Liberales

No todos somos liberales, ni abrazamos con convicción y coherencia los principios éticos en los que se basa esa doctrina.

Es más, en Honduras, la mayoría de los políticos del patio usan el vocablo para vender espejos y cuentas de colores a una ciudadanía esmirriada por el hambre, ignorancia y la inseguridad o a personas ambiciosas y frívolas que se ofrecen a financiar su ansia de llegar al poder.

No le les puede culpar. La palabra en sí es bonita; nadie en su sano juicio y menos un político de oficio puede denostar la libertad. Si Hitler, Mussolini o más acá, Chávez y Bukele hubiesen dicho en sus campañas que sus países se convertirían en prisión o gueto para los indeseables, probablemente nadie los habría votado y nunca habrían llegado al poder.

Pasa lo mismo con el socialismo o la palabra “social”. ¿Quién podría abjurar de un vocablo tan inclusivo y solidario? Todos los políticos prometen a la vez libertad y justicia social. Ambas frases deben figurar en la minuta doctrinaria de un partido que pretenda llegar al poder o en la agenda electoral, incluso la de los más canallas y atrabiliarios.

Veamos algunas lecciones de la historia reciente: Todos los gobiernos que tuvimos desde 1982 a la fecha bajo el manto rojo o irguiendo la libertad como premisa han sido fundamentalmente opresores de los derechos individuales. Lo primero que hacen es aumentar los impuestos, agrandar el gobierno y endeudar al erario con la excusa de proteger “sus pueblos”. Algunos incluso, los más grotescos, han reprimido estudiantes y combatido el conocimiento como si se tratase de una peste.

Lo que han logrado es ensanchar la miseria y convertir al país en un yermo invivible y vergonzoso.

Es evidente que los valores liberales pasan sus horas más bajas en los últimos años. No solo en Honduras, sino que en todo el mundo. Según Freedom House, los derechos políticos y las libertades aumentaron en general, durante 3 décadas y media, desde 1974 a 2009. Sin embargo, llevan 15 años continuos disminuyendo.

En esta tercera década del siglo, no cabe duda de que el mundo vive una recesión, incluso una “depresión” de las libertades que se gesta desde la democracia. Basta observar el entono cercano y lejano. La gente vota sistemáticamente para renunciar a los valores liberales prácticamente en todo el planeta. De casi 200 naciones pertenecientes a la ONU, no llegan no a 40 los países que ostentan una mínima vocación civilizante.

Los valores que constriñen a los seres humanos a buscar su bienestar bajo el irrestricto respeto al mismo derecho que ostentan sus semejantes, sin apego a un estado que de manera invariable terminará por oprimirlos, están en declive.

El liberalismo no solo ha sido cuestionado en los últimos años por populistas de derecha, sino también por una renovada izquierda progresista. La crítica de ese sector nace de la acusación -de por sí correcta- de que las sociedades liberales no estaban a la altura de sus ideales de ofrecer un trato igualitario todas y todos.

Steven Pinker, connotado profesor de sicología de la Universidad de Harvard se lamenta diciendo “Mis alumnos se pasan a la extrema derecha por culpa de la izquierda y viceversa”. En su libro “La tabla rasa” hace una inspección de la naturaleza humana y alega que, aunque los impulsos tribales no son más fuertes que los cosmopolitas, persiste en la sociedad actual una fiera lucha entre quienes abjuran de la libertad porque les conviene capturar el estado para servir a fines grupales. Sucede por la izquierda y por la derecha.

Y Así lo atestiguamos todos: Trump es casi un monarca, al menos en su partido; Le Pen contra Melenchón en Francia, los nacional-demócratas alemanes, Vox en España, Orban y Erdogan más al oriente y qué no decir de Putin y aun Zelensky. Todos contra todos, pero también contra la libertad.

Y acá en el patio las cosas no cambiarán mucho. Los de Libre invocando a sus ángeles marxistas, liberales-neo, por no decir neoliberales, arropándose en una bandera que nunca fue liberal en sentido estricto, nacionalistas enamorados de ese nombre anacrónico y más estatitstas que nunca.

Todos prometen un estado grande y cuidador en sus discursos: ¡Habrá salud y educación para todos, comida para todos, seguridad para todos! Pero ya están pensando en la clientela y en los puestos de trabajo que le ofrecerán una vez que ganen.

Colectivistas todos, amantes del poder y la fama que, a falta de talento propio, solo les puede dar el dinero público, buscarán ahora, disfrazados de liberales unos, de socialistas otros y de nacionalistas (que asco) otros, volver a sus canonjías a costa del hambre y la desesperanza de gente ávida de libertad.

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