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Un tranvía llamado deseo…

Julio Raudales

Un viento occidental sopla sobre Honduras con su mágica y refrescante fuerza. Nos abrasa por fin el fuego energizante del Dragón colosal. Bien podemos decir que la estrella roja de la gran franja brilla con fulgores de progreso en nuestro cielo, en este pequeño pedazo de tierra que Neruda nombró la garganta pastoril de América. Tendremos pronto el tan anhelado ferrocarril interoceánico, financiado y construido por compañías privadas o estatales de la República Popular China.

Por ahí desfilarán trenes cuya mercancía pagará un precio que solo será competitivo sí y solo sí se logra el tiempo necesario para que el hasta ahora indispensable Canal de Panamá quede en desuso por su anacronía.

20 mil millones de dólares por un ferrocarril de alta velocidad parece poco si se compara con el costo de los que pululan por la vieja Europa y los orientales que hoy cruzan la China meridional, Japón o Corea. Dicen los “nóveles expertos” que será alimentado por la energía producida por una planta instalada en el golfo de Fonseca, que utilizará «fuerza mareomotriz».

Tanto el diseño del proyecto, como su construcción y manejo, estarán a cargo de “Empresas Grannacionales” -sabrá Dios qué significa eso- cuyo fin supremo será el bienestar común de los hondureños y no el consabido y desgastado afán de lucro que tanta miseria provoca según el saber de la presidenta y asesores.

No es aspiración reciente ni una idea innovadora. Desde que en la administración del General Cabañas a mediados del siglo XIX se obtuviera el primer crédito, se cuajaba ya en las mentes de la clase política el ansiado proyecto. Luego vinieron más: José María Medina nos endeudó de forma sempiterna sin que el ansiado canal se hiciera realidad. ¡Por fin! ya frustrados y empobrecidos, habíamos renunciado al sueño de un cruce interoceánico.

Hasta ahora.

Quizá valga la pena reflexionar en la razón de tanto fracasado intento, no solo de Honduras, sino de todo el subcontinente, que en más de dos siglos ya, no ha podido concretar el sueño de unir atlántico y pacífico mediante una vía férrea rentable y eficaz. Es un poco más complejo que solo decirlo, que soñar.

Lo primero es la siempre inoportuna pero necesaria economía. La razón costo-beneficio.

Resulta que, a decir de los expertos, una obra de este tipo ha de sujetar su éxito al hecho de que el costo de su construcción sumado al de su mantenimiento, igualen al valor presente de las utilidades que se generen por su uso. ¿Será que los amigos chinos, norteamericanos, franceses y demás, que nos ayudarán a financiar y echar a andar tan importante obra, no considerarán este elemento?

Lo anterior implica, además, que quienes se transporten en el tren paguen una suma igual o inferior a la que pagan los competidores, en esté e caso los barcos que cruzan el canal de Panamá o los transportistas terrestres que accedan a desmontar la carga de un puerto y llevarla al otro por la carretera. Por cierto, valdría la pena preguntarse si el afamado “Canal Seco”, que tanto nos costó, no fue un fracaso y por tanto habrá que descartarlo como mecanismo de acción logística.

También es menester preguntar por qué a los europeos, norteamericanos y asiáticos les va tan bien en sus aventuras ferroviarias. La respuesta es una palabra: Productividad. No es casual que los países que tienen líneas de tren eficaces sean los más ricos del mundo.

La razón entonces no es la que a veces uno tiende a pensar. Las ferrovías no son baratas y se requiere de un ingreso medio muy alto para sostenerlas. La Unión Europea, con uno de US$ 50 mil anuales, EUA y Canadá con US$ 65 mil, Asia Oriental con US$ 55 mil, pueden darse el lujo de pagar por opciones tan buenas. Latinoamérica con sus todavía febles US$ 13 mil de ingreso promedio (Honduras con US$ 2,500), está aún lejos de lograrlo. ¿Qué falta?

Lo segundo. Lo más importante y aquello por lo que los políticos no han querido ni quieren apostar: Educación y Salud. Europa, China y Norteamérica son tan productivos porque primero educaron y sanearon. ¿Nosotros cuándo?

Así que no se siga perdiendo el tiempo presidenta. Ni nos haga perderlo con sueños imposibles. Emprendamos un programa serio de modernización educativa, mejoremos la salud. Concentrémonos en ello y verá lo bien que le irá. Recuerde: no serán los chinos ni los gringos, nadie hará por los hondureños, lo que no hagamos por nosotros mismos.

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