Por Víctor Hugo Álvarez
El contexto hondureño es tan complicado que las escenas de la realidad del país y las temáticas que saltan al tinglado de la opinión pública son cada vez más sorprendentes y muchas veces queda al desnudo las marañas de corrupción en todos los niveles en que se encuentra atrapado el país que ve palidecer su anhelo de alcanzar una democracia participativa.
El tema de la vinculación de policías, políticos y otras autoridades a los carteles de la droga hasta hace poco eran secretos a voces que corrían por todos los senderos, hoy tiene sello oficial y el desencanto popular es cada vez mayor.
Pese a que lo denunciado en tribunales de los Estados Unidos nada tenía de sottovoce sino todo lo contrario, la población no deja de experimentar esa sensación de orfandad e impotencia por la ausencia e incapacidad de las instituciones creadas unas para investigar y otras para impartir justicia, permitiendo a los corruptores y sus cómplices mofarse de la legalidad y actuar a sus anchas sabiendo que la impunidad en que quedan sus actuaciones son el mejor escudo para seguir en sus fechorías.
El coraje y la vergüenza que siente el pueblo es un claro signo de rechazo a las instituciones que debiendo investigar y actuar, han demostrado ser incapaces de cumplir con sus funciones y más bien dan la impresión de tolerancia o incapacidad para hacer caer todo el peso de la ley sobre quienes han delinquido y con una frescura asombrosa, dejan que sean los tribunales de los Estados Unidos quienes aborden estos casos y juzguen a los culpables.
Entre los grandes desafíos que deben enfrentar las instituciones hondureñas como el Ministerio Público y la Corte Suprema de Justicia, está actuar como es su obligación y hacer que el derecho y la justicia prevalezcan en el país como base sólida de la democracia.
Es tal lo patético que en el caso de los incendios forestales, ingenuamente se piensa que con ofrecer recompensas para capturar a los presuntos pirómanos se arreglará el problema. Nada más alejado de la realidad porque en vez de recurrir a un viejo, fallido y peligroso método, deberíamos ver si existe una política forestal y de protección a los recursos naturales que sea realista y arroje los resultados esperados
La creación de la ya extinta Codehfor, fue un sueño acariciado, pero se convirtió, como casi todas las instituciones, en un botín de la empleomanía sectaria y la entidad perdió el rumbo dando paso al Instituto de Protección Forestal, cuyas acciones son invisibles, mientras la tala durante el año y las plagas y los incendios en el verano, destruyen lentamente la foresta hondureña en detrimento de los ecosistemas y del medio ambiente.
No hay un plan forestal realista, acciones románticas abundan como poner a los estudiantes a reforestar, pero los arbolitos mueren al llegar la estación seca porque nadie cuida de ellos y dejan que la madre natural se encargue de la obra.
Vivimos el día a día, manejando las crisis pero no solucionándolas sólo aplicando paliativos, porque los lineamientos que pueden trazar las políticas de Estado y su ejecución, no son convenientes para los políticos, pues cada uno de ellos se saca del bolsillo o de las “genialidades” de sus mentes, lo que creen conveniente hacer en el período gubernamental del que disfrutan o buscan con ansiedad
Hay amnesia para poder visualizar que los retos que enfrentamos son gigantescos y ni los que están en el poder ni los que aspiran a dirigir la cosa pública, parecen darse cuenta que no se puede seguir gobernado este país sin metas y sin objetivos.
Por ese cortoplacismo o mejor dicho inmediatismo, siguen creciendo los indicadores del desempleo, de la pobreza, la insalubridad y la falta de oportunidades sumiendo a la población en la desdicha y alejando la posibilidad de mejores condiciones de vida para la mayoría de los hondureños. En sentido contrario, las cantaletas son subidas de tono mostrando un país maravilloso de un rítmico crecimiento económico, de una inversión extranjera y nacional exuberante.
Un paraíso cuya política fiscal camina de la mano con la inversión para el desarrollo y la política monetaria es tan sólida que no tenemos problemas ante el vaivén del dólar y del euro en el mercado mundial. Peor aún manejamos con una precisión asombrosa la deuda externa y su servicio y qué decir de la deuda interna… Todo está bajo control, según los datos oficiales.
Si esto fuera como lo pintan, entonces no crecería el número de migrantes hacia los Estados Unidos o Europa porque habría oportunidades, empleo y la economía informal fuera mínima. Habría un sistema de salud eficiente y una educación sin parches. Por supuesto no habría tanta miseria e inseguridad. Y, lo que es mejor, no se politizarían esas acciones y mejor aún no habría cabida para el populismo barato y demagógico.
Caminamos sobre un proceso electoral para elegir a quienes nos gobernarán. Se han tomado las elecciones como el fin no como un medio para garantizar la democracia, pero la formalidad de los comicios no son en sí la democracia. La verdadera democracia implica el respeto a la ley y a las instituciones que la integran, pero tal como soplan los vientos alcanzar la autenticidad democrática por ahora es sólo una quimera.