Por: Luis Cosenza Jiméne
Esta semana la imagen que se busca proyectar en cuanto a los logros en mejorar la seguridad sufrió un duro revés. Primero un oficial de la policía, recién ascendido a Comandante General, y su esposa, fueron detenidos y acusados por el Ministerio Público de lavado de activos. Ambos guardan ahora prisión preventiva en tanto se ventila el juicio. Segundo, un grupo de veinte mareros, utilizando uniformes y armas iguales a las que usan las fuerzas del orden, liberaron a un supuesto jefe de una de las maras que operan en el país. Penetraron al Palacio de Justicia en El Progreso, y para liberar a su jefe asesinaron a cuatro elementos de la fuerza del orden. Ambos eventos han sacudido la conciencia nacional y generado preocupación e incertidumbre en la población. Veamos por qué.
En el primer caso, surgen varias preguntas. La primera es ¿por qué se ascendió a una persona que obviamente estaba siendo investigada cuando se dio la promoción? La investigación claramente comenzó hace varios meses, pero al parecer los responsables del proceso de los ascensos no se percataron de ello. ¿Cómo es esto posible? Por otro lado, ¿cómo es que la Comisión Depuradora de la policía no haya sabido de la investigación? Si suponemos, como parece razonable hacerlo, que el Ministerio Público optó por mantener todo el proceso en secreto, ¿qué nos dice eso sobre la confianza que ese ente tiene en la Comisión Depuradora y en quienes administran los ascensos? Todo esto produce duda y preocupación y pone en entredicho todo el proceso de depuración. La acusación en contra del alto funcionario de la policía nos obliga a preguntarnos cuántos casos más como este podría haber. ¿Será que la Comisión Depuradora ha fracasado en su tarea, o será que el problema es mucho más grande y que las soluciones propuestas a la fecha son inadecuadas? Todos tenemos muchas preguntas y lo único que resulta evidente es que se requiere un enfoque nuevo y diferente para depurar la policía. Lo que se ha venido haciendo resulta a todas luces inadecuado e insuficiente.
La liberación del cabecilla de una de las maras ha enlutado a la nación, en general, y a cuatro familias en particular. Lo primero que preocupa es el acceso que estos grupos criminales tienen a uniformes y armas iguales a las que tienen las fuerzas del orden. Además, es evidente que tienen acceso a información que les permite preparar y ejecutar con precisión sus operaciones delictivas y criminales. ¿Cómo obtienen armas, uniformes e información confidencial? No queda más alternativa que suponer que tienen cómplices e informantes en la fuerzas del orden. Ya esto se había visto cuando el crimen organizado asesinó a un privado de libertad adentro de una de las cárceles de alta seguridad recientemente construida. Todo esto nos obliga a concluir que el crimen organizado permea las fuerzas del orden. Todo esto pone en evidencia que la lucha contra el crimen organizado requiere mucho más que la inversión en equipo y en cárceles, mucho más que simplemente contratar más policías y fiscales. La política de seguridad del gobierno no está a la altura del problema. Es hora de reconocerlo y rectificar. Evidentemente necesitamos más ayuda internacional, particularmente de países que han lidiado exitosamente con situaciones similares.
Seguramente que el gobierno nos dirá que tienen todo bajo control, pero la realidad nos dice todo lo contrario. Cada semana que pasa aparece otra persona señalada por participar en el tráfico de drogas o en el lavado de activos. Cada semana que pasa se descubre otro acto de corrupción. Cada semana que pasa se conoce otra razón que nos lleva a concluir que no podemos confiar en nuestra policía. No podemos, ni debemos, seguir así. Cada uno de estos eventos tiene un grave impacto en la imagen de nuestro país en la mente de los posibles inversionistas. Cada uno de estos eventos tiene mucho más peso que los discursos oficiales promoviendo la inversión nacional y extranjera. Reflexionemos y revisemos, mediante un amplio proceso de consulta nacional, la política de seguridad. Lo que hemos venido haciendo es insuficiente e inadecuado.