El Zancudo (Honduras) – En la aldea El Zancudo niños y adolescentes hondureños y salvadoreños juegan de lunes a viernes al fútbol emulando a sus equipos e ídolos, ignorando que hace 50 años -el 8 de junio de 1969- sus países lo hacían a nivel de selecciones en busca de ir a su primer mundial y que pocas semanas más tarde se enfrentaron en una guerra que se conoció como «La guerra del fútbol».
Aquel partido del 8 de junio, en el Estadio Nacional de Tegucigalpa, que Honduras lo ganó 1-0, fue el primero de tres de la eliminatoria entre ambas naciones para el Mundial de México 1970, al que clasificaron los salvadoreños.
El segundo, en el Estadio Flor Blanca, de San Salvador, fue de 3-0 a favor de El Salvador, que también se impuso, por 3-2, en el partido de desempate que disputaron el 27 de junio en el Estadio Azteca, de la Ciudad de México.
Los tres partidos se jugaron en un ambiente hostil, por asuntos limítrofes y migratorios que se habían agravado ese año. El 14 de julio El Salvador agredió a Honduras, en un conflicto de 100 horas que erróneamente el mundo conoció como «La guerra del fútbol».
El juego del 27 de junio en México se jugó pocas horas después de que el entonces presidente de El Salvador, general Fidel Sánchez Hernández, anunciase el 26 de junio la ruptura de relaciones diplomáticas con Honduras.
El gobernante de Honduras entonces era el general Oswaldo López Arellano, quien también ejerció el poder por la fuerza con dos golpes de Estado que le propinó a los presidentes José Ramón Villeda Morales, en 1963, y a Ramón Ernesto Cruz, en 1972.
Los chicos que juegan en la aldea El Zancudo son alumnos del Centro de Educación Básica Integración Centroamericana (CEBIC).
Aquí, los niños de Honduras y El Salvador viven con sus familias estrechamente unidos, sin importar la línea divisoria fronteriza, en un territorio otrora salvadoreño que, por un fallo de la Corte Internacional de Justicia del 11 de septiembre de 1992, pasó a ser suelo hondureño.
Los niños, niñas y adolescentes de los nueve grados del CEBIC juegan sin árbitros en una pequeña cancha multiuso de cemento y otra de grama natural, sin líneas blancas que indiquen dónde empieza o termina. Las porterías, de un metro y medio de ancho, son dos piedras.
En El Zancudo sus habitantes viven básicamente de cultivos de subsistencia, entre ellos maíz, fríjoles, hortalizas, frutos silvestres como moras que abundan en sus montañas de pino y otros árboles maderables, o flores como orquídeas de varias especies.
El fútbol y la guerra
La guerra de 1969, que según diversas fuentes globalmente dejó de 5.000 a 6.000 muertos entre los dos países, en su mayoría civiles, distanció totalmente a Honduras y El Salvador durante once años.
Además, el conflicto bélico, que concluyó el 18 de julio de 1969 con la intervención de la Organización de Estados Americanos (OEA), rompió con el Mercado Común Centroamericano (Mercomún) que los dos países, junto con Costa Rica, Guatemala y Nicaragua, venían impulsando con buen suceso en el decenio de los 60 del siglo pasado.
El analista hondureño, Víctor Meza, dijo a EFE en Tegucigalpa que «los orígenes de la guerra hay que buscarlos en la conflictividad política y social acumulada en cada una de las partes beligerantes» y que, «en ambos países, sus respectivos gobiernos confrontaban situaciones de convulsión social que determinaban estados anormales de gobernabilidad o de ingobernabilidad».
«Por lo tanto, la guerra, para unos más que para otros, fue una especie de vía de escape para desencadenar y liberarse de aquella tensión social acumulada que amenazaba con la estabilidad política de los gobiernos. En el trasfondo de toda esa conflictividad estaban los problemas agrarios de ambos países», enfatizó Meza.
De la conflagración bélica de 1969, todavía hay heridas abiertas que, en El Zancudo, su gente mayor apuesta por cerrarlas para siempre con las nuevas generaciones de hondureños y salvadoreños, aunque ello pueda llevar otros 50 años, cuando ya no exista nadie que vivió en carne propia el conflicto como población civil, combatiente o prisionero de guerra.
«Con los padres de familia, con las fuerzas vivas de esta comunidad se trabaja muy bien. Trabajamos siempre en equipo tratando de sacar adelante esta aldea», dijo a EFE la maestra del segundo grado del CEBIC, Dalila Esperanza Guevara, hondureña, quien también tiene familiares salvadoreños.
El hecho de tener alumnos hondureños y salvadoreños «no es problema» para Guevara, «sino que es algo que nos enriquece saber que mucha de la población de esta aldea tiene la binacionalidad, pertenecen a Honduras, pero también a El Salvador».
El contencioso se agudizó a finales del decenio de los 60 del siglo pasado, cuando como parte de una política agraria hondureña comenzaron a ser expulsados miles de salvadoreños, en su mayoría campesinos, lo que representó un nuevo problema social para su país, de unos 21.000 kilómetros cuadrados y una población que en 1969 superaba los tres millones de habitantes.
Los principales ataques salvadoreños comenzaron en los puntos fronterizos de Ocotepeque, occidente, y El Amatillo, sur, en un conflicto que el periodista polaco Ryszard Kapuscinski, desde Tegucigalpa lo hizo trascender, el mismo día que comenzó, como «La guerra del fútbol».
La guerra no fue por fútbol
«Me parece que ese es uno de los errores más grandes que cometió un polaco (Kapuscinski) que escribió que la guerra fue por el fútbol», recalcó a EFE Fernando el ‘Azulejo’ Bulnes, defensa izquierdo hondureño que jugó los tres partidos de la eliminatoria mundialista entre Honduras y El Salvador.
Del juego en el Azteca, Bulnes recuerda que en uno de los tiempos» de 15 minutos, los salvadoreños filtran una pelota entre los defensas hondureños Lenard Wells y Rafael Dick. Bulnes corre a cerrar, pero por «mala suerte» llega «tarde» y se le cruza Mauricio el ‘Pipo’ Rodríguez, quien «le hace un toque a Jaime Varela (portero) y el balón se le va por debajo del brazo», para el triunfo de 3-2 a favor de El Salvador.
«El Salvador agredió a Honduras por la reforma agraria, porque en Honduras vivían 300.000 salvadoreños que fueron expulsados. Aquí estaban cómodos nuestros hermanos salvadoreños», señaló Bulnes, evocando junto a una de las porterías del Estadio Nacional, los juegos del 8, 15 y 27 de junio de 1969.
Agregó que hondureños y salvadoreños «siempre se han abrazado no solo en el fútbol, que es para unir a los pueblos, no para desunirnos», y que las guerras son para los que quieren producir otras cosas y hacer negocios, como los empresarios y las grandes potencias».
«Nosotros no somos potencias ni en la producción de fríjoles, ni maíz», acotó Bulnes.
El fútbol los vuelve a juntar
Las relaciones entre Honduras y El Salvador se restablecieron en 1980, cuando sus gobiernos suscribieron en Lima, Perú, el 30 de octubre de 1980, un Tratado General de Paz, aunque el contencioso limítrofe seguía sin resolverse, lo que llevó a los dos países a la Corte Internacional de Justicia para que definiera de una vez por todas su frontera común.
En noviembre de 1981, el fútbol volvió a enfrentar en el Estadio Nacional de Tegucigalpa a Honduras y El Salvador en la eliminatoria por la Concacaf (Confederación Norte, Centroamérica y el Caribe de Fútbol), en la que además compitieron Canadá, Cuba, Haití y México, para el Mundial de España 1982.
Esa eliminatoria, que también jugó el ‘Azulejo’ Bulnes, Honduras la ganó de manera invicta y, en su último partido, que empató contra México, le puso en bandeja la clasificación a El Salvador, que ya había regresado a casa esperando el «favor» de sus vecinos hondureños.
La vida en los pueblos fronterizos
Al confirmar la CIJ los espacios de cada país en su frontera común, muchos salvadoreños quedaron en territorio de Honduras y no fueron pocos los hondureños en suelo de El Salvador.
Para los maestros del CEBIC, a veces no ha sido fácil decir a los alumnos «ustedes son de Honduras» o «son de El Salvador».
En algún momento ha habido alumnos confundidos pidiendo explicaciones sobre «por qué somos de allá o por qué somos de acá».
La maestra Guevara, quien tiene 32 alumnos en el CEBIC, indicó que «la globalización» gradualmente está llevando a los pueblos a quitarse viejos esquemas de que la frontera los divide.
«Deberíamos pensar como sociedad que solo juntos podemos quitarnos esos estigmas que nos marcaron anteriormente, sabemos que esto es un paso a paso, que tenemos que ir mejorando y que a nivel de países pues también se trabaje más», añadió.
Organizados en sociedad, los adultos, junto con los maestros, abogan por que, a El Zancudo, donde circulan como moneda de curso legal el dólar estadounidense de El Salvador, y el lempira hondureño, lleguen puestos de empleo, una casa de la cultura y un espacio para que los niños desarrollen sus habilidades y capacidades en el teatro, la música y la danza, entre otras actividades.
Los alumnos del CEBCI son hinchas de las selecciones de Honduras y El Salvador, de equipos hondureños como Motagua y Olimpia, o Alianza y Águila, salvadoreños; además, de los españoles Real Madrid y Barcelona, y el Inter italiano, entre otros.
El lema de la maestra Guevara con sus alumnos es: «Donde estemos, siempre somos hermanos».
Mañana, los alumnos del CEBIC de El Zancudo, hondureños y salvadoreños hermanados, volverán a jugar al fútbol, a seguir anotándole goles a la vida con una sonrisa en su rostro, tan grande como sus sueños.