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Importa la esencia no la apariencia

Por: Pedro Gómez Nieto
Asesor y Profesor CIS

José Ortega y Gasset decía: “Cada vida es un punto de vista sobre el universo, lo que ella ve no lo puede ver otra vida”. El filósofo, en su obra “La rebelión de las masas”, denuncia el triunfo de la vulgaridad, el «hombre-masa» aborregado como proyecto de desarrollo social. “La división de la sociedad en masas y minoras excelentes no es una división en clases sociales, sino en clases de hombres”. “Lo característico del momento es que el alma vulgar tiene el denuedo de afirmar el derecho de la vulgaridad y lo impone dondequiera”, escribía. Es el advenimiento de ignorantes que se sienten en posesión de la verdad, con derecho a opinar frívolamente sobre cualquier asunto sin conocer sus fundamentos, apoyados en su imagen y verborrea trilera, al abrigo de la masa que los arropa.

 

Platón estudiaba la estética como concepto percibido por los sentidos, subjetivo, manipulable. “La imagen lo es todo”, apostilla el refranero. Es en la era de la tecnología y las comunicaciones cuando la imagen, las apariencias, las tendencias, se convierten en supernova. Para los analistas del comportamiento, la imagen adquiere entidad como soporte de transformaciones sociales. En un mundo convertido en aldea global merced a la inmediatez de la información, las noticias no se conciben sin el soporte de la imagen. El sujeto, como elemento de la masa social, utiliza su imagen para escalar peldaños en las relaciones sociales, construyéndose su guarida en las redes informáticas mediante perfiles a la carta.

Aparece una nueva ciencia, la Imagología, que se nutre de disciplinas como: psicología, sociología, semiología, comunicación no verbal, diseño, y cualquier conocimiento sobre los estímulos que la imagen provoca en la masa. No es relevante cómo son realmente las cosas, sino cómo parecen ser. De tal manera que el recuerdo de algo es más importante que su realidad, ignorándose el pensamiento crítico. Es “la realidad sentida”, sobre la que se construyen las relaciones y toman las decisiones.

Estamos atrapados por el “efecto halo” que la realidad produce, las apariencias. Sociedades convertidas en rebaños, hombre-masa, que se colocan frente al abrevadero de las pantallas digitales de televisores y celulares, recibiendo la dosis diaria de imágenes suministradas sesgadamente por medios y redes, para inducir estados de opinión colectivos, las tendencias y percepciones. La bondad, el sacrificio, el compromiso, los valores éticos y morales, carecen de prevalencia frente a las imágenes que promueven la violencia, el odio, el insulto, el chisme, los prejuicios, la chabacanería, las fake news, la muerte.

Sociedades -cada vez más jóvenes- que lo último que hacen por la noche al acostarse, y lo primero que hacen al abrir los ojos cada mañana, es mirar la pantalla del celular, la nueva religión a la que entregamos nuestro discernimiento. En la era de las comunicaciones, el poder de las imágenes nos ha convertido en drogodependientes visuales.

“A quien no se le ve no se le recuerda”, sentencia un refrán para que identifiquemos a políticos que, careciendo de conocimientos y capacidades, necesitan de la cámara para exhibir su imagen y vocabulario trilero. Aumenta la demanda de imagólogos, especialistas en diseñar que la imagen proyectada construya cultura social. Deportistas, actores, cantantes, empresarios, profesionales de medios, y políticos, obsesionados en mostrarse como íconos exitosos.

La percepción permite entender el mundo mediante la información recibida por los sentidos que la mente procesa e interpreta. El imagólogo enseña al cliente a proyectarse como idea sugestiva. Son los “consultores de la imagen”, un eufemismo para no decir “manipuladores de la mente”. Asesoran para que la imagen externa, la forma, muestre de manera seductora el conocimiento que posee el cliente, su fondo. Eso es ético y correcto. El problema se presenta cuando el fondo está más seco que la represa de La Concepción. Donde no hay conocimiento solo queda mentir parapetándose en una imagen que también es falsa.

Lo observamos en políticos que se arriman a las cámaras para mostrase sin canas gracias al tinte, sin arrugas gracias al maquillaje, infiltraciones y estiramientos. Políticos fracasados expertos en retuitear basura, aparentando fundamentos sobre política que no tienen. Viven del cuento, proyectando una imagen fraudulenta de lo que realmente son. El vulgar hombre-masa de Ortega y Gasset.

“No es la apariencia, es la esencia. No es el dinero, es la educación, el respeto. No es la ropa, es la clase”. -Coco Chanel-

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