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Mienteme, como siempre…

Julio Raudales

John Stuart Mill, el gran economista y filósofo moral del siglo XVIII, sostenía que debemos instaurar aquella forma de gobierno que genere los mejores resultados. Mill nos aconsejó estudiar todas las consecuencias que tienen las acciones que en conjunto tomen las sociedades para buscar el bien común.

Mill pensaba que la implicación de las personas en política, las hace más inteligentes, más preocupadas por el bienestar de la comunidad, más cultas y mas nobles. Creía que conseguir que, por ejemplo, un obrero pensara en política, sería como descubrirle a un pez que hay un mundo fuera del océano.  Esperaba que la participación política endureciera nuestras mentes y ablandara nuestros corazones. Confiaba en que el compromiso político nos hiciera mirar más allá de nuestros intereses inmediatos y adoptar, en cambio, una perspectiva más amplia y de largo plazo.

En síntesis, para el gran pensador inglés, la política está llamada a ser un oficio noble, probo.  destinado a sustentar los más nobles objetivos comunes: la prosperidad y la felicidad humana.

Sin embargo. cuando examinamos los resultados de la acción que los políticos ejercen en nuestra vida particular, entra la duda sobre si Mill estaba o no equivocado. Los políticos generalmente alejan su comportamiento de esos ideales abrasivos: de la cultura, el arte, en fin… de la belleza. Ellos en cambio, persiguen el poder, y debajo del poder subyace siempre la maldad. Esto explica mejor la terrible decepción en que cae la gente al ver sus esperanzas y sueños, rotos y despedazados. 

La última campaña política que vivimos los hondureños es un buen ejemplo de lo dicho. Durante 9 meses, los candidatos a diversos puestos y sus acólitos, derrocharon fuerzas sembrando en la ciudadanía esperanzas de antemano fallidas. Rosenthal hablaba de entregarnos una buena cantidad de miles de lempiras, Asfura nos vendía la promesa de un futuro lleno de cemento para todo el país, La señora Castro aseguraba que pronto nuestra nación sería refundada, es decir, fabricada de nuevo, evolucionada, inclusiva.

Por cierto, ella fue la única en presentar una minuta ordenada y estructurada en un documento, cuyos capítulos expresan de mayor a menor, al menos eso aparenta a la lectura, el “sumun” de sus intenciones.

La gente le creyó, a tal grado que el último domingo de noviembre se volcó, como hace mucho tiempo no sucedía, a votar, no tanto por ella, sino por la promesa del renacimiento que tendríamos como país bajo su presidencia.

Por supuesto que la lista de aspiraciones registrada en el documento –que por cierto dista mucho de ser un Plan de Gobierno en el sentido estricto-, concuerda en su totalidad con las esperanzas, sobre todo, de los más postergados. Llamo la atención en dos puntos: Más y mejores servicios públicos, sin que esto implique más cargas impositivas o mayor endeudamiento.

Aunque ya desde entonces conocíamos la forma atrabiliaria en que el gobierno anterior venía manejando la cosa pública, trillada de ineficiencia, saqueo y mala consciencia, la entonces candidata y sus áulicos insistían en asegurar la factibilidad de otorgar más y mejores servicios sin que esto ello implique el costo social y emocional de la carga tributaria. Sabíamos, al menos inconscientemente, que una promesa de este tipo es imposible, pero preferimos creerle.

Esta semana se corrió el telón. Anonadados, muchas y muchos descubrieron que no solo no se pueden cumplir las promesas por una energía eléctrica competitiva, una educación con calidad y cobertura y un mayor acceso a fuentes de empleo. Es muy pronto sí, pero pareciera que hasta ahora nos enteramos que los caminos están bloqueados y de manera férrea. Que va a costar mucho sacrificio deslindar los valladares puestos por el gobierno del desalmado Juan Orlando y sus secuaces.

Muchas y muchos han expresado su decepción al ver el incremento impositivo aprobado por el Congreso, de las transacciones con plástico bancario, las tasas a cobrar para los constructores, la intención del cobro a las remesas. Claro, como no ¡Duele! Pero a veces, el dolor es necesario para cerrar heridas y contusiones,

El problema fue creerle a quienes prometían que no habría más impuestos, ni más deuda y que solo tendríamos la renovación del bienestar nunca alcanzado, por el simple hecho de votar. Quizás ello obedece a la inveterada (y viciosa) costumbre de necesitar de las mentiras para ser felices. Me recuerda mucho la hermosa, aunque triste canción ochentera de Luis Miguel: ¡Miénteme como siempre, por favor miénteme, necesito creerte, convénceme!

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