Tegucigalpa. – A medida que transcurre el año, cuatro pandemias nos están dejando tremendo torbellino en un país que se apresta en el 2021 a festejar el bicentenario con los mismos viejos problemas de antaño vinculados a la desigualdad, la inequidad, el acceso a justicia, la pobreza, la corrupción y la impunidad.
Las pandemias que nos azotan podemos resumirlas así: a) emergencias sanitarias y coronavirus, b) corrupción en pandemia, c) inseguridad y violencia; d) campañas políticas y nexos criminales.
En el caso de las emergencias sanitarias, la pandemia del coronavirus ha dejado al descubierto la fragilidad de un sistema abandonado, donde los presupuestos sanitarios han sido mal utilizados o desviados a otros fines, siendo los médicos, en sí, los que se han echado al lomo el manejo de la pandemia, ante la tardía reacción gubernamental. Los médicos y el personal de salud, acostumbrados a trabajar en condiciones adversas, no se han sentado a esperar las promesas gubernamentales de construirles 95 centros médicos y 11 hospitales en seis meses, así como bodegas repletas de medicamentos y equipo de bioseguridad para atender la avalancha, como prometieron en un millonario decreto en marzo pasado.
Las respuestas, tardías, solo evidenciaron el colapso de un sistema sanitario que mostró cómo desde hace algún tiempo, en especial en la última década, la atención primaria en salud fue dejada a su suerte para ser sustituida por un modelo privatizador de la salud que hoy está dejando sentir sus efectos. La pandemia ha mostrado que el acceso a la salud no es para todos, y ahora, como paliativo en emergencia, los centros de triaje intentan aliviar la ausencia de una política y sistema integral de atención sanitaria.
Esa fragilidad ya se miraba con la epidemia de dengue que también se ha instalado en el país, demostrando como un mosquito sigue incomodando a un sistema sanitario incapaz de frenar su avance. La salud rendida ante una enfermedad del siglo pasado, totalmente prevenible.
La corrupción en pandemia, es la otra epidemia agravada en pleno coronavirus, vinculada no solo a los casos emblemáticos judicializados por la ex MACCIH y ex UFECIC, de hecho, ese desmontaje de casos y la forma en que fue echada del país la Misión, solo envalentonó a las redes criminales de corrupción que vieron en la pandemia la oportunidad de retomar sus actividades de asalto a los fondos del erario.
Graficada en la compra sobrevalorada de siete hospitales móviles, la pandemia de la corrupción también se extendió en la compra de mascarillas y otros insumos médicos no aptos, algunos, a precios más allá de lo establecido y razonable, así como ventiladores mecánicos incompletos, otros no idóneos para el uso en la emergencia, además de kits de pruebas PCR también incompletos. La cadena de la corrupción en la red de salud salió de nuevo a flote y opera casi en forma similar como lo hizo en el saqueo al Seguro Social, lo único que cambia son los protagonistas. El Ministerio Público ha iniciado las primeras diligencias y ha logrado levantar al menos 20 líneas de investigación ligadas a actos de corrupción,
Los primeros requerimientos fiscales han sido librados y tomados por tribunales comunes, se espera que los próximos requerimientos lleguen a los juzgados anticorrupción que conocen el fenómeno de las redes criminales en donde operan más de dos implicados. La mirada en este tiempo que falta para cerrar el año y comenzar el bicentenario, estará puesta sobre el Ministerio Público y el Poder Judicial, dos actores claves ligados a la impartición de justicia y a la lucha contra la impunidad.
La otra pandemia, es la de la inseguridad y violencia, que no cesa ni en época de confinamiento ni en pleno toque de queda, donde se mantienen suspendidas algunas garantías ciudadanas. Aquí la violencia contra las mujeres y los femicidios, no da tregua, en tanto repuntan las masacres o muertes múltiples para ir ubicando a los ciudadanos a la “nueva normalidad” post pandemia, a medida que se va abriendo la economía.
La inseguridad y la violencia parecen volver a su cotidianeidad y de ésta no escapa la prensa, al registrar tres asesinatos en lo que va del confinamiento, además de otras amenazas, intimidaciones y agresiones a la libertad de expresión en pandemia.
Finalmente, la otra pandemia que acelerará el torbellino en que se encuentra el país, es la de la política y el proceso electoral que se avecina, cuya víspera vaticina alta polarización, virulencia política y evasión sobre un tema escabroso en la política: la penetración en la política de la criminalidad organizada, en especial, el narcotráfico.
La presencia de la narcopolítica es uno de los desafíos más graves con que recibiremos el bicentenario, la democracia será puesta a prueba, y las elites políticas, golpeadas fuertemente por los testimonios en Nueva York y los casos de capos confesos, parecen no inmutarse y al cierre del bicentenario nos dirán si tendremos elites políticas renovadas o seguiremos arrastrando la pandemia política vigente, mayormente, opaca, turbia, sin ética, degradada y en su nivel más bajo de credibilidad. Las elecciones nos dirán si la narcopolítica seguirá gravitando o el país empezará a sacudirse poco a poco una figura dañina a las democracias, una figura que gusta disfrazarse con piel de oveja.