Tegucigalpa, Honduras. Tres años han transcurrido desde que el partido Libertad y Refundación (Libre) alcanzó la cúspide electoral en aquella histórica Navidad de 2021, que se iluminó con un vibrante rojinegro. Sin embargo, la cima del poder político puede ser tan efímera como las pasiones que la alimentan. Hoy, Libre enfrenta un último año de gestión bajo la sombra de unas elecciones que prometen ser tan crispantes como decisivas.
¿Se ha debilitado el partido Libre?
El desgaste natural de cualquier partido político en el poder parece haber alcanzado a Libre. Su incapacidad para consolidar un control absoluto en el Congreso Nacional se ha convertido en un talón de Aquiles, obstaculizando la aprobación de leyes clave, como la Ley de Justicia Tributaria, las reformas necesarias para no solo instalar, sino también empoderar a la CICIH y, recientemente, el Presupuesto General de la República, estancado por la falta de consensos.
Paradójicamente, a pesar de las trabas legislativas, la oposición acusa al Congreso Nacional de ser poco más que una sucursal del Poder Ejecutivo, alimentando la percepción de autoritarismo que rodea al partido oficialista.
A esto se suma el fraccionamiento interno. El transfuguismo y las disputas entre facciones han erosionado la unidad partidaria, dando paso a lo que la precandidata presidencial Rixi Moncada ha llamado “canibalismos internos”. Un ejemplo claro es la salida de Jorge Cálix hacia el Partido Liberal, una decisión que simbolizó la fisura ideológica y estratégica dentro de Libre.
Por otro lado, la carrera presidencial no está exenta de polémicas. Las denuncias de ventajismo a favor de Moncada por parte de la presidente Xiomara Castro han crispado aún más las relaciones internas, mientras figuras como el otro precandidato, Rasel Tomé, expresan su inconformidad. A nivel municipal, la candidatura de Rodolfo Pastor de María a la alcaldía de San Pedro Sula amenaza con convertirse en otro foco de discordia. De no manejarse adecuadamente, Pastor podría convertirse en el nuevo Cálix, y ser víctima de una lapidaria campaña de traición, para la que, como sabemos, no hay olvido ni perdón.
Otro de los puntos más álgidos es la crítica constante hacia la concentración de poder dentro de las familias que lideran el gobierno. La permanencia de este “familión” en el epicentro de las decisiones políticas ha generado descontento, especialmente ante las señales de que buscarán mantener su influencia en las próximas elecciones.
A nivel interno, Libre enfrenta contradicciones que erosionan su discurso original. La cercanía y camaradería con las Fuerzas Armadas y la Policía Nacional —instituciones que antes eran catalogadas como “golpistas” y “fuerzas represoras”— genera desconcierto entre sus bases.
Además, el uso del discurso de odio por parte de algunos funcionarios de alto rango ha alienado a sectores que antes simpatizaban con el partido. La falta de moderación en las respuestas públicas y en el intercambio de opiniones con la ciudadanía solo incrementa el descontento social.
Y en cuanto a la credibilidad, esta ha venido a menos, por el incumplimiento de algunas promesas de campaña para las que 12 meses serían insuficientes. Esto se agrava por la percepción de “fatiga electoral” en un país cuyos votantes, cada vez más desencantados, no logran vislumbrar un cambio significativo en el horizonte político.
La serie de desafíos que enfrenta Libre podría marcar el inicio de un declive que dejará raspones y, para colmo, no hay seguridad de que, cuando eso pase, haya algodón para curarlos.