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¿Nueva economía?

Julio Raudales

Nueva economía, como título, es un viejo anhelo, repetido muchas veces por políticos, profesores y tecnócratas en el siglo XX y aún antes; incluso ha sido utilizado ese cuño, para relanzar nuevos conceptos que reaviven en las multitudes, la esperanza de un mundo mejor.

Uno de los más conocidos ejemplos de lo dicho, es el viejo texto de Vladimir Lenin: La NEP, es decir, la nueva economía política, que implicó un cambio radical, un giro copernicano en los conceptos que originalmente había planteado el conductor de la revolución soviética y que implicaba argumentos realmente desafiantes para la época.

Lenin, en su texto “El impuesto en especie”, planteó un desafío fulgurante ante el Congreso Comunista de 1919. La misma invitaba a cambiar los paradigmas recientemente asumidos para llevar a la práctica los planteamientos marxistas desde la perspectiva económica.

En ese texto audaz, valiente, genialmente oportunista pero acertado, Lenin decía: “Hay que dejar atrás la pequeña y micro producción que no conduce a nada. Necesitamos aliar este nuevo estado socialista con el gran capital internacional, con la gran empresa mundial, porque de lo contrario no tendremos éxito”

Es decir, en los albores del siglo pasado y recién iniciada la revolución soviética, el genio de Lenin ya anticipaba que la “gran empresa internacional” aparecería a los ojos de muchos de los revolucionarios como una presencia abusiva, depredadora, pero, aun así, eficiente y disruptiva, capaz de enseñar a la humanidad la capacidad de producción a gran escala, que es el secreto de la prosperidad en aquel entonces y ahora.

Este cambio, verdaderamente revolucionario para los estándares del lugar y la época, que preconizaba ya, la forma de ver las cosas que adoptarían los chinos muchos años y hambrunas después, lamentablemente quedó trunco, porque en los años inmediatos, Lenin se separó de la política y murió. El devenir mostró claramente el error del modelo comunista del cual, sus sucesores no pudieron, ni quisieron nunca escapar.

Hoy, más de un siglo después de la novedosa, aunque fallida propuesta leninista, las cosas han cambiado diametralmente en el mundo. Hablar de una nueva economía en el siglo XXI, implica al menos dos elementos clave: Los cambios en la forma de utilizar la energía y la manera en que las ideas insurgen en el mundo para transformarlo.

En efecto, pensar en desarrollo y bienestar en el siglo XXI, implica fundamentalmente definir la forma en que se moverá la producción y las relaciones humanas. La energía, dice Vaclav Smil, uno de los sabios de nuestro tiempo, que la energía es la única moneda de cambio del universo. Sin transformación de energía no hay nada. Desde la rotación de las galaxias, hasta los sensuales movimientos corporales que inducen a la reproducción humana requieren de la conversión energética por diversas vías.

El otro elemento, no menos importante que la energía, es el conocimiento. La cuarta revolución industrial manda a los economistas a pensar que el desarrollo y bienestar están ligados incondicionalmente a la forma en que los seres humanos aprendamos y, sobre todo, como nos adaptaremos a la convivencia con las máquinas, nuestras nuevas vecinas planetarias.

 ¿Cómo estamos pensando los seres humanos el nuevo mundo que asoma? ¿Qué se está haciendo en Honduras para adaptarse a esta nueva realidad a la que otros, los más avanzados la arrastran?

A juzgar por lo hecho hasta ahora y por la oferta política imperante en este año electoral, parece que lo último en lo que queremos trabajar los hondureños, es en la preparación de ese futuro que se cierne distópico, pese a las maravillas que promete.

Tenemos los precios más altos de la energía en Centroamérica y uno de los peores sistemas educativos del mundo. Nada bueno augura el futuro si persistimos en mantener un monopolio estatal en la provisión energética y una educación todavía vinculada al oscurantismo decimonónico.

¿Hay, entonces, esperanza de mejora en Honduras? Solo si existe voluntad política de hacer que las cosas cambien y eso no aparece por ningún lado en la oferta actual. Debemos recordar (prohibido olvidar), que de poco le sirvió a la URSS, el genio visionario y la actitud sabia de Lenin, de cambiar su visión sobre la economía. Su país solo duró siete décadas, el nuestro podría igualmente desaparecer pronto si no hacemos algo inteligente.

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