Uno no sabe que pensar sobre el diario acontecer de nuestra trama.
Una necedad profunda pareciera embarrar la mente de quienes, por motu proprio e impulsados, no por vocación de servicio o por su cultura adquirida, deciden dedicar su tiempo al oficio de la política, vilipendiada actividad que pareciera encontrar en Honduras el epítome de su catástrofe.
Mentes sublimes, espíritus brillantes, almas fuertes como Borges, Einstein o Nikola Tesla desdeñaron a los cultores del poder, decidieron menospreciar la política. La consideraban una acción de baja ralea, el espacio desnutrido de la acción humana, el sumun de las miserias que buscan aprovechar la necesidad de organización social que todos tenemos, para generar ingresos que no podrían alcanzar si de utilizar la creatividad se tratara.
El bochornoso espectáculo que nos tocó presenciar esta semana, es solo un ejemplo de lo dicho. Usaron un argumento peregrino y famélico para exhibir su mala entraña: la adhesión de nuestro país a la Corporación Andina de Fomento (CAF).
Primero, un grupo de diputados del ala liberal, que habían aprobado en sesión ordinaria la adhesión de Honduras al CAF, deciden, en abierta contravención con las normas parlamentarias consuetudinarias, cambiar su voto en la sesión siguiente, motivados, no por la reflexión que necesariamente debería hacerse sobre la sostenibilidad de la deuda pública, ni siquiera por conveniencia partidaria, sino, por el encono que les causaron las acusaciones vertidas por el director del SAR quien en el pleno les llamó corruptos y golpistas.
El desaguisado causó un retraso de casi dos meses en la reanudación de las sesiones del pleno cuyos diputados nunca se molestaron en entender –por conveniencia será- de que la discusión y aprobación del acta de la sesión anterior, solo cuenta para verificar si lo dicho y aprobado, corresponde a lo discutido o si no hay errores de forma y de fondo en la misma. En pocas palabras: Nunca se puede cambiar el voto emitido en una sesión parlamentaria.
Pero parece que nuestros parlamentarios persisten en su ya célebre vocación de hacer las cosas mal y en todo caso, de ellos, quien queda todavía peor es el Partido Liberal, quien, con su reiterado revuelco de posturas, solo demuestra el por qué es la institución que más rápidamente ha caído en las preferencias del votante de los últimos quince años.
La pregunta de fondo es: será útil que Honduras integre la susodicha corporación. Si somos miembros activos del BID, el Banco Mundial, el FMI, el BCIE, si tenemos acceso a créditos en condiciones más o menos buenas por parte de otros organismos financieros, ¿Cuál es entonces el problema con integrarnos al CAF? Los 11 mil millones de lempiras que se deben depositar para ser miembros no son un pago, son parte de la aportación que el país hace, como lo hizo para integrar los otros. Así que el argumento es peregrino y cae por sí mismo.
Así que, a todas luces, el asunto de la integración o no al CAF es solo un artificio estulto para esconder quien sabe que oscuras negociaciones internas que los flamantes parlamentarios quieren acordar a espaldas de los electores.
El problema grande no es entonces el endeudamiento (y no quiero despreciarlo), tampoco es el desatinado discurso del director de rentas internas, mucho menos el indecoroso afán de las bancadas para enseñarnos su ignorancia en el manejo de normas parlamentarias.
Lo grave es que continuamos secuestrados y no se ve de qué forma podremos liberarnos. Ni los excesos cometidos por el partido Nacional durante la década anterior, ni el rompimiento del bipartidismo o la esperanza del acceso femenino al solio presidencial, han logrado hacer que esto cambie. Y no se ve por donde la cosa pueda mejorar.
Fue Palmiro Togliatti, quien hace casi un siglo decía que hacer política es trabajar para cambiar el mundo. Ojalá y fuera para bien. Algunos políticos han tenido éxito en su empeño. Nosotros, por lo visto, no tenemos forma de salir si cambiar a Honduras depende de los nuestros. De ahí la cada vez más urgente necesidad de tener una ciudadanía activa.