
Tegucigalpa. – La parca nos sorprendió con la inesperada partida del sacerdote jesuita, José María Tojeira, uno de los personajes que admiré y cuya trayectoria seguí a través de sus lecturas, de sus declaraciones y de amigos muy queridos que le conocieron y relataban su compromiso con Centroamérica. Honduras y El Salvador dentro de esas pasiones.
Su deceso me tomó por sorpresa pues seguía en las redes sociales sus opiniones sobre la deriva autoritaria en El Salvador, su voz para denunciar lo que estaba pasando en Nicaragua, en fin, su compromiso coherente y ético a favor de la justicia social, el respeto a los derechos humanos y la lucha por un mejor futuro para los pueblos frente a las dinámicas de la exclusión.
El padre Tojeira fue un faro que iluminó y seguirá iluminando a los pueblos centroamericanos. Así lo plasmó en su caricatura uno de los diarios salvadoreños. Las manifestaciones de solidaridad, los relatos sobre su historia y compromiso, los homenajes a su memoria me conmovieron hasta el fondo del alma. Es de esas muertes que generan sentimientos difíciles de describir. Mis amigos me cuentan de su estadía en Honduras, de sus encuentros, de los debates sostenidos, las anécdotas y de la sensibilidad de ese hombre que nunca dejó de alzar la voz ante la masacre de seis sacerdotes jesuitas en las instalaciones de la UCA en El Salvador. Con ellos fueron asesinadas dos mujeres, madre e hija, el 16 de noviembre de 1989. Los cuerpos represivos del Estado salvadoreños fueron los autores de ese horror. Recién me estrenaba en el periodismo cuando se produjo ese crimen que estremeció al mundo.
El padre “Chema” Tojeira como se le conocía, nunca dejó la bandera de búsqueda de justicia en ese caso que también le tocó el alma. Y lo logró. La verdad salió a luz y hubo justicia finalmente. Uno de sus amigos y pupilo, el sacerdote jesuita, Ismael Moreno, me compartió una entrevista que le hizo en Radio Progreso hace un par de años. Fue exquisito escuchar y conocer de sus afectos hacia Honduras, de que no quería irse a El Salvador, porque quería quedarse aquí, de los recuerdos sobre sus diálogos con queridos y recordados personajes que ya no están con nosotros como Víctor Meza, Manuel Gamero, Herminio Deras, éste último, una de las víctimas de la política de seguridad nacional y violaciones a los derechos humanos en los años ochenta.
Tojeira fue el fundador de Radio Progreso e impulsor de la Compañía de Jesús en el país. Fue un obrero silencioso al servicio de la fe y la justicia. Fue un crítico permanente del autoritarismo en Centroamérica, en especial de los regímenes de Daniel Ortega y Rosario Murillo, así como del actual presidente salvadoreño, Nayib Bukele.
La Compañía de Jesús destacó que Tojeira realizó en Centroamérica “el apostolado social, el liderazgo provincial y universitario, el compromiso con la justicia y los derechos humanos y el acompañamiento pastoral”. Era un intelectual de primera, pero ello nunca le impidió acercarse a los pobres. Siempre resaltaba la sabiduría popular de los pueblos.
En Honduras, su partida ha sido muy sentida también. El padre Chema Tojeira fue una persona excepcional, escucharle, leerle y aprender de sus mensajes son legados que nos deja. La Escuela de Periodismo de la UNAH, le entregó el premio “Medardo Mejía” cuando se buscaba reprimir a Radio Progreso. Fue una manera de respaldar desde la academia la labor de un personaje que hizo mucho por Honduras, relataron los docentes de la época al conocer su deceso.
Frente a la deriva autoritaria que vive Centroamérica, en unos países con más fuerza que en otros, el padre Chema Tojeira fue claro al advertir que tocará nuevamente defender el Estado de Derecho y los derechos humanos junto con la libertad, la crítica y el diálogo. Sabias palabras y reflexiones. El padre Chema se nos fue en uno de los momentos más críticos para la democracia, nos toca releer sus escritos para encontrar caminos y claridad que nos ayuden a comprender y aportar mejor a la construcción democrática en la región.
En El Salvador, el Estado ignoró su muerte, algo típico de la miseria humana. Pero la respuesta del pueblo salvadoreño fue otra: un masivo acompañamiento y reconocimiento a un ser humano excepcional que dejó huella y toca a los buenos centroamericanos retomar y cultivar su legado. Que su luz brille por siempre y sea inspiración para quienes aprendimos a admirarle y respetarle por su trabajo, compromiso, sencillez, coherencia y ética. Que su faro no se apague, al contrario, que resplandezca más que nunca. Centroamérica lo necesita, y nosotros, los hondureños también.