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Lo peor está por venir

Julio Raudales

Las cosas están muy mal en la economía mundial y la cadena se rompe, como casi siempre, por su eslabón más sensible: la banca. El pasado 8 de este mes que aún no termina, el Silvergate Bank anunció que entraba en “default”. Una semana después, el Silicon Valley Bank y el Signature Bank se declararon en banca rota luego de que sus clientes entraran en pánico y corrieran a retirar sus depósitos.

Hay algunas características comunes en estos bancos norteamericanos: 1) Son regionales y no están en el “top ten” de la banca estadounidense; 2) sus giros están centrados en rubros muy innovadores como los negocios con criptomonedas y las fintech, es decir, daban créditos a actividades basadas en tecnología digital como UBER, AIRBNB y otras.

Pero antes de que sucedieran estos eventos, ya teníamos el prolegómeno en Europa: en febrero pasado, el Credit Suisse Bank que presentaba serios problemas de solvencia, tuvo que ser absorbido por el UBS Bank, otro gigante suizo y esto ha generado estupor entre los ahorrantes europeos. Lo que estamos viendo es que hay desconfianza y que los gobiernos tratan de intervenir para frenarla, pero la gente parece no contenerse y esto precariza aún más la situación. 

¿Qué está pasando allá en el mundo desarrollado?, ¿Cuáles son las claves de esta crisis? ¿Cómo podemos salvaguardarnos de la debacle nosotros, los de abajo?

Todo inicia con la COVID-19. La pandemia paralizó al planeta en medio de un agrio debate sobre cuán draconiano debía ser el encierro. Los científicos del lado de la naturaleza aupaban a los líderes políticos para que confinaran a la humanidad de forma total si fuera posible; la mayoría de economistas y sociólogos por su lado, advertían que el costo de una medida tan estricta podía tener efectos sociales devastadores.

La posteridad está dando la razón a los segundos. En 2021 la recuperación económica, luego de la recia caída en la producción, solo fue parcial. La evidencia muestra que el encierro no tuvo un efecto contentivo en la expansión de la enfermedad: países que tuvieron confinamiento parcial o mínimo no mostraron más contagios y muertes que aquellos que clausuraron su economía, mientras que muchas de las medidas adoptadas por los políticos, son la clave de la situación grave que se vive en estos días.

A esto debemos sumar que, en 2022, la guerra en el oriente europeo y la crisis de Evergrande, el gigante inmobiliario chino pusieron en jaque a la economía global. Estas amenazas llevaron a Pierre-Oliver Gourinchas, economista jefe del FMI, a decir ya desde octubre del año pasado que “Lo peor está por venir”.

La banca es, sin duda alguna, el motor que mueve el mundo. La tecnología del ahorro y el crédito es una de las claves del desarrollo que vivimos en este siglo XXI. Pero la estructura del sector financiero tiene un problema grave: Los bancos reciben depósitos de los ahorrantes por periodos relativamente cortos, mientras que prestan ese mismo dinero a tasas de interés superiores y a plazos mucho más largos.

Ante ese descalce, ¿Qué pasa cuando los ahorrantes deciden sacar sus ahorros de forma abrupta y el banquero tiene la casi totalidad del dinero colocado en préstamos? Obviamente una crisis de confianza. Por otro lado, ¿Qué sucede si la acción de los gobiernos no es la más consecuente con la situación?

En efecto, tanto Donald Trump cómo Biden, así como muchos europeos, han sido prolijos a la hora de incrementar el gasto público de sus países con la excusa de apoyar a la gente durante la pandemia. Todo ello provocó una sobre saturación de efectivo, muy por encima del incremento en la oferta de bienes. No es de extrañar entonces que el precio de estas mercancías se haya incrementado y que en 2022 y 2023, estemos experimentando una inflación inusitada.

Para contener este incremento en los precios, los bancos centrales han optado por incrementar la tasa de interés de sus bonos, haciendo de esta forma más atractivo su valor para los ahorrantes, quienes han optado por sacar el dinero de los bancos y comprar estos bonos, que son seguros y que ahora ofrecen más ganancia. Es difícil saber el desenlace de esta trama, pero si los gobiernos continúan actuando de la forma irracional que lo han hecho hasta ahora, las cosas podrían ponerse muy complicadas para el mundo desarrollado y en efecto, lo peor estará por venir, también para los países pobres.   

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