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Grandes alegrias en un país pequeño

Los alemanes siguen celebrando haber ganado el Mundial de Fútbol, hazaña que para nosotros está tan lejana como el planeta Saturno (o quizá más largo, el universo es enorme). Mientras eso sucede en Alemania, aquí seguimos disfrutando del gol anotado por Pecho de Aguila Zelaya en el mundial España’82. Gran alegría para un país pequeño, la cual no fue igualada con el gol de Costly en Brasil, la cual sólo duró como cinco minutos, hasta que nos empataron.
 

Así son las cosas en Honduras; mientras que Paris se ilumina cada noche con los millones de luces de sus fuentes, edificios y monumentos, aquí cada noche celebramos que no se nos vaya la luz o que regrese pronto y nos sentimos especialmente contentos cuando reparan la lámpara que ilumina la calle frente a nuestras casas, para dormir con un poco menos de miedo. 
 
Celebramos en Tegucigalpa que llegue el agua el día previsto en el racionamiento y que venga durante suficiente tiempo para llenar pilas, toneles, baldes, ollas y todos los trastos donde la gente inventa guardarla para los días que no viene.  
 
Pero en Las Vegas –Nevada- las fuentes danzantes instaladas frente al Hotel Bellagio, lanzan al aire millones de galones de agua veinticuatro horas al día y todas las piscinas de los centenares de hoteles y resorts permanecen llenas todo el año. Agua para la diversión de ellos, agua de supervivencia para nosotros. 
 
Lo que es normal para unos es motivo de grandes alegrías para quienes habitamos en países pequeños como Honduras.
 
El tren bala en Japón tiene cincuenta años de transportar rápida y seguramente a millones de pasajeros, cosa normal ahí. Aquí en Honduras es “normal” que buses y taxis se muevan casi a igual velocidad que ese tren bala; nuestra felicidad es cuando llegamos a casa en una pieza.
 
En los parques de diversión de los Estados Unidos actores entrenados recrean los tiempos del viejo oeste cuando los vaqueros asaltaban las diligencias. Aquí “disfrutamos” de espectáculos similares a diario, pero en vivo y a todo color en taxis y rapiditos. 
 
En la época de vacaciones en los Estados Unidos, millones de turistas americanos viajan a Europa para conocer sus ciudades llenas de historia y tradición. Visitan monumentos, plazas e iglesias. En Honduras muchos visitan las iglesias pero para dar gracias porque su pariente logró montarse en “la bestia”, cruzar el desierto y llegar sano y salvo a casa de su familiar. 
 
Mientras los norteamericanos necesitan avión, hotel de lujo y disfrutan de comidas exóticas en sus destinos turísticos, nosotros aquí nos alegramos si nuestro pariente -que viaja ilegal y casi a pie- llega a salvo. Doble alegría cuando no lo deportan.
 
Son grandes alegrías de un país pequeño.
En las áreas residenciales de otros países casi existe competencia entre vecinos por quién tiene mejor el jardín y más verde la grama, aquí en Honduras nos sentimos felices si llueve un poco y no se pierden los frijoles y el maíz de las pequeñas milpas que ayudan a no morir de hambre a nuestro campesino.
 
Somos pequeños y, precisamente por eso, tenemos más razones para alegrarnos de pequeñas cosas.
 
La presente sequía, por ejemplo, que tiene al borde de la inanición a muchos pequeños agricultores, de alguna manera sirve para que nos alegremos ya que, al no llover, no se producen charcos ni se acumula el agua que permite la cría del zancudo del dengue y de esa nueva peste -“churunculla” o como se llame- contra la cual no existe vacuna… pero tampoco existe para el hambre, que conste.
 
Son grandes las alegrías de un país pequeño.
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