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Lo que viene

Julio Raudales

A casi todos los políticos, sin excepción, se les olvida siempre que Honduras tiene una economía minúscula, irrevocablemente sujeta a los designios o movimientos políticos de los países y regiones avanzadas.

Por ejemplo, el PIB de nuestro país representa apenas la milésima parte del de los Estados Unidos, es decir, si Donald Trump decide colocar un arancel a nuestras exportaciones hacia aquel país, similar al que acaba de imponer a Brasil (50%), nuestra producción caería en aproximadamente 3%, con lo cual, prácticamente, no creceríamos nada este año. En pocas palabras, sin la posibilidad de comerciar e interactuar con el resto del mundo, Honduras desaparecería del mapamundi.

De esa magnitud es la dependencia que padecemos desde que somos país. Pero parece que a quienes coquetean con la posibilidad de llegar al poder a manejar el presupuesto gubernamental, no les interesa cambiar esta triste realidad, ni sacar provecho de ella. Lo único que importa ahora, es retener o reconquistar el poder y así acceder a dineros que de otra forma jamás podrían conseguir por ellos mismos.

No hay ranking internacional en el que califiquemos, al menos en tabla media; el clima de negocios está siempre cubierto por la niebla de la inseguridad jurídica y la corrupción, persiste desde hace un lustro, la percepción de que nuestro territorio es el más vulnerable del planeta a los desastres naturales y en cuanto al desarrollo democrático, la Unidad de Inteligencia Económica (EIU), nos coloca en la posición 91 de 167 países, por debajo de la mediana, lejos de panamá (47) y aun más de Costa Rica (19).

A estas calamidades, hay que sumar la desesperanza de la mayoría de la gente, especialmente los jóvenes, quienes, en general, no ven al país como el destino adecuado para buscar un futuro promisorio. Los espacios se cierran, el ingreso neto esperado es tan bajo, que desincentiva a muchas y muchos a continuar estudiando, ¡Para que, si un título o diploma no me aleja mucho de la perspectiva de ganar apenas el salario mínimo! Mejor volar hacia el extranjero, donde se puede ganar mucho más sin tener que estudiar.

Pero ¿Quién quiere cambiar esta terrible realidad? ¿Cuántos de los candidatos entienden que la problemática pasa por realizar cambios estructurales profundos en el país? Muchos de esos cambios implican reformas profundas en la estructura del estado, sobre todo, normas que mejoren la confianza de los inversionistas, que desincentiven el crimen y generen un mejor cuidado del territorio.

Reducir y concentrar el gasto público limitándolo únicamente a facilitar las transacciones, asegurar la propiedad privada, ofrecer servicios de salud y educación de calidad, una infraestructura que facilite los negocios y el ordenamiento del territorio.

Esto implica principalmente, recortar el número de instituciones públicas. No es cierto que cada problema del país requiere de un ministerio para ser resuelto; al contrario, alguien por ahí, dijo con mucho tino: “sí hay problemas en la agricultura, es porque existe una secretaría de agricultura”.

Es indispensable entonces, reducir el efecto desplazamiento que el gasto gubernamental provoca en la producción y que impide un crecimiento consecuente con las necesidades del país. Un recorte adecuado del gasto corriente generará mayor libertad de transacción, limitará la necesidad de mayores impuestos y reducirá la carga de la deuda pública.

La pregunta que redunda es: ¿Está dispuesto alguno de los candidatos a decirle a sus seguidores que no habrá empleo en el gobierno para ellos? “Muchas gracias por el apoyo en campaña, pero si quieren que su trabajo político se cristalice en beneficios para Honduras, no me pidan que les dé chamba en el gobierno, esperen a que el sector privado provea mediante los incentivos dados, los puestos a los cuales ustedes podrán acceder”. Parece difícil que esto suceda. Los que se dedican al activismo político en Honduras, lo hacen por un puesto de trabajo y no por el compromiso que Honduras requiere de sus hijos.

Resulta patético observar a personas sin oficio ni habilidad, rodeando a los candidatos y candidata, previo a las elecciones de noviembre. Gente que no encontró mejor cosa que hacer que meterse a la política, no porque conozcan los entresijos de las políticas públicas o por su compromiso con el bien público temporal -ambos requisitos indispensables para trabajar en el estado- sino, porque saben que por su cuenta o en una empresa privada, no pasarían de ser simples sombras al abrigo de su mediocridad.

Ojalá y en alguna campaña cercana, que sospecho no será la actual, los candidatos o candidatas basen sus propuestas, no en la cancioncita vacía o en promesas ligeras, sino en el discurso potente y convincente que solo genera la honestidad intelectual y el valor moral.

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