Está claro que la única forma de conocer o de acercarnos al conocimiento, es “conocer históricamente”. Tanto en la física como en la biología; en la economía o la sociología, el único instrumento que nos ayuda a borrar la ignorancia y a poner en su lugar lucidez, es la historia.
Basta entonces con tener la paciencia necesaria para desbrozar, a punta de ciencia, los mitos y prejuicios fijados por grupos de interés en cada situación de la historia y así incrementar nuestro bagaje para aportar algo útil al andar humano.
Sin duda quedaremos asombrados, porque la realidad es infinitamente más densa e imaginativa que la más delirante de las fantasías. ¡Tengamos paciencia, estudiemos la historia de las cosas! Solo así dejaremos de ser tan burdos y elementales como los animales y seremos, ¡por fin!, agentes libres.
Un examen exhaustivo de lo vivido en Honduras durante los últimos dos siglos, nos dará cuenta de que, los breves momentos de prosperidad que hemos experimentado como nación, son aquellos en que las personas, independientemente de sus prejuicios, formación o habilidades, fueron capaces de decidir por ellas mismas el objeto de su existencia.
Lamentablemente, la mayoría del tiempo alimentamos nuestras miserias sociales en la espera de un mesías, alguien que nos saque del abismo y nos lleve a la felicidad, bajo la condición de no hacer nada. Si no son los “Gringos”, son los “Chinos”, sino la cruz o el poder divino o quizás la suerte. Por ello anhelamos tanto, unos la CICIH, otros las ZEDES y, ya de perdidos, aunque sea las remesas que otros, que sí tuvieron el coraje de irse, nos puedan enviar de allende el muro.
Lo que es claro y esperanzador, es que crece el número de compatriotas que dejó de “tragarse” el cuento de la dependencia y la necesidad de un dador. Día a día lo hacen evidente en el deseo que tienen de marchar, especialmente hacia los Estados Unidos, esa tierra inhóspita, desprovista de protección y garantías sociales, pero repleta de oportunidades para prosperar por uno mismo. Esas mujeres y hombres nos enseñan, con su actitud, que se pueden alcanzar los sueños cuando se dejan de lado los temores y la pachorra.
En sentido contrario a esa “garra catracha”, los líderes del país se empeñan en mantenernos esclavos de sus miserias. Intentan maniatarnos con más impuestos y endeudamiento vacuo, aprueban leyes burdas para hacernos dependientes de sus patrañas y persisten en no cumplir con su cometido moral, es decir, con la única razón que tienen para que existan las instituciones: garantizar nuestra libertad y respetar nuestro proyecto de vida.
Sus acciones los delatan: buscaron relacionarnos con China, no para abrir posibilidades comerciales, sino para mendigar lo que no nos darán, ya que ellos solo pactan cuando hay negocios, lo cual los hace grandes; han esperado durante años que los americanos nos cobijen y resoplan desengañados cuando comprueban que los Estados Unidos se construyó como nación próspera, bajo la visión y el carácter puritano, ahorrativo y trabajador de los cuáqueros.
Nos toca a nosotros, la ciudadanía convencida de que se pueden lograr las cosas cuando se trabaja con honestidad, inteligencia y sabiduría, más allá de la ordinariez de los políticos de siempre, los enemigos del comercio y gendarmes de la esclavitud. Nos toca sí, exigir el correcto uso de nuestros recursos y la reducción de las cadenas, llámense impuestos o normas, con que pretenden seguir atándonos.
Debemos emprender con valentía la presión necesaria para ser la sociedad que deseamos, sin injerencias, con actitud y, sobre todo, el uso pragmático de nuestras habilidades y ventajas. Ese es el ejemplo que nos dan día tras día los migrantes.