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Migrantes desaparecidos en su viaje hacia EEUU, el duelo que no se cierra

Redacción Centroamérica – Cientos de migrantes mueren o desaparecen al año en la ruta migratoria hacia Estados Unidos, víctimas muchos de ellos de la violencia o de condiciones ambientales extremas. En algunos casos, las familias consiguen recuperar sus cuerpos, en muchos otros no, impidiendo así que puedan cerrar el duelo.

«Localizarlo es importante porque así nos quedamos con la certeza de que está con nosotros en la comunidad, aunque ya sea de cuerpo, para poder visitarlo, darle flores en los días especiales… porque cuando no lo localizamos estamos con esa incertidumbre, con esa ansiedad de decir: ‘¿Dónde estará? ¿Estará vivo o muerto?'», explica a EFE Juana González, secretaria de la Asociación de Migrantes Desaparecidos de Guatemala (Afamideg).

Juana sabe de lo que habla. Desde 2011 busca el paradero de su hermano Carlos Manuel, desaparecido en la frontera con Estados Unidos diez días después de que iniciara el viaje migratorio desde una comunidad maya-quiché de Guatemala.

Según datos del Proyecto Migrantes Desaparecidos, de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), desde 2014 más de 11.400 personas murieron o permanecen desaparecidas en las diferentes rutas migratorias en América, en su mayoría en la frontera México-Estados Unidos: 6.655.

Entre las principales causas de las muertes o desapariciones en la frontera con EE.UU., 1.410 se debieron a condiciones ambientales extremas o falta de albergue, comida o agua, 765 por ahogamiento, más de 340 por accidentes de transporte, y casi un centenar por actos violentos, entre otros. En su mayoría desconocen el motivo.

Un viaje repentino

La familia de Juana no supo hasta la noche anterior que Carlos Manuel iba a migrar, y el 16 de septiembre lo acompañaron a una terminal, donde lo recogió un ‘coyote’ o traficante. Cada tres días iba informando de dónde estaba, cuánto había avanzado. Nueve días después se encontraba ya en la frontera con Estados Unidos.

Llamó una vez más: «Lo que necesito es que me puedan enviar una cantidad, según dice el coyote mexicano, para que me puedan trasladar en el río Bravo y después por el desierto», recuerda Juana que les dijo. El monto eran unos 45.000 quetzales (5.800 dólares al cambio de hoy), y le pidieron a un familiar en EE.UU. que hiciera la transferencia.

El familiar aseguraba que ya había hecho el pago, pero su hermano, que entonces tenía 28 años, les decía por teléfono, cada vez más nervioso, que no llegaba: «¿Qué está pasando? ¿Por qué no envían el dinero? Yo llevo mucho rato de estar aquí, el coyote se molesta porque lo que él quiere es el dinero y si no hay dinero no me llevan». Intentaban tranquilizarlo, que el dinero pronto llegaría, «entonces se cortó la llamada».

Pasaron las horas, y hacia las seis de la tarde, volvió a llamar, pero su madre se estaba bañando en esos momentos y su esposa -con dos hijos pequeños- en un cuarto, y ninguna de las dos respondió la llamada. Cuando se dieron cuenta y trataron de contactarlo, no recibieron respuesta.

«Ya nos tiraba el buzón. Ya nunca desde entonces, del 26 de septiembre, (…) tuvimos la oportunidad de saber qué fue realmente, que quería comunicarnos. (…) Lastimosamente nunca pensamos llegar a esto», explica.

Fue entonces cuando comenzaron la búsqueda de su hermano, primero solos, luego como parte de AFAMIDEG, que se oficializó en 2017 gracias al apoyo de otras ONG, una organización a la que están asociadas 110 familias, con 55 casos registrados por ahora, detalla.

Apoyo en Guatemala, Honduras y El Salvador

Conscientes de algunas de estas limitaciones, la Fundación Avina lanzó en Guatemala, Honduras y El Salvador el proyecto ‘Voces Migrantes para el Cambio’, con el que desde hace tres años acompañan a estas organizaciones locales, con apoyo económico, de coordinación y experiencia, para que «sus voces se escuchen».

«Al final nosotros somos intermediarios y trabajamos mucho a través de la colaboración. Pero reconocemos que las voces de las familias, ese esfuerzo incansable y ese derecho a saber, a conocer, no es solo un acto de empatía, sino que es una deuda en gobiernos democráticos», dijo a EFE Sindy Hernández, coordinadora de ‘Voces Migrantes para el Cambio’.

Otra de las organizaciones con la que este proyecto colabora es la hondureña Cofamipro (Comité de Familiares de Migrantes Desaparecidos del Progreso), surgida en 1999 tras la devastación del huracán Mitch, y que tiene registrados en estos momentos 1.374 casos, de los cuales lograron localizar con vida a 275 personas, 56 se encuentran en cárceles y confirmaron la muerte de 108.

Iveth Pineda, psicóloga y directora ejecutiva de Cofamipro, explicó a EFE que es importante cómo se trata el duelo con los familiares de los desaparecidos, porque no es lo mismo los casos en los que no se ha localizado al migrante -con la posibilidad de encontrarlo con vida-, y aquellos en los que ya localizaron el cadáver.

«Por ejemplo, si trabajamos con familiares de migrantes desaparecidos (…) enseñamos a las familias a aprender a vivir con el dolor, aprender a vivir con la ausencia, la pérdida ambigua y cómo liderar la desaparición dentro del hogar, que toda la familia pueda participar en los procesos de búsqueda», explica Pineda.

Sin embargo, añade la psicóloga, cuando ya se confirmó la muerte del familiar -cuya herida se puede reabrir al repatriar el cadáver tras largos procesos burocráticos- «lo que se les enseña es cómo cerrar los duelos culposos, porque en su mayoría tienen la culpa que por ellos murieron, por el sueño americano que no pudieron cumplir». JS

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