado”, una de las promesas más ambiciosas y polémicas del liderazgo de LIBRE.

Pero no todas son contradicciones insalvables. También hay coincidencias sustanciales, una de ellas -la principal- es la salida de Juan Orlando Hernández de Casa Presidencial y el esperado final del mandato del Partido Nacional. Si esto se cumple, los ganadores habrán accedido al control del gobierno y a la distribución de las cuotas de poder correspondientes. Ese, seguramente, será el límite que defina los alcances del actual Acuerdo.

Mientras muchos ingenuos creen que ganar las elecciones equivale a obtener el poder, ya la vida se encargará de hacer añicos sus utópicas ilusiones. Las elecciones no ponen en juego los hilos del poder; se limitan a sortear el ovillo del gobierno, es decir del aparato que administra el dominio del poder. Las fuentes del poder son otras y están en otro lado. En Casa Presidencial habitan temporalmente los administradores del poder.

Si se asume el gobierno como si fuera la verdadera esencia del poder, entonces los objetivos fijados y las metas propuestas pueden lucir desmesurados e inalcanzables. Y, por lo mismo, las cuotas de influencia repartidas pueden resultar demasiado asimétricas y parecer injustas e indebidas. La pelea por el reparto puede ser debilitante y desgastante para el gobierno que inicia.

Por estas razones, y por otras tanto o más importantes, es conveniente hacer la aclaración conceptual entre lo que es y significa una alianza política y lo que debe considerarse como un simple acuerdo electoral. Aunque solo sea para evitar reclamos posteriores y abandonos inesperados. Sobre todo, si se toma en cuenta la oblicua voluntad de cumplimiento que anima esas promesas tan grandilocuentes y pretenciosas.

Cuando una de las partes es tan impredecible y pendular, como cuando los apaches se acercan, no está de más ir poniendo desde ya las carretas en círculo.

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