Un análisis de Alberto García Marrder, especial para Proceso Digital
Tenemos por delante un nuevo orden mundial donde las viejas consideraciones ya no sirven y hay que tomar en cuenta los nuevos cambios geoestratégicos.
Europa, por ejemplo, ha perdido influencia y la humillación que acaba de sufrir Francia a manos de Estados Unidos es vergonzosa.
Rusia no da para más. Y China es ahora la emergente potencia que asusta en Washington. Y el Reino Unido, una vez fuera de la Unión Europea, no pinta nada. Es una mera comparsa de Estados Unidos.
Y la Alianza Atlántica o la OTAN, tiene menos presencia militar. Ha quedado como un símbolo.
Pero en las últimas semanas ha sucedido algo importante. El llamado macro acuerdo o alianza AUKUS, entre Australia, Reino Unido y Estados Unidos. Y es, sobre todo, por la manera como se ha gestionado: en una auténtica bofetada a Francia.
El presidente norteamericano Joe Biden y los primeros ministros del Reino Unido, Boris Johnson y el de Australia, Scott Morrison, anunciaron de improviso el acuerdo de vender ocho submarinos nucleares a Australia para vigilar las mares al sur de China, ante los avances expansionistas de Pekín.
Australia rompía así un macro acuerdo militar con Francia para comprarle doce submarinos de propulsión convencional, de diesel, por un valor de 60,000 millones de dólares.
Lo malo de todo esto es que el gobierno francés se enteró de ese acuerdo, negociado en secreto durante 18 meses, una hora antes de ser anunciado oficialmente.
Y por eso el enorme cabreo del presidente francés, Emmanuel Macron, y ha llamado en protesta a sus embajadores en Washington y Canberra, “para consultas”.
El ministro francés de Asuntos Exteriores, Jean-Yves Le Drain, lo calificó como una “puñalada en la espalda”.
En París puede haber mucho pataleo, la “Grandeur” de la arrogante Francia ha quedado por los suelos. Pero ese acuerdo revela la nueva realidad. Francia, Alemania (menos ahora sin Angela Merkel en las próximas semanas) o Italia, ya no tienen la influencia que solían tener.
El gobierno norteamericano, sin pedir disculpas a un aliado tradicional como Francia, argumenta que los submarinos franceses quedarían obsoletos en pocos años y serían fácilmente detectados por China.
Los submarinos nucleares, sin embargo, son más silenciosos, difíciles de detectar y tienen una vigencia mayor.
Está claro que el enfoque ahora de Washington es China y no Oriente Próximo o Rusia. Y quiere contener su expansión marítima, política y comercial.
China se ha convertido en la gran fábrica del mundo y está presente en todas partes.
Washington no tiene reparos en que sus tradicionales aliados europeos, como Francia, sufran los daños colaterales en su enfoque principal ahora: China.
Estados Unidos se acaba de marchar de Afganistán después de veinte años de presencia militar y es China quien se dispone a cubrir ese vacío. Pero será más económico que militar.
Después de lo que pasó con Hong Kong, el próximo zarpazo de Pekín podría ser Taiwan, a solo 100 millas de la China continental. Y la gran incógnita es cuál sería la reacción de las potencias occidentales.
El berrinche francés va a durar y a Macron le interesa presentarse a su electorado como un político fuerte, especialmente antes de las próximas elecciones presidenciales en abril.
A Macron le ha molestado, enormemente, que no fuera informado de las negociaciones del acuerdo AUKUS y que no fuera invitado a participar. Francia tiene muchos intereses en el sudeste asiático y en el Índico, además de sus excolonias.
En todo este tinglado ha habido dos comparsas: Australia y el Reino Unido.
El gobierno de Canberra alega que actuó en defensa de sus intereses a largo plazo, que el contrato con Francia aumentaba considerablemente y que los submarinos convencionales iban a quedar obsoletos tan pronto se botara el primero, en diez años.
Australia tendrá que pagar unos 290 millones de dólares por haber roto el contrato.
El Reino Unido, por su parte, va a participar en la producción de esos submarinos nucleares y ya fuera de la Unión Europea, parece contento con regresar bajo la sombra americana.
En todo esto, creo que hay una palabra que es necesario mencionar: “menosprecio”. El que ha tenido Biden con Francia.
Aquí se han roto todos los protocolos diplomáticos. Eso era de esperar de Donald Trump, era muy típico de él en sus cuatro años en la Casa Blanca. Pero no de los ocho meses de Biden.
Indudablemente, hay un nuevo orden mundial. Y desconcierta.