Washington, (EEUU) – (Especial para “Proceso Digital”- Por Alberto García Marrder)
La perniciosa era de Donald Trump en Estados Unidos se termina -al fin- esta semana con la toma de posesión del nuevo presidente, el demócrata Joe Biden, este miércoles.
El presidente republicano saliente, con su familia, se va a un “exilio” forzado en el sur de Florida, pero deja tras de sí una bomba de relojería: un movimiento populista, conservador y supremacista llamado ya como el “trumpismo, sin Trump”.
Trump sale de la Casa Blanca, con rabia y frustración. Y totalmente desprestigiado por el “impeachment” (juicio político para echarlo del poder) que ha aprobado la Cámara de Representares por “incitar a la insurrección” Por haber pedido a miles de sus simpatizantes que asaltaran el Capitolio para invalidar la victoria electoral de Biden y que se reconozca la que afirma es suya, en cinco estados claves. Para él, le robaron las elecciones del 3 de noviembre, por un masivo fraude que ha impedido su reelección por otros cuatro años más.
Trump es ya el único presidente en la historia de los Estados Unidos en haber sido sometido a dos “impeachment” por el Congreso. No es un historial para sentirse orgulloso.
“Abandona el cargo del líder más poderoso del planeta como un paria para muchos, aislado y tras casi cuatro años de una mezcla de bravuconería y manía de esparcir falsedades que no tendrían consecuencias si fueran desmentidas por aquellos que le perdonaban su comportamiento o que le tenían miedo o no podían confrontarlo”, escribe el columnista David Nakumara en el diario “The Washington Post”.
El Senado, con mayoría republicana por ahora, está de vacaciones hasta el 19 de enero, un día antes de la toma de posesión, de Biden . Y entonces, los demócratas van a controlar dos de las tres ramas: la Ejecutiva (Casa Blanca) y las legislativas (Senado y Cámara de Representantes).
Sobre la judicial, el Tribunal Supremo, Trump se encargó, en apenas cuatro años, de nombrar a tres nuevos jueces conservadores. Con eso, ya existe una mayoría de esa tendencia, entre los nueve jueces, por décadas.
Trump se va, como dice el dicho “por la puerta trasera” de la Casa Blanca por su vergonzosa incitación a sus miles de simpatizantes, el 6 de enero, para que asaltaran el Capitolio. Precisamente para evitar que el Senado y la Cámara de Representantes confirmaran la victoria electoral de Biden.
Se va sin acudir a la toma de posesión de Biden como ha sido siempre la tradición en cambios de presidentes y como una muestra de que así funciona la democracia americana. Ni tampoco ha invitado a Biden y a su esposa Jill, la futura Primera Dama, a la Casa Blanca. Un gesto de cortesía qué si tuvieron Barak Obama y su esposa Michelle, en 2016, cuando invitaron al presidente electo y a su esposa Melania, “a tomar té”.
No sorprende en nada ese comportamiento. En sus cuatro años en la Casa Blanca, Trump ha roto con todos los modales y las reglas establecidas.
En las pasadas elecciones del 3 de noviembre, Trump logró el apoyo de más de 74 millones de votantes. Mientras que Biden le ganó con más de 81 millones y también en los votos del Colegio Electoral (306 a 232).
Esa importante masa de votantes, fieles seguidores del “trumpismo”, le quedan en reserva si para el 2024, si quiere (y si puede legalmente), presentarse por segunda vez a unas elecciones presidenciales, como viene susurrando.
Los líderes demócratas del Congreso (y posiblemente hasta algunos republicanos), están sumamente interesados de qué si se aprueba también en el Senado el “impeachment” contra Trump, se incluya una prohibición expresa que no podrá presentarse de nuevo a unas elecciones presidenciales, en el 2024.
El juicio político contra Trump en el Senado podría iniciarse a partir de este jueves, un día después de la toma de posesión de Biden y sin Trump ya en la Casa Blanca. Será entonces una acción más simbólica que real. Pero de gran trascendencia.
Mientras tanto, y desde su mansión de Mar-a-Lago, en Palm Beach (Florida), Trump seguirá tratando de controlar el Partido Republicano (o lo que queda de ese partido), como lo ha estado haciendo en los últimos cuatro años.
La finalidad de Trump será, pensando en el 2024, de socavar el gobierno de Biden y frenar sus proyectos legislativos, aunque no tendrán los republicanos mayoría parlamentaria en las dos cámaras.
Y si no puede presentarse a las elecciones presidenciales ese año, Trump intentaría escoger al candidato presidencial republicano. Además de inmiscuirse en las elecciones parciales del Congreso en 2022, para, más que todo, vengarse de los políticos republicanos que le dieron la espalda.