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Con el sudor de tu frente y por horas

Julio Raudales

La Biblia -al igual que muchos otros escritos de la antigüedad- resulta siempre referente fundamental, si es que deseamos entender el origen del conocimiento moderno.

Justo en sus páginas iniciales, en el primero del Pentateuco, el mito describe la lóbrega escena en la que el creador indica al hombre (y en este caso utilizo con vehemencia el término estrictamente genérico), la forma en que ha de obtener su sustento, si es que desea subsistir fuera del paraíso que previamente y de manera ad ínterin, el creador le había heredado para que se enseñorease de él.

La verdad es que, a pocos milenios vista, la sentencia pronunciada por Dios parece menos desventurada de lo que pensábamos. “Con sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra de donde fuiste tomado”. Al final, todas y todos agradecemos ese sudor bendito que le da sabor a la existencia.

A estas alturas, ¿quién no anhela tener un trabajo que levante su autoestima y le haga sentir importante, útil para la prole y el resto de la gente, capaz de dejar una huella en su efímera estancia en la tierra? ¡Es verdad!, el trabajo, sobre todo si se ajusta a nuestras habilidades y actitudes, es quizás el objeto mas deseado de nuestro andar terreno.

Los economistas que pululan por la historia desde Jenofonte y Aristóteles, hasta Ricardo, Marx, Keynes, Valle y Becker, entre otros miles, nos han enseñado que, si bien el trabajo es la fuente primigenia de la producción y el bienestar, existen otros factores igualmente importantes que lo complementan: El capital, la propiedad física e intelectual, el conocimiento y otros que, mediante combinación acertada, producen riqueza y prosperidad.

En este mundo catatónico y veloz, trabajar implica también divertirse y ser feliz. Tal es esta verdad, que todos buscamos estar ocupados en algo productivo que alimente nuestra dicha. ¡Cuánto aman Messi y Ronaldo su balón!, ¡Salvador Moncada sus laboratorios, Lady Gaga sus noches componiendo canciones!

¿Será quizás esa la razón por la que Honduras se cuenta como un país mas bien triste? Está claro que sí. Los y las hondureñas queremos trabajar, desarrollar nuestras habilidades y cumplir así con nuestros sueños. ¡Cuantas chicas viven en esos cerros escondiendo una Shakira o una María Elena Botazzi, sin poder cumplir su anhelo por falta de oportunidades! ¿Qué es lo que ha fallado?

Lo que falta es justamente entregar los incentivos adecuados. Las leyes laborales rectilíneas, castradoras y garantistas solo provocan pobreza. Está comprobado y requiere poca erudición. Suiza y Francia tienen condiciones sociales semejantes: La escolaridad en ambos países ronda los 18 años, servicios de salud similares y condiciones cercanas en cuanto a infraestructura y facilidades de inversión. Sin embargo, el ingreso promedio de los trabajadores franceses es de 25 mil euros y el de los suizos 50 mil, la tasa de desempleo Gala ronda el 12% la última década y la de Suiza es de apenas 8% con pandemia y todo. ¿Cuál cree usted que es la diferencia? Pues fundamentalmente la disparidad en la regulación laboral en ambos países. En Suiza no existen leyes o disposiciones que paralicen los mercados.

Latinoamérica no ofrece ejemplos para referir, ya que, en todos sus países, existen con mayor o menor prestancia, instituciones laborales que asemejan y aun sobrepasan a las francesas y españolas: sindicatos portentosos, códigos laborales rectilíneos, empresarios coludidos para acaparar ganancias y evitar la competencia, gobiernos irresponsables y deficientes.

¡En fin! unos mas otros menos, todos amarran y estrangulan correcto desempeño de la producción y ante lo devastador de los resultados, solo complementan con mas leyes y mas amarres, perpetuando así su pobreza.

Y el problema se agiganta porque nos toca vivir justo en la etapa de la historia en la que la tecnología irá creando mas y mas alternativas que dejarán fuera a los trabajadores menos cualificados.  Si sumamos a esto la baja calidad educativa y los problemas en el ámbito de la salud, pareciera que nos avocamos a una era de marginalidad que no podremos resolver, si no cambiamos nuestra arcaica forma de ver las cosas.

Parece que nunca lo comprenderán, seguiremos así, aprobando y desaprobando leyes que solo estorban e irán derruyendo poco a poco las posibilidades de sacar a los pobres de su misérrimo estado. De todos modos, siempre habrá -o al menos eso creen ellos, los políticos de oficio- una nueva elección en donde, cada cuatro años, podrán sembrar en esos desventurados, la esperanza de un trabajo que por fin les saque de sus miserias.

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