París – La semana que comenzó en Francia con la dimisión del primer ministro, Sébastien Lecornu, acabó este viernes con el nombramiento del mismo jefe del Gobierno, en un intento del presidente, Emmanuel Macron, de superar una crisis política que amenaza con paralizar al país.
Ni los llamamientos al adelanto electoral, procedentes sobre todo de la ultraderecha de Marine Le Pen y del grupo izquierdista de Jean-Luc Mélenchon, ni las peticiones de socialistas, comunistas y ecologistas de apostar por un Ejecutivo de izquierdas impidieron al presidente seguir optando por una figura de su círculo cercano.
Lecornu, un fiel macronista de 39 años, el único político que ha estado en todos los Gobiernos desde la llegada de Macron al Elíseo en 2017, tendrá que buscar la fórmula para encontrar una mayoría suficiente que le permita, ente todo, aprobar unos presupuestos para 2026, ante la grave situación de las finanzas del país.
El presidente hizo saber que el primer ministro tendrá «carta blanca» para afrontar esas negociaciones y el rescatado jefe del Gobierno agregó que la utilizará para poner encima de la mesa de negociación cualquier asunto que le permita recabar apoyos.
En el trasfondo está la reforma de las pensiones adoptada en 2023 sin voto parlamentario, la mayor reforma estructural del mandato de Macron, a la que se aferran algunos de los componentes de la alianza presidencial, como el ex primer ministro Edouard Philippe, o la derecha tradicional.
La derogación de reforma pensional es una condición indispensable de la izquierda moderada, que necesita esa victoria para justificar ante su electorado el apoyo a un Ejecutivo que, de nuevo, no les permitió formar el presidente.
El nombramiento de Lecornu se finalizó bien entrada la noche, horas después de que acabara una reunión en el Elíseo entre el mandatario y los líderes políticos moderados.
Un encuentro, sin lepenistas y melanchonistas, que abandonaron los grupos políticos sin buenos augurios. La izquierda aseguró que Macron no les había dado ninguna garantía del giro político que exigen, el centro abundó en la fatiga que acumulan con las decisiones del jefe del Estado y la derecha moderada agrandó las distancias con el macronismo.
Pese a todo, el presidente concluyó que son más los que quieren evitar un adelanto electoral, que los sondeos consideran beneficia solo a la extrema derecha, por lo que apostó por seguir explorando opciones.
La apuesta de Macron es con el político que el pasado lunes, un día después de haber nombrado su Ejecutivo, dimitía convencido de que no se daban las condiciones para seguir en el cargo. Y que dos días más tarde, al término de una ronda de consultas con todos los partidos, recomendaba al presidente nombrar otro primer ministro al tiempo que aseguraba que su misión había tocado a fin.
En esta segunda parte de su gobierno, el camino no parece más despejado. Sus opciones pasan por ser capaz de conciliar los intereses de los socialistas, a cuyo líder, Olivier Faure, telefoneó Macron antes de anunciar el nombramiento de Lecornu, con los del bloque central.
Este se muestra cada vez más resquebrajado y menos presto a seguir los designios del presidente, cuyas decisiones critican ya sin tapujos.
En sus declaraciones públicas, los socialistas tampoco ofrecen mucho margen de maniobra y Faure amenazó con votar una moción de censura si no reciben garantías claras de sus reivindicaciones.
La carta que parece jugar Lecornu es la congelación de la reforma de las pensiones hasta 2027.
El primer ministro que aseguró aceptar el encargo «por deber» y para «acabar con la inestabilidad que daña la imagen de Francia y sus intereses», tratará de alejar los egos del Ejecutivo y ya ha hecho saber que sus componentes deberán renunciar a toda ambición para las próximas presidenciales, previstas para dentro de dos años.
Eso excluye a algunos pesos pesados del actual gabinete, como el titular de Interior, el conservador Bruno Retailleau, o el de Justicia, el macronista Gérald Darmanin, y augura la conformación de un Gobierno menos político y más técnico. EFE