
Cada septiembre izamos la bandera, cantamos el himno y repetimos palabras importantes como: Patria, libertad, independencia. Pero entre actos cívicos y celebraciones vale la pena que nos preguntemos: ¿Qué le debemos a esta tierra que nos vio nacer, qué nos pasó y qué podemos hacer ahora para que retome su camino de desarrollo?
Honduras no perdió su espíritu de esperanza ni su vocación democrática; los extravió entre la confrontación permanente, la polarización, la tolerancia a la corrupción, la desconfianza y una política que a veces parece un mercado de favores donde la ambición personal esta por encima del bien común. Hay que decirlo con respeto y claridad: parte de nuestra clase política ha preferido ganar la próxima elección antes que resolver los problemas de la próxima generación. Cuando eso ocurre, el país se estanca.
Y, sin embargo, hay señales que nos devuelven la confianza. Como lo que vimos en la marcha convocada por las iglesias: familias completas, personas mayores con paso firme, jóvenes alegres, vecinos saludándose como comunidad. Allí no importó la preferencia política, importó el mensaje y el objetivo común: Queremos paz, libertad, instituciones que funcionen y una democracia que se respete. Esa escena nos recordó que el poder último de un país en democracia descansa en la ciudadanía.
Sostener ese espíritu exige coherencia. Si pedimos transparencia, practiquémosla. Si exigimos instituciones fuertes, defendámoslas cuando funcionan y vigilémoslas cuando fallan. Si deseamos un debate público de altura, renunciemos a la desinformación y al insulto, sobre todo en redes sociales, que tanto divide. La democracia madura cuando la ética personal se vuelve un hábito compartido.
También necesitamos una mirada estratégica sobre nuestro mayor activo: Somos un país joven. Si nuestros jóvenes caen en la apatía, la desesperanza o en el desencanto con la educación, perderemos una oportunidad histórica. Debemos encender en ellos una mentalidad de crecimiento, las ganas de aprender, dignificar su esfuerzo y hacer de la escuela y la universidad espacios de ciudadanía.
La educación superior tiene un rol insustituible. Desde las aulas se aprende a participar, a rendir cuentas y a construir acuerdos. Formar profesionales competentes y, al mismo tiempo, buenos seres humanos es lo que puede cambiar la cultura, la economía y la política.
¿Qué le debemos a la patria? Comprometernos, cada uno, a reconocer que su futuro está en nuestras manos. Con las elecciones de noviembre acercándose, es momento de exigir altura a quienes aspiran a liderar: Que escuchen con humildad, que propongan con seriedad y que ofrezcan equipos técnicos competentes, no solo promesas de campaña.
Que septiembre no sea solo un calendario de ceremonias, que sea un punto de partida. Propongo un pacto sencillo y exigente que todos podamos cumplir:
- Cuidemos la democracia, informándonos bien y participando activamente en el proceso electoral
- Trabajemos con honestidad, entendiendo que cada pequeña acción cuenta
- Tratemos a cada persona con dignidad, incluso cuando pensamos distinto
Si lo hacemos, la pregunta «¿qué le debemos a la patria?» se responderá con hechos. Y también, poco a poco, se transformará el país, éste, el que tanto amamos.