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Año nuevo

Por: Víctor Meza

Tegucigalpa.- Año nuevo, vida nueva, suele decir la gente. Es una manera de asociar el inicio de un nuevo año con la esperanza de cambiar las cosas y mejorar, en lo posible, la situación y el entorno personal de cada quien.

Una fórmula proverbial para manifestar la ansiedad de cambio, la demanda íntima por transformar las cosas y tener mejores oportunidades de vida.

Una aspiración absolutamente legítima, por lo demás. La gente espera que la situación cambie para bien y que sus posibilidades de bienestar mejoren y se vuelvan realidad tan tangible como evidente, que se refleje en sus condiciones materiales de vida. Que se haga realidad.

Y cuando eso no sucede, cuando la realidad se vuelve un círculo vicioso que comienza siempre ahí en donde termina, la gente comienza a desesperarse, pierde la paciencia y se acerca, cada vez más, a la tentadora orilla del precipicio. Se dirige hacia el caos social.

Eso es lo que nos está pasando en la actualidad. La desesperación está llegando al límite en donde se termina la paciencia. La gente está al borde del estallido. Y si eso sucede, todos, absolutamente todos, tanto los interesados como los indiferentes, sufriremos las consecuencias y recibiremos el impacto. Ya lo verán.

 La masa, ya lo dijo Elias Canetti en su formidable ensayo “Masa y poder”, no conoce los límites, ni intuye las fronteras sociales. Llega un momento en que se desborda y desmanda. Se vuelve avalancha, torrente incontenible, turba en deslizamiento… Carlos Marx, el tantas veces denostado y admirado Marx, escribió alguna vez que en Francia, toda manifestación concreta de lucha social, más temprano o más tarde,  termina irremediablemente en las barricadas. Veamos lo que está sucediendo actualmente en Paris, lo que sucedió en esa misma ciudad en mayo de 1968. Saquemos las lecciones y aprendamos de la experiencia ajena.

El régimen no parece estar interesado en aprender. La sociedad civil organizada, dispersa y fracturada como está, tampoco parece muy interesada en descifrar las verdaderas claves de esta trama. Los militares se muestran distantes pero atentos, mientras los políticos siguen en su juego interminable de acertijos, regocijos y deleites de clase privilegiada, tan estúpida como distante de la vida real.

Pareciera que todos viven – o vivimos – en una especie de globo falso, de nube abstracta en la que circulamos sin gravedad posible, librados al albedrío de las cosas, sujetos al libre movimiento de los hechos. Zombies viviendo en una sociedad mentirosa. Encerrados en una burbuja de mentiras y falsedades, envueltos en un encierro demencial de locuras  e ilusiones. Un manicomio perfecto.

Y que hará, en condiciones tales, una masa sin conducción adecuada. O, al revés, qué pasará si surge ese liderazgo correcto y apropiado…? Si de pronto aparece el líder mágico, el dirigente inesperado que, sin tener un contacto directo con la política, tiene, eso sí, un contacto directo con la masa, la entusiasma y moviliza. Tiene un carisma milenario, un aire casi evangélico o cristiano, un aura casi celestial que le da un viento de conductor de masas divinas y divinizadas, movilizadas, alegres, entusiastas, llenas de fe y fanáticas de su discurso…? Ahí tenemos ya al próximo candidato, al futuro presidente…

¿Eso es lo que queremos los hondureños? Un Estado confesional e intolerante, lleno y repleto de prejuicios y reclamos, cargado de intolerancia religiosa y de discriminación celestial? ¿Eso es lo que queremos? Porque, si eso es lo que la sociedad desea, algo que yo no creo, es hora entonces de arreglar las maletas y abandonar la tierra que nos vio nacer. Es la hora del abandono, el momento en que decimos adiós, hasta luego, me voy y no vuelvo a esta tierra en donde creció, un día,  la rosa blanca…. “en junio como en enero/ para el amigo sincero/ que me dio su mano franca…”

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